El Toboso , 22 de marzo de 2019
Camino de Levante. Etapa Las
Pedroñeras-Mota del Cuervo-El Toboso.
A veces siento que en algún
momento terminaré haciéndome transparente, liviano, ajeno a los ruidos del
mundo, pero dudo, siempre dudo, una persona de mediana inteligencia y de
entendederas corrientes que sabe que más allá hay tanta gente con mejores
condiciones que lo harían mejor y con mayor conocimiento, más agraciadas, y que
a lo mejor debería propiciar enterrar estas ganas de expresarse y que sin
embargo sigue escribiendo interminablemente cada vez que sus pies pisan los
caminos de esta tierra, España la llaman; lo siento con tanta intensidad… y sin
embargo día a día persiste la duda; con la disculpa de que esto no llega a
ninguna parte, que sirve acaso a las largas noches de invierno en que repasar
las cosas de la vida, el asunto sigue adelante; sólo que de tanto en tanto un
anónimo lector, como el que ayer dedicó unas palabras a mis crónica, me hace
reconsiderar la conveniencia o no de hacerme transparente, de desaparecer en la
mismidad de mi persona arrebujado en la emotividad de quien se abraza a su oso
de peluche, caro abrazo en donde descansar del acoso del mundo y de las
impertinencias de la política. Y sin embargo resulta que al otro lado hay
alguien que entiende algo de esta verborrea que en mí suscita la fatiga del
camino o las aventuras de don Quijote y la cosa pone en el candelero esa
cuestión de la transparencia que con su fuerza magnética me invita a
desaparecer de las redes para refugiarme en el embeleso del Walden de Thoreau, del anonimato del
huerto de Cándido de Voltaire. Fue un comentarista anónimo en mi último post el
que suscitó este párrafo. ¡Cuánto me gustaría compartir, sabiendo que al otro
lado de estas palabras, que pacientemente tecleo en este teléfono al final de
mi jornada, estos pensamientos que surgen entre viñedos y conventos, conventos
también, porque anoche, que me costaba tanto dormirme, al final acudió a mí,
durmiendo como dormía en un lecho que hasta dos años atrás había sido ocupado
por novicias, es decir, mujeres equivocadas de amor, tiernas, que acaso si hubieran estado libres de prejuicios, habrían compartido
gustosamente su lecho conmigo; ya digo, no podía dormirme y entonces quise indagar
por aquellas novicias que habían ocupado mi cama años atrás y, Dios, todos mis
deseos se despertaron a una y entonces pude gustar el suave deleite de
imaginarlas entre mis sábanas; pero no se pierda quien esta líneas lee; decía
que cuánto me gustaría, sabiendo que puedo compartir las pequeñas cosas que me
trae el camino, continuar este diario de caminante sin el estorbo de quien
siente que aburre al personal! No quiero que los incisos y los puntos y comas
obstaculicen el hecho, que tengo que introducir aunque sea con calzador, de que
pasar la noche en un convento de monjas abandonado a la suerte unos años atrás
confería a mi imaginación un material erótico que idiota habría sido
desperdiciar cuando el sueño tanto se hacía esperar.
Y escribía el anónimo comentarista
unas líneas que me hacen olvidar ese escondido deseo que me persigue de hacerme
transparente, invisible, porque acaso cuando al otro lado de las palabras
sientes que éstas tropiezan accidentalmente al menos con algunos receptores,
pues bueno… piensas que acaso no sea malo continuar dando aire a este diario.
En algún momento vi a lo lejos los
molinos de viento de Mota del Ciervo sobre la ladera de una colina, pero iba
tan embebido en la lectura que los molinos quedaron sin pena ni gloria a mis
espaldas. Cuando los recordé y quise fotografiarlos los había dejado lejos tras
una loma. El paisaje es así, tranquilo, sin asaltos o respingos que te hagan
estar alerta. Las señales amarillas se repiten regulares acompañadas por las de la Ruta de don Quijote y lo único que tienes que hacer es ir poniendo
un pie detrás del otro, hoy treinta, cuarenta mil veces sin que haya necesidad
de gastar ninguna atención a ello, lo que propicia mi refugio en la lectura.
Hoy había comenzado un libro titulado La
España vacía, de Sergio del Molino, que días atrás me había recomendado
Paco para esta ocasión con muy buen tino, dado que un servidor esencialmente es
un caminante de esa España vacía, la España más allá de las ciudades, la España
rural, la olvidada, la España que yo recorro interminablemente desde hace años.
