Una vieja discusión sobre género


Hinojosa del Duque, 25 de febrero de 2017 

Tramo Alcaracejos – Hinojosa del Duque

Una dicha delicada me sube esta mañana por dentro mientras ligeras bandas de niebla se arrastraban entre las encinas y sobre los campos de cultivo. El canto de los pájaros se mezcla con el ruido de motores de la lejana carretera. El campo está tranquilo, como sosegado después de una noche de reposo. También lo está el caminante que esta mañana respira un gran sosiego, pese a que cuando ha ido a echar mano de la linterna al iniciar la jornada ha descubierto que ésta había desaparecido misteriosamente. He vaciado el macuto en su búsqueda, pero nada. El único momento posible en que pude perderla parece que fue ayer cuando me desvestí en la madrugada para vadear el río. Ya es la segunda cosa que pierdo. El otro día fueron las gafas, que fueron inmediatamente sustituidas por otras en la primera farmacia. Con la linterna va a ser más difícil su sustitución. 


Paso frente a algunas granjas de vacas; las testuces asoman entre unos barrotes de hierro; una larguísima fila de cabezas que se ocupan, todas, en comer el seco forraje que les sirven de desayuno. Estos animales no mueven un musculo durante toda su vida que no sean aquellos que les sirven para comer y defecar. Y aparearse, y ni quiera esto último, que me imagino que será sustituido por la inseminación artificial. ¿No somos capaces de satisfacer nuestras necesidades de carne y leche de una manera más, ¿cómo decir para no caer en un moralismo de chichinabo?, más ¿humana, de respeto con otros seres vivientes? 

¿Por qué lo que nunca haríamos con nuestras mascotas son el pan de cada día de nuestro sistema alimentario ocupado en proporcionarnos leche y carne sin parar mientes en cómo lo hacemos? Todavía recuerdo una tarde en que me topé con una nave de crianza de pollos. Aquello era tela, cientos, miles de pollos amontonados unos contra otros sin unos centímetros para moverse, con las luces permanentemente encendidas para fomentar a toda costa una sobrealimentación. No es que sea partidario de esa "mojigatería" animalista que recorre nuestros días dándole a la mascota el trato que damos a nuestro bebé, pero todo en la vida tiene un límite y el salvajismo con que tratamos a los animales es uno de ellos. Si el hombre quiere estar en verdadera paz consigo mismo hay líneas rojas que no debería traspasar. ¡Ah, la productividad! Mierda con la productividad y nuestro afán de obtener beneficios. Mierda también con ese panorama de fabricarnos continuamente necesidades, ese filón del capitalismo que nos incita a la desmesura, a abaratar de continuo costos para seguir explotando nuestro apetito de tener. 

¿En qué se quiere que reflexione el caminante cuando amaneciendo se encuentra con una granja aquí y otra allí donde las vacas viven una tan miserable existencia? Y es que tenemos una capacidad tan grande para vivir en medio de las contradicciones sin que nos tiemble la mano... La coherencia no parece ser una característica esencial del hombre.

 Por cierto, que me llamó la atención días atrás el hecho de que cuando apareció la palabra hombre en el libro de Fromm, ser o tener éste le dedicara un largo párrafo aclarando el significado de hombre como ser humano y no solamente como el macho humano. Cuestión de lenguaje. El alemán, por ejemplo no parecen tener este problema, "se emplea Mensch para referirse al ser humano, sin diferencias sexuales". Pero sin embargo aquí, en medio de esa otra  "mojigatería" en donde se confunden hechos bochornosos de discriminación de la mujer con asuntos que nada tienen que ver con el tema del género, parece que uno bobamente tuviera que decir siempre hombres y mujeres para referirse al género humano, so pena de caer bajo la mirada vigilante de un mujerío dispuesto a machacarte con la reiterativa especificación en género masculino y femenino cada vez  que aparece algo que pueda tener una connotación referida a ambos sexos. Decir profesores y profesoras, hombres y mujeres, jueces y juezas, etc., para querer significar a los profesores de ambos sexos, a los jueces de ambos sexos, etc. Siempre me pareció una pobre y rebuscada manera de reivindicar una igualdad. El que ahora se utilice tanto no me parece más que una inútil demostración de diferenciación de género, cuando no el ejercicio de un oportunismo que disfraza el marketing político y social con el barniz de nuevos significantes que no alcanzan al fondo, ni mucho menos, del problema flagrante como es el dominio, todavía, del hombre sobre la mujer en tantos aspectos de la vida. Atención, tema controvertido, que dirían en Meneame.net: ver los comentarios. Y aquí discrepo con mi gente, seguramente mi hija, su chico e incluso mi compañera de viaje, que leerá estas líneas en casa con un cierto gesto de "bueno, ya está con el dichoso asunto". Ellos (¿debería decir él y ellas?) probablemente, aunque fuera en broma, no dudarían de tacharme si llega al caso… Lo siento, me sigue pareciendo algo ridícula esa expresión  del nosotros/nosotras, ellos/ellas, para referirse al género humano. Entiendo que, aunque más complicado, lo que debería hacerse es inventar nuevos términos que englobasen lo masculino y lo femenino sin que hubiera necesidad de especificaciones de género; el énfasis de querer llamar la atención sobre la especificidad de lo masculino y femenino creo que sobra. Su uso connota, según mi parecer, un complejo por parte de la mujer que no se aviene bien con aquello que pretenden expresar de hecho: el que hombres y mujeres seamos iguales, tengamos el mismo peso como seres humanos. 

