Junto al refugio
Padova, 3 de agosto de 2017
El delgado hilo
de la felicidad me visita esta mañana descendiendo bajo las paredes de la cima
Bastioni camino de Calalzo di Cadore. Eremita, ciudadano sin patria. Mi patria
es mi camino, un lugar donde no existen los políticos, la policía, las leyes,
donde tu voluntad es la reina de todas las cosas. Desde hace muchos días paso
escapado por los pequeños pueblos que puedan cruzarse en mi camino. Ni siquiera
paré en un supermercado, una tienda, un bar. Mi cuerpo se alimenta de los
bosques, los arroyos, el sol y, ahora que mi tienda no cierra sus puertas por
la noche, también de las estrellas y del perfil oscuro de los montes. Cosas que
me recuerdan a Walden de Thoreau,
pero esta mañana sobre todo a Walt Whitman y su Canto a mí mismo:
Me celebro y me canto a mí mismo.
Y lo que yo diga ahora de mí, lo digo de
ti,
porque lo que yo tengo lo tienes tú
y cada átomo de mi cuerpo es tuyo también.
Vago… e invito a vagar a mi alma.
Vago y me tumbo a mi antojo sobre la
tierra
para ver cómo crece la hierba del estío.
Mi lengua y cada molécula de mi sangre
nacieron aquí,
de esta tierra y de estos vientos.
Y tu voluntad, la
mía, se hace la ama y señora de los días. Aquí me siento, allí acerco mi boca a
un riachuelo que satisface mi sed, en aquel recodo me detengo a contemplar unas
flores, a hacer unas fotos; cuando la espalda me duele busco un prado y me
tumbo, si llueve me pongo mi capa y camino feliz bajo la lluvia y, por la
tarde, cuando el día ya ha dado un largo estirón, busco un promontorio donde
ver atardecer, un prado junto a un riachuelo que llene mis oídos con su música
y allí planto mi campamento. Cuando uno lee a Whitman pudiera parecer que todo
fueran palabras bonitas sin raíz en la realidad cotidiana que vivimos, música
para exaltar el ánimo y disponernos a abrazar la Naturaleza. Hasta
tal punto somos ajenos a esa realidad que todavía puede permitirnos vagar
durante meses por las montañas y los senderos usando la civilización, los
pueblos solamente como apoyo para satisfacer nuestras necesidades de
manutención. Sí, todavía, que no es poco, es posible vagar por el Pirineo o los
Alpes casi olvidados de que la civilización existe más allá de las montañas.
Sí, es cierto que a veces el camino atraviesa focos de multitud, collados,
lugares conocidos donde el gentío se amontona de parecida manera a como se
amontona en los mercados de las playas conocidas o frente a la Gioconda
en las salas del Louvre, pero son males menores, unos minutos de camino y el
sendero queda otra vez expedito, libre de ese turismo que asola el mundo.
Después de
aquellos primeros ratos de liviana felicidad, los pensamientos, troquelados por
el buen dormir y por la suavidad de la mañana viajaban como acariciando el
bosque y los arroyos. Algún circunstancial caminante con quien me crucé , una
señora que se preguntaba por el estado del camino, un joven que quería saber si
encontraría agua más arriba. Cuando el sendero se amansó más abajo y junto a
los meandros del río, me fui tras los pasos de aquel padre e hijo que recorrían
la aridez de un mundo donde todo había sido calcinado por el fuego, y donde la
desolación se había acaparado de las ciudades y del mundo. La novela no tiene
ninguna posibilidad de encontrarse con un final que te haga respirar aliviado.
El padre muere de inanición, el niño es recogido por una familia que no vive
mejores condiciones de aquellas por las que ellos han pasado. Y fin, no hay
esperanza que valga. Leo tras las últimas páginas que el autor no concede
entrevistas, que no quiere saber nada de promociones de sus libros, de la
prensa, de los medios de comunicación. Si algo o alguien ha de hablar de su
trabajo son precisamente sus libros. El que quiera saber que los lea. Excelente
argumento.
Y llegado a
Calalzo di Cadore iba a decir que ni me paro, pero sí, avisté una tienda de
deportes y me metí en ella. Me compré dos mallas cortas a siete euros cada una
y tiré de inmediato las que tenía, que ya había remendado y que se caían de
usadas. Llegue a comer al refugio Cercena donde me atendió la joven mesonera.
A veces las
mujeres se me presentan como seres de otro planeta; lo facio il gulag e la
polenta?, me dice ella, una mujer joven, rubia, con el pelo recogido en cola de
caballo que atiende el refugio Cercena. La verdad es que al caminante le
asaltan ideas de lo más peregrinas. Se ve que eso de andar por los caminos como
un salvaje propicia una relación con la realidad un tanto particular, o acaso
no, pues que vea a las féminas en ocasiones como una especie lejana y diferente
es algo que sintió desde jovencito, acaso porque en los nueve años de estudiar
de niño en los Salesianos se le fue sedimentando con tanto sermón en su joven
cerebro una percepción de ellas un tanto esperpéntica.
Ni mejor ni peor
que el hombre, diferentes, hechas de otra pasta, a veces como angelitos que
revolotearan alrededor de uno inspirando sueños de amor, otras como astutas
criaturas que, sabedoras de sus encantos, pueden convertirse bajo el aspecto de
su candidez en tiránicas cazainfelices. Seres en cualquier caso capaces de
adquirir en la consideración de uno, como la medusa de la leyenda, tan pronto
fantásticos aspectos angelicales como de rapaces dispuestas a someter a uno a
su dominio absoluto. Féminas conozco que tienen agarrado por el cuello a su
amado esposo de tal manera que éste a duras penas es capaz de ausentarse de
casa un par de horas sin su anuencia. Que las tales féminas puedan encerrar en
sí tan gran potencial de delirios y expectativas de amor por parte de los
hombres es uno de esos grandes misterios de la naturaleza que están todavía por
descifrar. Y después del gulag con polenta me tomo el postre y cuando echo el
azúcar a mi café me encuentro en el sobrecito esta frase: "keep calm and
love". No, si ya te digo. Pero no termina ahí la cosa, que recojo y me
dispongo a marcharme y, como he visto en la puerta un cartel que dice que se
admiten pagos con tarjeta, cuando me dice el importe de mi comida saco
directamente la Maestro
y se la entrego. Entonces hace un mohín en el que intervienen los ojos y su
boca y me dice que es que ella no entiende la maquinita de las tarjetas, que
como no está su marido… Ja, ¿A dónde se irán mis reflexiones feminiles ahora,
me digo cuando compruebo que esta mujer encargada de un negocio, madre de un
niño pequeño que berreaba hacia un rato como una fiera pidiendo la teta, tiene
que esperar a que esté presente su marido para hacer un cobro con la maquinita
de marras? Vamos, que ni habiendo estado en los Salesianos tantos años, con lo
que ello pueda suponer de otorgar a la mujer cierto aire angelical e
inaccesible, me habría curado de mirar a esta mujer a partir de ese momento
como se mira a un florero. Más le habría valido decir lo de la otra de días atrás,
que la máquina estaba estropeada. La poca o mucha belleza que pudiera ver en su
rostro creo que se desvanece ante una respuesta así.
Todavía me
quedaban dos horas de camino para terminar mi jornada. Dos horas en las que me
mosqueé un montón porque apareció una carretera de asfalto que no se abandonaba
hasta el mismo refugio. Puf… Salí pitando del refugio después de que me
hicieran dos bocadillos y empaquetaran dos pedazos de strudel de manzana.
Encontré un buen prado un poco más arriba del refugio.
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