Cartografía de la memoria. Una trotada por las crestas



Eschenlohe, 19 de junio de 2018

Lago Walchensee –Eschenlohe

Mi primer ensayo de vivir al margen del reloj, entre otras cosas para ahorrar batería, dio como resultado que me levantara con las primeras luces del día, las cinco y media de la mañana. Estaba nublado pero un nublado pasable. El paisaje a mis pies era espléndido, al otro lado del lago Walchensee el sol doraba tímidamente las montañas, un macizo de aspecto desnudo y afiladas crestas que cruzaba el horizonte. Si alguien quisiera desayunarse todos los días de su vida con una cumbre de los Alpes no le darían varias vidas para asomarse a ellas. Sé que por aquellas montañas he debido de caminar en algún momento, pero mi memoria no conserva la traza de ese paso. Mi memoria es caprichosa y no entiende de geografía, ella sólo se queda con las anécdotas, con los parajes especialmente bellos o algunos pasos delicados, pero luego difícilmente los ubica en el terreno. La cartografía de la memoria es una cosa la mar de curiosa. Tantas veces que caminando de repente se me aparece un paraje, una circunstancia, la sombra de un árbol donde me detuve a tomar un tentempié; tengo una imagen nítida de ello, pero ¿Dónde fue aquello? ¿En los Alpes Julianos, en Mercantour, acaso en el Gran Paraíso? ¿Y aquella vez que te perdiste y tuviste que plantar la tienda porque se hizo de noche en una estrecha vereda desde la que quitaba el hipo asomarse sobre el valle, donde coño fue aquello? A veces me asomó al Google Earth para tratar de tener una visión general de los macizos que me rodean, pero la tarea es casi inútil a no ser que por allí ande alguna cumbre notable, el Mont Blanc, el Cervino, las Tres Cimas de Lavaredo que ayuden a mi memoria a poner cada cosa en su sitio. Mi memoria la cascó ya hace mucho tiempo y ahora sólo me cabe la sorpresa de darme de narices con un paraje, como me sucedió el pasado año, quedarme parado ante él, rascarme la cabeza y enseguida exclamar: ¡eureka!, leche, pero si fue aquí donde pasé un noche, aquí donde iba leyendo tal libro, allá donde me puse ciego a cerveza o donde me encontré con aquel cuerpo bonito que sonreía como los ángeles.

Es lo mismo. De esta manera sucede que lo que la memoria sirve a un servidor en el presente tenga la calidad de un perfume, una intuición, la calidez ambigua de lo que fue aunque no se deje agarrar del todo, pero donde siempre existen destellos de una breve emoción. Quizás los rasgos más notables de esa cartografía de la memoria consista precisamente en eso, en saber escoger entre toda la barahúnda de los acontecimientos los instantes que estuvieron marcados por una emoción. Sí, ¿y si en lugar de fijar en los mapas carreteras, refugios, caminos, fuéramos fijando en él nuestras emociones, nuestros esfuerzos más queridos, las ascensiones que alegraron nuestro corazón, el día que nos enamoramos? En definitiva la memoria, que a veces parece un congénere aquejado de pereza y abulia, la realidad es que lo tiene muy claro; retiene lo que le interesa, lo que afecta al corazón. Lo demás lo deja ir, agua que una vez refrescó mis mies parece decir, pero poco más. Un día me encuentro con el amigo Laure del Navi por ejemplo, y me dice ¿te acuerdas cuando escalamos aquella arista al Midi d’Oseau? Y yo que he pasado varias veces frente a esa bella montaña del Pirineo, no lo recuerdo. Y sí, me muestra una fotografía que lo confirma. Igual podría haber escalado el K2 y no recordarlo; todo eso para los quisquillosos que se pelean para decir que han subido aquí y allí frente a otros que niegan “tal hazaña”. Si comprendiéramos la poquita cosa que somos y el nulo interés que pueda tener para los demás lo que uno haya podido hacer o dejar de hacer a lo mejor nos curábamos en salud. Cuando a este respecto veo en FB cómo algunos trabajan impertérritos para adornar su yo y embellecerlo con no sé cuantas conferencias que han dado, con las “hazañas” que han cumplido hace tropecientos años o con las tertulias radiofónicas en que han participado en una parroquia de quince o veinte paisanos, mi primera impresión es de alucine. ¿Qué tendrá esto de mostrarse a los demás que tantas pasiones levanta? Incluso estas líneas tecleadas tras una opípara comida con su correspondiente medio litro de cerveza, qué sentido puede tener, aparte de ese vanitas vanitates, cuando bien podría estar echándome una bonita siesta a la orilla del río.







