De la vida de un salvaje




 “Fur ein leben frei von ausbeutung (Por una vida libre de explotación).


A una hora de Coburger Hütte, 30 de junio de 2018 

Cercanías de Wolfratshauser Hütte – Bibenvier – A una hora de Coburger Hütte 


¿Se habría equivocado el despertador? Una claridad desacostumbrada y enseguida el sol de pleno inundaba mi tienda. Encendí el teléfono. No, no había equivocación. La zona en la que había acampado estaba sobre los dos mil metros y estaba orientada al este. El despertador sonaría un buen rato después. Había soñado largo y tendido durante toda la noche pero no lograba acordarme de nada. Siendo como somos yo y mis sueños parte de la misma realidad, me sienta mal que una parte de mi yo ande por ahí metido en complicadas historias y que yo no sea capaz de recordarlas, que todo sea algo que sucede en una noche sin espectadores, sin memoria, que desaparezca sin dejar rastro. Desde el punto de vista lógico es algo un tanto absurdo. Imaginemos para comprender la gravedad de este modo de comportarse los sueños, que al día siguiente me despertara y no recordara ni dónde había estado ni que había hecho el día anterior o la semana entera. Soy consciente de que todas las noches mi yo anda por ahí metido en historias y viviendo realidades que me son inaccesibles posteriormente y ello me frustra, especialmente ahora que Gabriel Markus me ha descubierto ;-) que tan reales son mis sueños como esa cabezota pelada al dos que veo ante el espejo.

En fin, me había dormido tarde viendo Lawrence de Arabia y la pereza andaba en mi cuerpo pidiendo dormir un rato más. Pero era imposible, la tienda se estaba convirtiendo en un horno, no un horno como en la película, claro… Recordé entonces el final. Triste final para quien ha tocado con las yemas de los dedos toda la intensidad que la vida puede darle y que hacia la terminación del film ve trastocada su existencia por la posibilidad de tener a mano una pista de tenis o un gintonic con que refrescarse el gaznate. Los ojos de Lawrence, hasta entonces llenos de la luz del desierto, del peligro de un mundo agreste donde la plenitud está al alcance de la mano porque el hombre en él debe gastar todas sus capacidades de que dispone para sobrevivir, para conquistar posiciones en tiempos de guerra, ve alejarse, mientras su automóvil lo lleva hacia Inglaterra, un mundo excepcional que ha sacado de él todo lo mejor para transformarlo en ser excepcional, en héroe, en hombre aclamado y admirado por todos cuantos le rodeaban. Ahora se acabó él para el mismo y para la historia. Ahora la mediocridad volverá a ser la tónica de su vida. Adiós al magnífico esplendor del desierto y a los conflictos que superar entre árabes, turcos y el gobierno de su Majestad. La vida vuelve a ser poco más que un aburrido y monótono juego. Y, no hay más porque de inmediato sobre la pantalla aparece la palabra FIN.


Cercanías de Wolfratshauser Hütte, leo yo ahora sobre la cabecera de mi post de ayer. Craso error. No soy muy puntilloso leyendo los mapas y así me sucede a veces. Miré por encima y cuando partí de la tienda me dije: en media hora, una hora no más estoy desayunando en el refugio. Lo que no había previsto es que a media altura del valle al sendero le diera por subirse por las alturas, nuevamente hasta cerca de los dos mil metros. El refugio estaba en un valle diferente, al otro lado de un collado que yo no veía.

Desde Wolfratshauser Hütte la vista como tantas otras veces, refugios siempre situados en lugares estratégicos y bellos, era magnífica. Había pasado sobradamente la hora del desayuno, pero me valió un buen pedazo de strudel y una gran taza de café con leche. Cuando te sumerges en el bosque, el bosque te acoge, te abriga, acoge tus pensamientos o, como esta mañana, acompaña tu lectura tal si estuvieras sentado en tu casa a la sombra de una acacia. Para esta mañana necesitaba algo que estimulara mis reflexiones. Caminar durante mucho tiempo solo, tiene bastante de ese ejercicio que hicieron Buda, Jesucristo o Mahoma retirándose durante semanas a meditar bajo un árbol, en el desierto o Mahoma en su tienda. Tantas horas de marcha dan para ese ejercicio que termina siendo uno de los elementos siempre presentes en ella. Después del frustrado paseo por la filosofía de Gabriel Markus necesitaba algo seguro que garantizara mi interés. Lo encontré en Ortega y Gasset,un volumen de ensayos que lleva el título de  El hombre y la gente.

Antes de seguir quiero hacer una aclaración. He visto con alguna frecuencia quien se sirve de citas y de autores como si éstos fueran una carta de presentación de sí mismos, y quizás con razón; no lo sé. Por ejemplo, un conocido alpinista español que cita con frecuencia en FB a Ortega y Gasset y se manifiesta discípulo de él (algo que, por otra parte, es difícil saber qué significa, de la misma manera que tampoco se sabe qué significa cuando en otra entrada afirma que Jean Paul Sartre le ha decepcionado). Que no sea mi caso. Un servidor no es discípulo de nadie, un servidor lo más que puede decir de sí es que es un salvaje (que lee) y que le gusta saber de qué va esto de la vida y la realidad y que para ello lee por aquí y por allá aquello que le pueda orientar sin intención de deslumbrar a nadie. Un salvaje, por cierto, que haciendo la vida que hace, para más inri, que no se lava en exceso, que se cepilla los dientes sólo cuando le sobra agua y que si hace la colada es de Pascuas a Ramos, vamos, un tío nada, pero que nada ejemplar. Uno es/fue un maestro de escuela y no aspira a que se formen de él un concepto equivocado. Sí, no vaya a suceder como no hace mucho que hice una buena amiga a partir de mis post y que un día, como ella descubriera en Internet que un servidor tenía publicados más de medio centenar de libros sobre distintos asuntos, quedara cortada por lo que ella dedujo, que se encontraba con un autor de muchas luces. Jajaja, le contesté, no te engañes, con un poco más de lo que se aprende en párvulos hoy ya se puede ser escritor en eso que llamamos Internet, un lugar, por cierto, que ha democratizado hasta tal punto la cosa de permitir a cualquier tonto convertirse en vocero de la comunidad. ¡Horror!

