“Nos han robado la vida”





La Roda, 19 de marzo de 2019 

Camino de Santiago de Levante. Etapas Higueruela – Albacete – La Roda 


Suena el despertador a las cinco de la mañana. Ufff, me cuesta moverme, los casi cincuenta kilómetros de ayer, un tirón de dos etapas para salvar Chinchilla que no tenía albergue, habían dejado mi cuerpo en un estado un tanto lamentable que el sueño de la noche no ha sido suficiente para mitigar. Al salir de Higueruela no hice caso del trazado del Camino de Levante, que pasaba por Chinchilla, y me confíe a Osmand, la aplicación de navegación que uso últimamente, para que me llevara directamente a Almansa. Fue acertado porque el recorrido, solitario y bonito, recorría una pequeña sierra de entretenidos cerros que en algún momento tropezó con una zona militar pero que al final pude sortear. Ni un alma, ni un vehículo, nada, una completa soledad envolvió durante toda la jornada mi caminar. Pero andar por los cerros, con sus continuas subidas y bajadas, termina por demandar un esfuerzo suplementario que ahora mi cuerpo acusa a la hora de levantarme de la cama. Encuentro no obstante fuerzas para salir de bajo las dos mantas y, soñoliento como un oso sacado de la hibernación en mitad del invierno, encender de inmediato el teléfono y poner en los altavoces una cumbia que comienza: “Mira los aburridos con lo pies deprimidos, mira como se levanta con la pierna culemba… mira la gordita metiendo la barriga, cómo se fatiga… un poquito de tequila para estimular la espina dorsal… “. Y ya, ya me estoy despertando. Cuando Adriano Celentano entona La cumbia de chi cambia ya me despierto del todo y mi cuerpo se mueve con soltura como si estuviera en la fiesta de un pueblo animado por la música y un barril de cerveza. Son las cinco y cuarto de la mañana y el sol está todavía muy lejos de asomar las narices por esta parte del mundo, pero yo ya le saludo y, haciéndolo, siento cómo mis articulaciones crujen y se amotinan contra mí cuando mi cuerpo se inclina tenso y reverente hacia adelante como un adepto de Alá lo haría mirando a La Meca. Ya estoy listo para meterme bajo el chorro del agua fría de la ducha. El desayuno me espera, un gran tazón de leche con muesli, una manzana y una barrita energética me dejan ya preparado para echarme al camino.


Hace algo más que fresco pero se ve que la ducha es un buen remedio contra el frío. Una camiseta y un forro son suficientes de momento para atravesar la ciudad y dejarla atrás. Pero cuando comienza a amanecer baja todavía más la temperatura y pronto tengo que ponerme el pluma. Es una mañana gris y macilenta que incluso deja caer una fina lluvia que no llega a imponerse. Abrigado con guantes y gorro de lana escucho los primeros minicuentos de Khalil Gibran. “Una zorra miró su sombra al amanecer, y dijo:
—Hoy preciso todo un camello para almorzar.
Y pasó toda la mañana buscando camellos. Pero al mediodía volvió a ver su sombra, y dijo:
—Con un ratón me bastará”.

La versión de Gibran de la fábula de La zorra y las uvas verdes, me hace sonreír pensando en lo infantiles que podemos llegar a ser. En el siguiente, titulado El rey sabio, una bruja envenena el único pozo de agua de un reino. Al día siguiente del pozo beben todos los ciudadanos, excepto el rey y su chamberlán, y como consecuencia todos los ciudadanos se vuelven locos a excepción del rey y el chamberlán.
Y durante aquel día, todas las gentes no hacían sino susurrar el uno al otro en las calles estrechas y en las plazas públicas:
—El rey está loco. Nuestro rey y su gran chambelán han perdido la razón. Naturalmente, no podemos ser gobernados por un rey loco. Es preciso destronarlo.
Aquella noche, el rey ordenó que le llenasen un vaso con agua del pozo. Y cuando se lo trajeron, bebió copiosamente y dio de beber a su gran chambelán.
Y hubo un gran regocijo en aquella remota ciudad de Wirani, porque el rey y su gran chambelán habían recobrado la razón”.


El día anterior, cuando bajaba de la sierra que se eleva a oriente de Albacete, me había sorprendido el espectáculo del llano que nacía al pie de lo cerros y que se extendía perfectamente plano como la mar hasta el infinito del horizonte. Ahora camino por esa llanura que vista desde el aire imagino como un gran tapiz de telajes ocres y verdes tiernos de cebada primeriza donde de tanto en tanto aparecen hileras de olivos o disciplinados ejércitos de vides desnudas que son cruzados por las líneas claras de los caminos rurales, siempre pistas que parecen perderse en el horizonte o que se dirigen a pequeñas agrupaciones de casas enjalbegadas junto a las cuales suelen crecer un puñado de robustos árboles.


