Que Baco y los placeres de la amistad y la conversación nos acojan




Mataelpino, 28 de marzo de 2018

Camino de Santiago de Madrid. Etapa Las Dehesas de Cercedilla – Mataelpino.



Cuando ver una película puede convertirse en un acto de heroísmo. Sucedía anoche con Los olvidados de Buñuel. Esa fuerza que hace que no deseemos ver una cruda realidad que de asumirla nos sacaría de la comodidad del mundo que vivimos para perturbar nuestro ánimo y dejarnos el alma en un estado de inquietud en que es imposible conciliar el sueño. Me sucedió anoche, no encontraba manera se dormirme después de ver la película de Buñuel, tan dura, tan dolorosa. A última hora, cuando ya llevaba más de una hora dando vueltas en la cama, tuve que recurrir a alguna de mis fantasías sexuales para que ellas me ayudaran a conciliar el sueño. Me sucedió también no hace mucho; durante varias noches quise ver Nuit et Brouillard, de Alan Resnais, pero no llegué a la reunir fuera suficiente para terminar viéndola. El estremecedor film, Noche y nebla (1955), “pavoroso viaje a los campos nazis de exterminio de judíos, que parte de imágenes en color de los museos de horror que son hoy estos campos para conducir la memoria hacia los documentos de un ayer muy próximo, se convierten en un aldabonazo a las conciencias de los desmemoriados políticos”. (Historia del cine, Román Gubern). El solo hecho de tener delante algunas escenas de la película me tiraba para atrás. Sólo la conciencia del deber cívico de acercarme a la realidad puede tener fuerza sobre mí para al fin detenerme a ver semejantes películas. Algo así me sucedía anoche con el film de Buñuel. La certeza de que el mundo no es ese cómodo entorno donde yo vivo se magnificaba ante las escenas desgarradoras de un infancia y una adolescencia donde la crueldad más terrible y la violencia eran la esencia de su existir. Trabajé más de tres décadas de maestro y desde esa perspectiva a veces pienso que si en lugar de tantas monsergas bienintencionadas, y todo el mundo sabe que de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno, hubiéramos puesto a nuestros alumnos frente a documentales y películas como la de ayer o documentales como el de Resnais, probablemente nuestra pedagogía habría sido mucho más efectiva. No decir a los niños no hagas esto o aquello, sino ponerles simplemente ante la realidad para que su propia alma aprenda a digerir y sacar conclusiones para así poco a poco conformar una personalidad que por fuerza deberá crear anticuerpos contra la violencia y la crueldad.

De Guadarrama hacia el sur ya sí que es primavera. De momento quedaron atrás los fríos del llano segoviano, las interminables lluvias de Galicia y así está mañana sí que parecía que ya estábamos en otra estación. Estando en Cercedilla y queriendo marchar a casa a nadie se le ocurriría irse caminando por esas tierras que siempre atravesamos apenas sin verlas a ochenta o noventa kilómetros por hora, pero la idea de completar un recorrido, un capricho más en la cabeza del caminante, eso que en la psicología de la gestalt hace que una línea curva no cerrada la veamos como una circunferencia parece que ejerce una influencia suficiente como para que siga caminando hasta la capital. Terminar algo, concluir, cosas que no pocas veces sólo existen en la cabeza: llegar a Santiago sólo fue en realidad una disculpa hasta el momento de alcanzar la plaza del Obradoiro, instante en que realmente uno puede llegar a concluir lo ficticio de nuestro propósito, es decir, que es el camino y no el destino el objeto de nuestros esfuerzos y que sólo como disculpa nos proponemos una meta. Ítaca es una ficción. Odiseo se promete con Penélope y antes de celebrar los esponsales se marcha a recorrer mundo para luego convertir todo su vagar por lo mares en un continuo deseo de volver a Ítaca. Habría que estar loco para no reconocer en este tipo de comportamiento el deseo implícito no de regresar a ningún sitio sino el afán de vagar y vivir aventuras sin cuento. Ítaca es un invento posterior para hacer regresar al vagabundo, al aventurero, al estado de “normalidad”. El acicate de la aventura, de dejar la casa a nuestras espaldas para vagar por el mundo probablemente pertenece a los rastros que nuestros ancestros nómadas dejaron esculpidos en nuestro ADN. Bruce Chatwin, escritor y viajero de excepción, tiene unos excelentes trabajos en los que especula sobre este particular. Uno no se saca de la manga así porque sí un comportamiento de continuo vagar por los caminos si no es con la ayuda de algún endiablado gen que te empuja a ello.

