A media hora del
refugio Capannelle, 3 de septiembre de 2017
“En el corazón
del bosque, aislado, silencioso, escondido, bajo una bóveda enmarañada y
multicolor, cuando el camino columbra una brusca ladera, rodeado de árboles
menores, alfombrados sus pies por el tributo foliar del bosque entero, se
erguía solitario y magnífico, su imponente majestad que todo lo resume y
sintetiza: el haya; el haya madre de tronco esbelto y fornidas y amplias ramas
desplegadas magníficas, poderosas sobre el follaje caótico; eje, centro, señor,
padre del bosque de brazos desnudos y corazón adormecido, guardador del
espíritu del valle, dispensador de complicadas armonías. El hayedo preparaba su
sueño invernal en medio de una fiesta que cantaba y adormecía en las laderas
más lóbregas y apartadas”. La cita corresponde a la primera novela que escribí,
Las hojas se volverán ásperas.
Yo, naturalmente había recorrido muchos hayedos desde mis tempranas salidas
al Pirineo, pero fue cuando me destinaron como maestro a Gedrez, un pequeño
pueblo de la cuenca minera del río Narcea, que descubrí realmente el esplendor
de estos bosques. Los hayedos de Gedrez; allá hacia la mitad de octubre, un mes
después de nuestra llegada a la escuela, a pocos metros de nuestra casa, se
producía uno de los milagros más maravillosos que pueda contemplarse en la
naturaleza. En aquellos días, antes de abrir la escuela y todavía con alguna
estrella titilando en el cielo, salía de casa, atravesaba el pueblo, bajaba
hasta el río y después me dedicaba a vagar por el hayedo con la reflex y el
trípode dispuestos para recoger los primeros colores del día en mi cámara: los
brezos todavía con las puntas de sus hojas goteando el rocío de la madrugada,
los sutiles colores, ocres, amarillos, rojo quemados, el verde tardío de
algunos arbustos, los acebos, las delicadas hojas ovaladas de los bojes.
Desde entonces,
desde que recorrí los hayedos de los alrededores de Gedrez, mi especial
predilección por ellos no ha hecho más que crecer. Los he recorrido en todas
las estaciones y circunstancias posibles; bajo la lluvia intensa, envueltos en
la niebla cuando, tal fantasmas en pena, aparecen como manchas color ceniza;
al amanecer cuando algún rumoroso riachuelo se asemeja a un caramillo que
quisiera despabilar a estos impávidos señores acaparadores de la luz y la vida
del bosque. Y luego, por añadidura, sus suelos de color herrumbre, mórbidos
como una gruesa alfombra donde las hojas acumuladas durante años fermentan y
tapizan todo el paisaje.
Ahora, cada otoño
dedico un par de semanas a recorrer los rincones de nuestra geografía como un
pintor fotógrafo dispuesto a coleccionar lo más bello que ofrece la estación,
sus árboles antes de perder las hojas. Hace un par de años un largo viaje por
Oriente nos paseó por el otoño de Kirguistán, Kazajistán, China, Japón y
Taiwán. Fue un carrera para atender las curiosidades del viajero y a la vez
llegar a tiempo a ese instante en que, sobre todo las hayas, están en su
momento más magnífico.
Bueno, es que hoy
fue un día entero de recorrer hayedos. No estaban en su momento más preciado,
pero fue un delicioso paseo que no esperaba. Subiendo hacia Vizzavona encontré
rincones que recordaban los umbríos bosques de los países tropicales o Nueva
Zelanda, pequeños espacios como joyas engastadas en la penumbra y en cuyas
cercanías un caudaloso riachuelo, siguiendo las tradición milenaria de otras
aguas, había esculpido sobre la roca bellas formas ovales que en algún momento
me recordaron lo trabajos de Henry Moore. Sobre las aguas yacía, como quien se
recrea en el agua haciendo el muerto, una bella muestra del otoño temprano que
las hayas van dejando por el agua o el suelo.
Vizzavona es sólo
un lugar de referencia para los caminantes. Dos o tres restaurantes, una
estación de tren y poco más. A partir de allí será un continuado y suave
ascenso durante cuatro horas siempre a través de hayedos que a veces compartían
las laderas con los pinos. El pino laricio, aquel enorme de grandes brazos
originales, que es endémico de la isla, había desaparecido para ceder su lugar
al pino marítimo tan corriente en nuestras costas.
Era la hora de
comer y apenas me quedaba una breve cuesta para llegar al collado, cuando a mi
izquierda, por detrás de unas matas de bojes, oí cantar a una fuente. Me asomé,
insólita presencia del agua cantarina que enseguida me hizo recordar aquellos
versos de Juana de Ibarburu que tanto me gustaron siempre:
No me lleves, si muero, al camposanto
a flor de tierra abre mi fosa, junto al riente
alboroto divino de alguna pajarera
junto a la encantada charla de alguna fuente.
El sonido
cantarín y claustral de las fuentes solitarias es una de las cosas que, como el
fuego, juegan una atracción muy particular sobre mi ánimo. Siempre me relaja
ese sonido como de cristal cayendo sobre mi ánimo. En casa, cuando estoy
leyendo en la cabaña, a veces hago un pausa y cambio de lugar, me voy junto al
estanque de los peces y allí paso también ratos largos levantando de vez en
cuando la vista para mirar el chorro de la fuente origen de la música de fondo
de mi lectura o echar una ojeada a las carpas rojas, que con sus movimiento
aleatorio siempre nadando de un lado para otro, son como las llamas del fuego
de mi chimenea.
En el refugio de
Capannelle sólo paré para tomar una cerveza y comprar un par de cosas para
cenar. Había mucha gente. Tuve la sensación repentina de que lo que estaba
haciendo era huir. En esta ocasión junto al placer de la soledad había también
unas buenas dosis de eso, de huida. En media hora estaba otra vez en terreno
agreste, un camino que descendía por entre cortados rocosos buscando la
cercanía del riachuelo que corría en su fondo.
El terreno era de
lo menos apropiado para montar un vivac, las laderas abruptas de un hayedo
lleno de cortados, pero al final, junto a un riachuelo, me pareció ver una
posibilidad. Me salí del camino y sí, no sabía si entraría alguna piqueta con
tanta piedra pero se podía probar. Después de que hace días me pilló la lluvia
a pelo, ando prevenido. No quedó mal la tienda. Con palos y piedras logré
montarla. En cualquier caso, si llueve esta noche, mejor será que tener que
echarme el doble techo por encima como días atrás.
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