El camino es tan llano y apacible que a eso de las ocho de la mañana ya he escrito la mitad de mi diaria crónica. La maravilla del teléfono como instrumento de escritura es tan excepcional que permite este género de actividad de escribir, caminar y sacar alguna fotografía al mismo tiempo que me recreo en las bondades del camino. Es obvio que uno no puede rechazar globalmente todo lo que esta modernidad del consumo nos trae. El teléfono es el mejor invento que ha partido madre desde los tiempos del Neandertal.

 La salvaje y rústica belleza de las encinas viejas. Las encinas, como esos viejos rostros de lobo de mar de las novelas de Joseph Conrad o como la tez resquebrajada de ancianos que han vivido toda su existencia sujetos a las inclemencias del tiempo y a los que la dureza de la vida ha vestido de una belleza conmovedora, aparecen de continuo ante mi vista alfombradas sus pies por el delicado amarillo de las primeras flores que pregonan una no lejana primavera.

El sol tiene esta mañana la  textura de los esfumatos de alguna pintura renacentista italiana, suave y delicada manera de comunicarnos la naturaleza una de las tantas bondades con que puede regalarse ella a los sentidos de los humanos. Por cierto, ahora que veo esa palabra, humano, sobre la pantalla, para zanjar la cuestión anterior, y acaso provisionalmente, ¿no podríamos sustituir ese dichoso "hombre" de que hablaba más arriba, con esta otra, "humano", o acaso con "ser humano" aunque se alargue el discurso? 

Si hoy me pierdo la culpa no la voy a tener yo, seguro; la tendrá la escritura. No, voy bien, allá adelante veo una flecha amarilla. Son las nueve y media de la mañana y casi me acerco a la mitad de recorrido. Llego a Fuente la Lancha. 

Estoy en las últimas páginas del libro de Dino Buzzati, Giovanni Drogo ve acabar miserablemente su vida; su existencia ha terminado convirtiéndose en una broma. "Armándose de fuerza, Giovanni endereza un poco el busto, se ajusta con una mano el cuello del uniforme, echa aún un vistazo al exterior de la ventana, una brevísima mirada, para su última porción de estrellas. Después, en la oscuridad, aunque nadie lo vea, sonríe". Tras los bastidores no se oye el disparo, pero el humo de la pólvora se masca en el ambiente. 

El llano, salpicado encinas, cubierto de campos de labor, verdes todos ellos, se extiende hasta el horizonte, replicándose a sí mismo alrededor del caminante. 

Hacia el mediodía estamos en verano, tengo que desvestirme de cintura para arriba. Creo que hasta puedo barruntar la posibilidad de pernoctar al raso hoy. Se me ocurre a la orilla del río Zújar. Ya veremos. 

A pocos kilómetros de Hinojosa del Duque, caminando por una pista, veo acercarse a un coche a toda velocidad levantando una polvareda de mil demonios. El tío no disminuye la velocidad al acercarse. Me pongo en medio de la pista indicándole que disminuya la velocidad. Nada. Me veo obligado a interceptarle el paso poniéndome en medio de su camino. El hombre pega un frenazo de mil demonios. Le miro la cara, se ha puesto blanco, me mira con los ojos desorbitados como si se le hubiera aparecido un loco en medio de la carretera. Oigo a mis espaldas que ha parado unos metros más allá. Ni me molesto en mirar para atrás.. Oigo que arranca de nuevo y escucho alejarse el coche. ¿Cuántas veces he pasado por una situación similar? Perdí la cuenta. Hay conductores que quieren arrogarse el derecho de poner a uno hecho un Cristo y eso no está bien, verdad? 

Desde mi habitación del albergue, uno muy chulo, oigo el estruendo de la música en la plaza próxima. Parece que aquí se toman en serio los Carnavales. Lo malo es que mañana tengo por delante otra jornada muy larga y no sé, como me sucedió tantas veces, si uno puede estar al plato y a las tajadas; si puedo estar en el Camino y a la vez en los jolgorios que se me cruzan en la ruta. 










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