La sierra está preciosa esta mañana. La Peñota, peña Águila y Montón de Trigo visten los raros oropeles de la nieve. Siete Picos y la Maliciosa a mí izquierda, siguiéndolos todo el rato como compañeros amigos a los que encuentro después de mucho tiempo, ocupan el horizonte por en norte. Sierra amiga, machadiana tierra como aquella de Cidones de los Alvargonzález donde el sol derrama esta mañana su caricia primaveral:

¿Eres tu, Guadarrama, viejo amigo,
la sierra gris y blanca,
la sierra de mis tardes madrileñas
que yo veía en el azul pintada?
Por tus barrancos hondos
y por tus cumbres agrias,
mil Guadarramas y mil soles vienen,
cabalgando conmigo, a tus entrañas.

Machado camina esta mañana entre las jaras y los enebros:

Hacia Madrid, una noche,
va el tren por el Guadarrama.
En el cielo, el arco iris
que hacen la luna y el agua.
¡Oh luna de abril, serena,
que empuja las nubes blancas!

Y nada tan ajeno a Machado como leer un texto hindú de hace más de dos mil años mientras la aislada cumbre de La Maliciosa va surgiendo de entre los pinos como madre y señora del lugar. Hoy me llama la atención la empecinada exhortación que hace Krishna a Arjuna para que se aleje de todo tipo de deseo. Nunca llegaré a entender esta implacable arremetida del budismo y el hinduismo contra el deseo como fuente de todo mal. Este deseo, porque otro deseo es, de suprimir el deseo, se me antoja a veces como si fuera un sonsonete que alguien escuchó en la infancia de los tiempos y que se hubiera quedado ahí transformado en axioma sin pararse a pensar mucho lo que ello significaba. Cuatro días que vivimos y ¿hemos de consagrar nuestra vida a la supresión del deseo, y todo ello porque se afirma que todo deseo engendra dolor? ¿Habremos de nacer y vivir huyendo del placer a fin de no sufrir alguna que otra contrariedad? Ya, reflexiones de chichinabo, dirá alguno: acaso.

Desde luego lo que sí es seguro es que de entrada debemos desconfiar de todos estos dioses que antes de largarte su discurso de ayunos y abstinencias, se descuelgan con un preámbulo tan ególatra que a uno, puesto en la persona de Krishna, o Yavhé, tanto da, se le caería la cara de vergüenza. Krishna, el Bienaventurado Señor, dice: “Yo soy el camino y el fin, el sostén, el señor, el testigo, la casa y el país, el refugio, el buen amigo; Yo soy el origen, la permanencia y la destrucción de lo que existe, la indestructible semilla de todo ser y el eterno lugar de su descanso.
Yo doy el calor, Yo quito y envío la lluvia; Yo soy, ¡oh, Arjuna!,, quienes me veneran, quienes me tienen como un objeto de su pensamiento, quienes están unidos conmigo, logran que Yo les otorgue toda clase de bienes”. A Yavhé le sucede otro tanto, tan poseídos están de sí que necesitan ser amados sobre todas las cosas… porque si no, amigo, haré chicharrones fritos contigo. Es obvia la afirmación de aquella pintada que hace días encontré en un túnel bajo la carretera: “Los hombres y mujeres han inventado a Dios a su imagen y semejanza”.

