Dolomiti
Friulane, a una hora del refugio Pordenone, 4 de agosto de 2017
Cada jornada es
un misterio, muchas veces, por la mañana y sobre todo en Dolomitas, cuando
echas a andar puede que te asalte la duda. Has visto el día anterior el
panorama, una forcella en lo alto, muchas cumbres pero que muy derechas,
pendientes respetables, pero es como si te echases la manta a la cabeza, te
asalta la fe del carbonero y confías en que sí, que por allí ya habrá modo de
subir; además lo dicen las anotaciones que coleccionas en algún lugar del móvil
que es como confiar en la existencia de Dios simplemente porque está escrito en
el teléfono. Hoy, bastante arriba, cuando salí del bosque y empecé a
encontrarme con esas famosas pedreras donde no hay piedra ni roca fija, que
todo es como un talud compuesto por cantos rodados, piedras pequeñas y medianas
de todos los tamaños donde por cada paso que avanzas puedes retroceder dos, o
peor, ya que en algunos puntos, unos regueros bajan verticales desde arriba, porque
el terreno carece de piedras, y está tan inclinado que para subir necesitas
hacer para las botas pequeños peldaños a base de patadas; hoy, decía, empecé a
encontrarme con estas empinadas pedreras, y estuve convencido de que tenía por
delante un día empeñativo.
Esto es otro
mundo, las Dolomitas más conocidas han dado paso de momento a un mundo complejo
de paredes y pirámides que no puedes asociar con ningún recuerdo, ninguna
imagen que hayas visto en el pasado; todo es nuevo y con un aspecto mucho más
salvaje del habitual. En muchos puntos del recorrido de hoy, en otro lugar
habrías encontrado pasarelas de acero o pequeñas escaleras. Sin embargo no
había nada de eso. Encontrarme en la forcella Montanaia después de subir una
buena parte del camino a gatas buscando en los breves cortados de rocas
laterales algo sólido a lo que agarrarme, me pareció como salir de un mundo un
tanto opresivo para entrar en un mundo más amable y sólido.
El panorama al
otro lado era realmente bello con aquel Campanile sobresaliendo como un inmenso
pene sobre un verde y soleado prado, en donde habían colocado, estratégicamente
además, la estructura de hierro del pequeño refugio vivac, el bivacco Perugini.
El descenso hasta allí fue más llevadero, a veces bastaba dejarse caer sobre la
pedrera para que ésta hiciera su trabajo de ascensor, ella sola pendiente abajo
junto a un montón de piedras. Los alrededores del bivacco están concurridos,
varios grupos de alemanes tomaban el sol sobre la hierba. Otro grupo bajo el
Campanile se disponía a escalarla. Paré a desayunar también yo allí. Tumbado,
para dar gusto a mi espalda, me comí el bocadillo y el strudel de manzana que
me habían preparado el día anterior en el refugio Padova.
Hoy tampoco
habría lectura. El camino no lo permitía. Un angosto y empinado embudo de roca
con paredes a ambos lados y por cuyo centro se precipitaba un arroyo, era el
itinerario de descenso.
Me sorprendió
encontrarme en aquel itinerario tan poco trillado a un buen número de
caminantes de todas las edades, incluso me crucé con tres mujeres jóvenes que
no paraban de hablar en ningún momento pese a que el camino requería con
frecuencia el uso de las manos. Aquí esto es así, me había dicho el hombre que
me encontré con su pareja en la forcella Montanaia. Eso debía de ser, gente
para la que estas empinadas pedreras y angosturas de roca son lo habitual en
esta parte de las Dolomitas. El descenso me costó dos buenos culazos. Aquí lo
extraño es no resbalar a cada momento. De todos modos, bajando, volví a
reconsiderar la idea de comprarme unas botas. Lo llevo pensando hace días, a
las mías apenas les queda suela y ya han aparecido sendos agujeros en las
punteras. No me hace mucha gracia eso de a mitad de camino estrenar botas.
Domar botas es cosa de Pedriza y Guadarrama. Todas las botas que te compras
parecen ir bien cuando te las pruebas en la tienda, pero las palizas a las que
tengo que someterlas me hacen receloso, pese a que las botas modernas suelen
presentar menos problemas cuando te las pones por primera vez.
Acorde con el
cambio estacional, ya dije que aquí ha llegado el verano y el calor en estos
días, esta mañana me levanté con las luces del alba con lo cual llegué al
refugio Pordenone muy cansado pero a una hora razonable para comer. Tan cansado
estaba que habría terminado mi jornada allí. El esfuerzo que hice mereció la
pena porque me dejó ante un escenario realmente excepcional después de una hora
más de camino.
Acababa de
terminar de poner la tienda cuando recibí una agradable visita. Sandro y su
joven compañero, que habían dejado la bicicleta junto al río y hacían ahora
esta parte del camino a pie, se detuvieron con tantas ganas de charlar cuando
me vieron, que me temo que si hubiera sido más pronto habríamos tenido tertulia
durante horas. Como para mí los ciclistas con que me cruzo en las alturas son
unos héroes, no me cuesta trabajo pegar la hebra. Sandro en quince minutos ha
sido capaz de suscitar tantos temas que hablar de ellos no cabría en varios
post de éstos. Al final, cuando se entera de que quiero terminar en Trieste,
acaso, es posible, quizás, enseguida me da la dirección de su hija y su cuñado
que viven allí, que vaya, que puedo pasar alguna noche allí si quiero. Y añade
su teléfono en mi bloc de notas. Hay gente que es la leche de servicial y espontánea.
Ahí le tenéis en la foto inferior, vitalista, lleno de vida, abstemio, amante
de la montaña hasta las entrañas.
Hago una pausa en
la escritura y bajo al río para llenar la cantimplora. Ahora las sombrías
siluetas de las montañas que he atravesado por la mañana se alzan frente a mi
pequeño campamento como un Valhalla donde, de la mano de Wagner, los dioses
germanos han levantado su reino desde el que regir los destinos de los hombres.
Tras esta visión,
con el río deslizándose hacia el reino de Wotan, tengo la certeza de que la
jornada de hoy quedará como uno de esos días claves de mi largo caminar por los
Alpes.
2 comentarios:
¿Qué sensación te queda cuando ves que el camino se acaba, y la obra está terminada?
De momento no se da la cosa, mañana estoy en la val de Aosta, para retomar la Vía Alpina más o menos por donde la comencé este año, desde el Mont Blanc, pero ahora hacia el sur.
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