¡Ay, mis pies!




Sobre Lauenen, 27 de junio 2017

La tienda y mi saco de dormir son como un útero materno. Ha llovido toda la noche y el solo hecho de pensar dónde estaba, el calorcito, el bienestar que se desprendía dentro mientras fuera llovía ininterrumpidamente, me producía placer cada vez que me despertaba para cambiar de posición. Cuando eché a andar el bosque chorreaba humedad por todos los lados.

En Lauenen me abastecí y desayuné. Tuve que esperar un rato a que amainara la lluvia. Luego emprendí enseguida los novecientos metros de desnivel que me llevarían hasta el Trütlisberg-pass.


Hace un par de días que el pie izquierdo está gestando ampollas. Al atravesar uno de tantos arroyos se me coló el agua dentro pero ni siquiera pensé en ello. De hecho hasta el día siguiente no noté las molestias. Ayer, cuando me fui a examinar el pie encontré que estaba hecho una lástima. La humedad había hecho su trabajo y varias grandes ampollas habían nacido acá y allá. Lavé el pie y me puse unos calcetines limpios y secos. Hoy después de seis horas de camino bajo como un pato los últimos kilómetros que me llevan a Lenk. También la rodilla izquierda se está poniendo tonta.

No iba a llegar ya a la hora de servicio de los restaurantes así que decidí quedarme junto a un riachuelo, las cuatro de la tarde era una buena hora para terminar hoy. Tenía que ver los pies y decidir qué hacía. En el pueblo anterior había comprado comida para día y medio. El cansancio parece un ente caprichoso que tan pronto se evapora en un larguísimo ascenso como se queda varado a los pocos metros de un Collado. Esta mañana me cuesta caminar aunque buena parte se lo debo a las ampollas.


Estoy tan así que me entran dudas sobre la continuidad de este camino. Luego está también el hecho de que en estas dos jornadas los recorridos han sido muy similares, el itinerario deja un pueblo, sube a un collado por montañas de vacas tapizadas todas de verde donde aquí y allí aparecen las casas de ganaderos y vuelve a bajar por un paisaje parecido. Es la segunda jornada en estas condiciones. No me gusta. Y mis apuntes, mis tracks, no me aclaran nada. Cuando atraviesas un gran macizo es fácil que esto se repita pero no por un paisaje tan típico de postal suiza. Tengo la sensación de que esta variante, lejos ahora de la cordal de las montañas más altas, me está dejando de atraer.

Conclusión. Me tumbo junto al río, como algo y doy suelta a cualquier otra posibilidad que se me pueda ofrecer. Con los pies así voy a andar muy jodido: punto uno. Después sopesar la posibilidad de dar unos días de descanso a los pies y mientras moverme a otra zona. Sondeo el mapa. Haciendo el sur no hay salida por aquí. Tampoco tengo Internet porque no logré comprar una sim car del país, lo que limita mis posibles consultas y el trazado de algún itinerario diferente. ¿Volver a Ginebra y pasar al Valle de Aosta? ¿Acaso seguir adelante y pasar a las Dolomitas? Hay cosas que no se dicen pero el tema del idioma también me frustra un tanto; desde que he pasado a la zona de habla alemana no me siento cómodo. Ayer me costó encontrar alguien con quien tuviera un idioma común para comunicarme. Es curioso, pasar un collado y el francés desaparece. Incluso el carácter de la gente parece haber cambiado. En estos dos días no me he encontrado la afabilidad natural que encontré anteriormente. Si me cruzo con algún campesino me mira como si fuera un bicho raro. Esta mañana paro a un hombre camino del pueblo y le pregunto por un supermercado en tres idiomas distintos: nada, sólo hablar alemán. Recuerdo que en el 2014 cuando hacía la parte austriaca de la Vía Alpina, que está vez había comenzado en el Adriático, después de pasar dos semanas en esa zona, una tarde me cansé de tanto alemán y de repente decidí cambiar bruscamente mi itinerario dirigiéndome hacia el sur, hacia Italia. Tengo grabada mi llegada al primer refugio italiano que encontré, una señora alta y robusta que me recibió con los brazos abiertos con un italiano que llegaba a mis oídos como si éste hubiera sido mi lengua materna de toda la vida. Para más detalles, ayer dije que el restaurante estaba cerrado porque se celebraba una fiesta privada. Bien, tuvieron que buscar a una persona que hablara inglés. No podía comer allí, tampoco me podían dar nada para llevar. Bien. Insistí. Bueno, que me podían dar nosequé para que me lo llevara. Que el precio era quince euros. Me entregan dos bandejas de aluminio que por el precio imaginé que algo consistente tendrían. Bien. Cojo agua, salgo del pueblo y en un banco de madera me paro a comer. Abro las bandejas. En una unas pocas lonchas de queso que no llegaban a los cien gramos, en la otra un trozo de pan. Es lastimoso encontrarse con esta clase de gente. En contraste estaba el joven de la quesería del día anterior. La pasta es algo que vuelve gilipollas a mucha gente, visten su establecimiento de pedigree pero al poco se les ve el plumero, les ciega la codicia. También en la travesía del 2014 me sucedió el hecho insólito de que en un establecimiento hotelero de montaña me cobraran el agua del grifo.


Me voy a dormir hoy con la intriga de cómo se despertarán mis pies y por tanto por el rumbo que tomará mi camino mañana. 






3 comentarios:

Montserrat de la Madrid dijo...

Tienes los pies echos una piltrafa ,eso no se te curan en una noche 😘😘

Paci dijo...

No te preocupes compañero. Descansa un día y vuelve al camino.

Alberto de la Madrid dijo...

Pues sí, aunque no lo parezca se van curando. Lo hace el seguir caminando mucho. Ya levantó mi ánimo de nuevo.