Ya veo, sí, me enrollo como las persianas. A este paso ni mu de mi bonita y aérea trotada de hoy. A ello voy. Tan temprano era esta mañana que quinientos metros de desnivel más arriba, cuando llegué al Herzogstand Hütte estaba todavía cerrado a cal y canto. No llevaba agua así que ni siquiera un desayuno alternativo pude hacerme. Tiré para arriba, arriba arriba hasta la enorme cruz que presidía desde la cumbre el lugar. Lo que seguía era de cuento, una afilada crestería con unos tortazos a ambos lados de cuatrocientos o quinientos metros. A Dios gracias, estos alemanes, que además de tener una buena cerveza son muy ordenados, cada vez que el paso se presentaba en exceso delicado allí estaba el paternalismo alemán para poner remedio a la cosa. Larguísimas barandillas de cable de acero ayudaban a pasar entre los dos abismos sin que a uno le llegaran a temblar las piernas. No me gusta Alemania ni los débitos no saldados con Grecia desde la última guerra, ni otras muchas cosas más, pero esta mañana alabo el interés que han puesto en hacer seguro y transitable este magnífico itinerario alpino.


La niebla jugaba a la comba entre los pináculos calcáreos, llenando de interrogantes los abismos; allí descubría un nuevo mundo, en otro lugar, como una ruborosa jovencita, cubría el cuerpo de la montaña, más allá dejaba ver grandes lagos que despertaban a la mañana a sus pies. La crestería termina con toparse con la solidez de las laderas de una gran montaña que es necesario ascender. Allá me esperaba una agradable sorpresa en la que yo no había reparado cuando miré mi itinerario. A pocos metros de la cumbre del Heimgarten se encontraba un refugio. Refugio abierto y con una amable guardesa dispuesta a servirme un breakfast en condiciones.

Creo que recupero poco a poco ese caminar sin prisas que tanto anhelo. Mis preocupaciones de hoy son livianas, mis baterías que sin sol no puedo cargar y mi tienda de campaña que quiero sustituir de inmediato. Además, hoy he recibido un guiño de una buena amiga que hace una breve consideración en su mail: “En tu tienda sólo cabe uno”. Muy cierto, uno y de muy mala manera. Dejo constancia aquí de ello para que, una vez invitada a pasar unos días caminando conmigo por este mundo de montañas, no se sienta rechazada por la nimiedad de una tienda.

De momento ya he fijado un límite a la jornada para no caminar más allá de las cuatro de la tarde. Además, si las cosas van bien y mis baterías se cargan me propongo inaugurar mis sesiones se cine para el final de la tarde. De momento ya tengo el esplendor del desierto esperándome una de estas tardes con Lawrence de Arabia.

Después del desayuno me tocó un descenso de mil cien metros, fácil y bucólico, que me dejó en la localidad de Eschenlohe frente a un restaurante griego. Ahora demoro largamente en él tratando de cargar mis baterías. El restaurante cerró pero me han dejado en la terraza un enchufe que cumple su función. Desde aquí miro las montañas de los alrededores y me parecen altas y escarpadas en exceso. Debe de ser cosa de mi laboriosa digestión. Esperaré un rato más y más tarde me buscaré un rinconcito para instalar mi vivac.

















Últimos libros publicados 


     
      














2 comentarios:

Paci dijo...

Mientras mojo una magdalena en el café y reflexionó (Marcel Proust) con tus palabras sobre la memoria geográfica, y me siento igual que tú con alguna diferencia poco importante, soy menos tecnológico que tú, sigo saliendo a la montaña sin GPS no llevo mapas digitales el teléfono lo utilizo para oír música y de vez en cuando, cuando me acuerdo sacar alguna fotografía, y así me pasa a veces me encuentro embarcado en algún embolado que no estaba previsto en el recorrido.
Bueno, aquí me quedo esperando tus comentarios mañaneros que me hacen comenzar el día con buen humor y buenas sensaciones.

Alberto de la Madrid dijo...

Ah si no fiera por este maravilloso invento del teléfono. Tres mapas diferentes de los Alpes. Saber siempre donde estás aunque la niebla se masque con los dientes. ¿Y que haría yo sin mis libros, mi música y este año que pretendo hacer mis jornadas más cortas sin mi películas?
Encantado de que mi soledad se atenue con la compañía de un amigo más.