Lo que no quiere decir que en el Bhagavad-Gita no se encuentren sabias y bellas exhortaciones que, de cumplirlas, nos harán vivir en mayor paz con nosotros mismos y con nuestros semejantes. No en vano el peregrino se despacha desde hace días con un desayuno de esta magnífica literatura hindu; saber milenario que, cribado por el conocimiento de cada uno, no sólo puede hacer las delicias de un lector de nuestro tiempo sino también contribuir con sus sillares de verdades éticas a la construcción de nuestro particular edificio moral y humano.

Debo aclarar de todos modos que ha de entenderse que el peregrino que esto escribe es un ignorante y pobre diablo y que lo único que pretende es dar vueltas a los asuntos en su magín a fin de encontrar un poco de luz en este complicado mundo de las ideas.

Así que al sol de la mañana de este principio de primavera, y mientras la sierra va desfilando a mi izquierda desperdigadas aquí y allá masas de granito y jaras a punto de mostrar los brotes de su grandes flores blancas, todavía los diminutos y olorosos narcisos no han hecho su aparición, un servidor se refugia en la poesía y en lo cánticos del Bhagavad Gita, compañero amigo para un caminante que gustaría ser bueno, esa palabra de la infancia, en el buen sentido de la palabra, bueno. Machado, no más:

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.

Entre las jaras tropiezo con un mojón como muela desraigada de la mandíbula donde una flecha amarilla equivocó su dirección apuntando hacia el sur. La flecha por una vez deja de apuntar hacia Santiago para señalarme el camino de mi casa. Y naturalmente vuelvo a pensar que en esta ocasión no deseo llegar a casa ni a Madrid ni a ningún sitio. Así como los gatos en invierno buscan las cercanías del radiador y en verano el lugar más fresco de la casa, algo así le sucede al caminante que busca en los rincones de la vida el lugar que le puede resultar más placentero, y de momento esto de caminar sigue siendo indudablemente el calor que desprende el radiador o la sombra fresca que protege al gato del calor del mes de agosto

El sendero cerca de Matalpino, después de pasada la desviación de La Barranca, se hace acogedor; prados salpicados de jaras, algunos enebros de bello porte, arbustos de estepa negra, en fin, un riachuelo que corretea alegre junto al camino. A mí izquierda se eleva una trocha que recorrí la pasado primavera con mi amigo Santiago Pino camino de la cumbre de la Maliciosa, una bonita excursión que siguió por la sierra de los Porrones hasta el collado de Quebrantaherraduras. Esta misma mañana había hablado algo más de media hora con él que amablemente había rechazado una invitación para comer conmigo por aquí porque andaba en situación posoperatoria de unas cataratas.

La palabra “ultreia”,que no había oído ni visto en todo mi recorrido, ha hecho su aparición de repente como de uso común por estos pagos. Yo la identificaba como: “buen camino”, pero después quise averiguar su raíz. Aquí está para uso de curiosos: “Parece ser que antiguamente los peregrinos se saludaban diciendo "Ultreia, suseia, Santiago" [Ánimo, que más allá, más arriba, está Santiago]. También se ha sugerido que cuando un peregrino saludaba a otro diciéndole "Ultreia" ("Vamos más allá") el otro le respondía con "Et suseia" ("Y vamos más arriba")”.

Esto se hace muy largo, pero es que la parte más agradable del día tuvo lugar más tarde. Me había duchado y hecho la colada en el albergue de Mataelpino cuando se presentó el paciente Charly, gracias amigo, a recogerme en su coche. Hoy comería con una veintena de amigos, entrañables amigos con los que de tanto en tanto camino y junto a los que celebramos los ritos de la amistad haciendo honor a Baco y sobre todo al placer de la conversación. Gran cosa el de estos encuentros de veteranos amantes de la montaña, que reencontrados al cabo de cuarenta años celebran la vida y la amistad en la confraternidad de una comida. Gracias sean dadas a todos los que con vuestro tesón sabéis mantener vivo a ese santo patrón de los Miércoles. Salud y que los encuentros y la amistad perduren hasta el final de los días.



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