Un libro, que a lo que llevo de
él, cuando ya me acercaba a El Toboso a un altillo donde el amigo alemán Heine,
compañero peregrino, descansaba de las fatigas del camino comiéndose unas
mandarina, momento que aproveché para descansar y cambiar algunas palabras con
él; que a lo que llevo de él, decía, me habrá de acompañar por este vacío
paisaje donde a lo largo del día escasamente atravieso no más de uno o dos
pueblos.
En algunos momentos siento estar
viviendo en un tren de alta velocidad que apenas tiene tiempo para dejar o
recoger pasajeros a lo largo del día. Una cerveza y un bocadillo de jamón en El
Pedernoso, un vistazo rápido a Mota del Cuervo, una autovía que atraviesa el
camino, un paisano con quien me encontré y al que pregunté por qué arrancaban
las cepas y que me explicó con todo lujo de detalles que iban a plantar vides
de espalderas que permiten automatizar el trabajo mucho más, un libro con el
que comencé la jornada, Khalil Gibran, otro que siguió que hablaba del mundo
rural. Y llegar a El Toboso y comer en un restaurante y ver la prensa y
escribir y localizar el albergue de la juventud y subir a la habitación,
luminosa y con un buen panorama sobre el llano y echar un sueñecito y despertar
y hacer un té y tomarlo con unas pastas y… la cena, y acaso la película o un
rato de oír música y dormir y levantarme y al rato salir a la noche y caminar
el inmenso llano de la Mancha y… ¿ese eterno retorno de reiteraciones que me
harán poner un pie tras otro una vez más, esas treinta, cuarenta mil veces
hasta llegar a otro pueblo donde pernoctar y despertar para encontrarme la luna
que ahora, después del esplendor de ayer mismo sobre el horizonte del amanecer,
decrece, desaparece un tiempo, sale, crece, hincha su cara redonda de nieve,
decrece… y así hasta el final de los tiempos; ella, yo igual aunque por un
tiempo mucho más breve. Paco, que tan bien me cuida con sus recomendaciones de
libros, y películas últimamente, días atrás me sugería un interesante volumen
que hablaba precisamente del tiempo, y que, ah, no estaba en mi surtida
biblioteca de Epublibre, lo que sentí, porque es un asunto que me sigue
teniendo intrigado, porque si en alguna ocasión creo entender que la física
cuántica parece interpretar que todos estamos conectados y formamos parte de
una misma esencia, cosas que me son incomprensibles pero en las que me gusta
pensar de igual modo que me gusta entender que soy parte del Todo y que el
tiempo en sí no existe porque existir significa una especie de simultaneidad en
donde se dan la mano todos los instantes de la vida y toda la historia de la
humanidad; porque si las cosas son así aunque no las entienda, la vida se hace
más plena por el hecho de poder tener a mano precisamente la simultaneidad de
nuestra existencia. Ja, me perdí, Paco, decía… olvidé lo que iba a decir, acaso
darle las gracias desde aquí.
Para Hemingway el tiempo era el
río en el que él pescaba, para mí estos días el tiempo es el camino, ese
esfuerzo continuado que, cuando la jornada se prolonga más allá de los treinta
kilómetros, adquiere cierto cariz de sufrimiento pero al que yo susurro
palabras al oído diciendo: bien, no pasa nada, tira para adelante, haz fuerte a
tu cuerpo, cúrtele con trabajo y dificultades, que es ahí donde nacen algunas
excelencias de la vida. Madruga, tírate de la cama aunque falten un par de
horas para el amanecer, eso fortifica tu voluntad y sensibiliza tus sentidos,
aguanta el frío. Sí, a la vejez verrugas, así hasta el final. Y que degustes
ese manojo de sensaciones que todo ello te depara. Amén.
Iba a escribir sobre La España vacía, que después de
abrumarme con los datos de ese vacío del interior peninsular hasta el punto de
mosquearme, se hizo interesante y hablaba de Surcos, la película de
José Antonio Nieves Conde, de Tierra sin pan, de Buñuel, de La lluvia amarilla, de Llamazares y de
un puñado de novelas que glosan la España rural de la posguerra, pero a estas
alturas, por eso de que aunque el tiempo no exista lo cierto es que uno no
alcanza a meter en un día todo lo que quisiera hacer, la cosa no da para más.
2 comentarios:
No nos prives del gozo de tus escritos contando tus vivencias , pensamientos y avatares durante el camino por el comentario inoportuno de algún cenutrio anónimo sin sensibilidad. Ánimo y sigue deleitandonos
Hombre, no intérpretes equivocadamente, que me gustaron sus líneas, precisamente palabras que contrapesan mis "malas" tendencias que a veces me invitan a la transparencia y a la invisibilidad. Oye, el próximo mes Victoria quiere llevarme a una Ruta que recorre la costa vasca. Me encantaría que nos pudiéramos encontrar. Ya te diré. Un abrazo.
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