Dicho lo cual vuelvo a Ortega y Gasset y al tema que fue desarrollando mientras descendía por un frondoso y bello bosque de abetos desde Wolfratshauser Hütte camino dela localidad de Biverwier. Hablaba Ortega del ensimismamiento como capacidad del hombre de autopensarse, capacidad de reflexionar sobre sí y sobre la realidad, y lo contrastaba con la continua inquietud de los animales, ponía como ejemplo a un chimpancé, siempre atentos a husmear un peligro y que cuando no están en esta situación se adormecen porque no tienen capacidad como nosotros para ensimismarse y reflexionar sobre la realidad. El ensimismamiento separa a la vida humana de la animal. La idea nueva que encontraba en este primer ensayo estaba relacionada con el hecho de que el pensamiento no es algo que tengamos en sí, sino que habiendo sido adquirido a lo largo de siglos y milenios, igual que se ha adquirido puede desaparecer. Es decir que corremos el peligro de volver a etapas anteriores, a la animalidad, si esa capacidad de ensimismamiento llegara a desaparecer; valga decir el no ejercicio del acto de pensar podría hacer retroceder a la especie a su condición biológica anterior. De esta manera breve resume Ortega la idea: “El pensamiento no es un don del hombre, sino adquisición laboriosa, precaria y volátil”.


Por la mañana, desde el refugio Wolfratshauser, había localizado el collado en donde estaba el refugio Coburge, al otro lado del valle a dos kilómetros de altura, posible fin de mi jornada de hoy, y me pareció que, aunque el sol pegaría fuerte después de comer, la cosa no se presentaba complicada. Era un ochocientos por cuatro para hoy, dos ochocientos de bajada y otros dos de subida. Pues no, resultó que el collado sólo lo veía parcialmente y que la subida real me la tapaba una loma. Fue una ascensión agotadora. Subía despacio como siempre, pero las fuerzas no me llegaban. Hubiera querido parar a las cuatro pero el terreno no lo permitía. Había imaginado un ascensión por largas praderías con la posibilidad de vivaquear en ellas y lo que me encontré fue una empinada senda que me cortaba el aliento. Imagino que subir un ochomil debe de ser jodido, pero a veces no lo percibo mucho más empeñativo que estas ascensiones donde hay tantos momentos en que pareces dejarte a trozos el cuerpo por los peñascos del camino. Cuando traspasé la línea del bosque se me hizo tan penoso, pese a mi caminar lento, que tuve que parar a tomarme las pulsaciones. El cardiólogo me enseñó en una ocasión una fórmula para determinar las pulsaciones máximas que no se deben pasar en función de la edad. La había olvidado. Andaban por las ciento cuarenta y cinco. No me parecieron demasiadas ni que estuviera excesivamente acelerado. Continué el camino; ahora, más empinado si cabía, atravesaba algunas pedreras hasta una pared rocosa. Me salí de él concibiendo la posibilidad de que hubiera junto a la pared espacio para mi tienda. Había una cueva pero todo estaba muy accidentado. Un rato antes había oído cerca un riacho de agua que me había sonado como un coro de ángeles pensando en el litro escaso que llevaba encima, pero no lo llegué a ver oculto tras un espolón. El sonido se fue alejando como un amor imposible que no quiere saber nada de nosotros. Miraba de continuo la posibilidad de poner mi tienda en el sendero cuando éste no estaba tan empinado, pero curva tras curva el metro ochenta que necesitaba no aparecía.



Fue un milagro llegar al collado y encontrarme un pequeño prado perfectamente horizontal en aquel mundo accidentado. De nuevo más allá las montañas se mostraban espléndidas, un regalo para mi vista. Las nubes las ocultaban parcialmente dándoles un aspecto agreste soberbio. En el collado encontré este novedoso cartel de la Via Alpina. Estrené mi traductor de Google cuyo archivo estaba corrupto y tuve que reinstalar. Mosqueado yo con el asunto del robo de mi comida días atrás, probablemente por un zorro, en seguida pensé en que quizá pondría en guardia contra estas bestezuelas a los caminantes. Abrí la aplicación. La traducción que me devolvió el traductor para “Fur ein leben frei von ausbeutung, fue ésta: “Por una vida libre de explotación”. Entre el zorro que me había robado y la advertencia sobre el cartel de la Via Alpina había perfecta correlación. En ambos casos entraban en juego los ladrones, en el último caso los ladrones asumirán también el papel de explotadores. Por una vida libre de explotación; en eso deberían parar todos los programas políticos en un mundo donde los explotados somos de una manera u otra el noventa y nueve por ciento, mientras que los explotadores representan el uno por ciento. Nadie se hace inmensamente rico sin ser a la vez un explotador. 

“Fur ein leben frei von ausbeutung (Por una vida libre de explotación)












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