En alguna ocasión he comentado en este blog la idea de Unamuno de que para conocer el mundo no se debería ir más rápido que lo hace un jumento, a lo que yo añadía que hasta la velocidad de un mulo puede ser demasiada, a lo que agregaba que hay que caminar por el mundo lo suficientemente despacio como para ver crecer la hierba. Hoy me desdigo porque aunque caminara a semejante velocidad es bastante probable que no me enterara de la cuarta parte del paisaje por el que atravieso. Primero son Isabel la Católica, Fernando, su hija Juana, la expulsión de los judíos, la Inquisición… esas cosas y más tarde es la total inmersión en la novela de Charlotte Bronte. Algo que me place es encontrar en una novela la visión de la realidad desde la perspectiva femenina; en un mundo invadido por la visión masculina de dicha realidad desde siempre, encontrarse con la mirada de la Bronte es como una brisa fresca en un caluroso verano. El hecho de que la autora de obras maestras de la literatura universal como Middlemarch tuviera que enmascarar el hecho de ser mujer tras el nombre masculino de George Eliot da idea de la férrea dictadura que ejercían los varones sobre las mujeres, hecho que probablemente ha dejado a la literatura de todos los tiempos huérfana de un punto de vista, el femenino, que a mi entender hubiera enriquecido notablemente la literatura universal; de hecho el placer de la lectura que me proporciona Villette, esencialmente tiene que ver con la interesante perspectiva femenina que proporciona del mundo de hombres y mujeres. Habituados como estamos a ver en la literatura el mundo con los ojos de los hombres, encontrarse con las páginas de Charlotte Bronte es como entrar en otro universo. Todavía se acusa en la novela una cierta mirada sobre el hombre en que se le concede un estatus por encima de la mujer, pero, ahí vemos ya trabajar tímidamente a la autora con pico y pala intentando socavar los cimientos de la supremacía masculina. Yo me pregunto admirado con frecuencia por qué las mujeres, maestras y alumnas, aparecen tan frecuentemente con una labor de punto entre las manos. Da la impresión, y sucede con las mujeres de la alta sociedad también, que fuera inverosímil retratar a una dama o una jovencita pasando la tarde leyendo un libro. En sus ratos de ocio las mujeres de la novela de la Bronte siempre cosen o hacen algún tipo de labor similar; y si hay excepciones entonces tocan el piano.

Caminar es meditar, leí una vez en una preciosa novela de John Berger titulada Puerca tierra, una idea que se me quedó grabada en un principio y que en el transcurso del tiempo ha adquirido la consistencia de realidad indiscutible. Hoy, en los descansos en que detenía la aplicación que me lee los libros, me dio por pensar que en esencia en realidad yo no caminaba por el Algarve, la ruta Vicentina, los Alpes o, ahora, el Camino de Levante, o al menos no eran esos los senderos y paisajes más notables por los que yo pasaba en mis correrías. Mi caminar es con tanta frecuencia meditación, reflexión, ensoñación, paseo por el pasado, que difícilmente puede decirse que camine por aquí o por allá como actividad principal cuando lo que atraviesa principalmente mi yo no es el paisaje que me acompaña sino la colección de mis sensaciones y pensamientos. Es tan secundario en ocasiones el entorno que atravieso que no es difícil que cuando al cabo de años repito un itinerario recuerde entonces con más precisión las páginas de un libro que leía por aquellos senderos o los pensamientos que me acompañaban que los mismos detalles de ese paisaje. Hoy los caminos derechos como una línea perpendicular que fuera a encontrarse con el horizonte, propiciaban mi ensimismamiento.


En La Gineta, ya a mitad de camino, kilómetro veinte (estas etapas son matadoramente largas), paré a tomar algo en un bar. La tele estaba tan alta que era imposible no oír lo que se decía en ella pese a que me puse los tapones de cera. Estaban entrevistando a Irene Montero. Contrastaba el empeño apasionado que ponía en sus palabras con el aburrimiento letal que me producían. Me molestaban también los kilos de maquillaje que le habían puesto encima para la ocasión, algo que probablemente ella hubiera querido evitar. Oigo a Irene Montero, a Pablo Iglesias, a Echenique, un decir porque apenas los oigo :), como si sus palabras, siempre las mismas o parecidas estuvieran grabadas en uno de esos organillos que utilizaban a mitad del siglo pasado por las calles y que no tenían más que unas pocas piezas que repetía incansablemente el organillero durante años. Si un político no sabe diversificar su discurso y su vocabulario, por favor, que haga un máster (no una masterbación, que es cosa privada e íntima) de esos… Es el caso que los que se han hecho con el aparato de Podemos, con más o menos mañas de trileros, me caen cada vez peor. Una vez oí decir a Iñaqui Gabilondo que Irene Montero era una buena parlamentaria. No sé, énfasis no le falta, pero creo que es una persona que aparte de su apasionamiento no da en absoluto la talla. Acaso suceda también que no haya políticos, al menos en lo que aparece en los medios, que den la talla en absoluto. Recuerdo un caso que mencionaba Carlos Taibo en un libro sobre los Países del Este, de una mujer húngara que fue invitada a visitar Berlín Occidental. Cuando vio aquel mundo de prosperidad en comparación con la miseria en que se vivía en su país, exclamó: “Nos han robado la vida”. Hoy, viendo el curso de Podemos y el modo en cómo una pequeña camarilla ha usurpado los hilos que mueven el aparato, yo me siento inclinado a gritar algo parecido: Me han robado la vida. Sí, esta gente y sus manejos han jodido la esperanza que después de décadas había brotado al calor del 15M. Ahora uno ya no tendrá tiempo más que de atenerse a la mediocridad reinante, un ambiente para echarse a dormir de nuevo.


Desde La Gineta llamo por teléfono a la responsable del albergue, la enfermería de la plaza de toros de La Roda. ¿Cómo te llamas, le pregunto a la mujer que me atiende y me ha de dar las llaves? María del Señor, me contesta. Y tomo el camino hacia La Roda y voy pensando en tanta gente, religiosa o simplemente preocupada por dar un servicio a los además, y recuerdo a tantísimos hospitaleros o responsables de albergues en los que he pernoctado en múltiples Caminos de Santiago, cuando no en todos aquellos que han cubierto voluntariamente los miles de kilómetros de los Caminos con señales o han trabajado en agrupaciones de ayuda al peregrino, y siento en consecuencia un enorme reconocimiento por todos ellos por su hospitalidad, por su trabajo voluntario. 

























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