Piropos



 Navas del rey, 5 de abril de 2019

Camino de Santiago de Levante. Etapa San Esteban de Palacios – Navas del Rey.

Pardiez, que cansado estoy hasta el fondo de mis huesos. Pudiera ser que este tinto que se sirve en las posadas próximas a Toro, espeso pero que entra en el cuerpo asaz bien, tuviera parte en ello, porque echéme la siesta algo aturdido y ahora no tengo fuerzas para levantarme, que me pesa el cuerpo como si estuviera hecho de fanegas y fanegas de senderos infinitos, estando en condiciones no más que de seguir durmiendo hasta el final de los tiempos. Mas ¡ea!, despierta, le digo a mi cuerpo que como ceporro abotargado parece haber perdido la inteligencia y el control de sí. Despierta, y a ver de qué coño hablas esta tarde, que ya te vi yo tomar un par de notas esta madrugada…

Ufff…me duele hasta el alma. Veamos por donde comenzó la historia de este día, que tras la siesta parece más largo que un día sin pan, que si hiciera caso a don Quijote con aquello de come poco y cena más poco, que la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago, acaso mejor me fuere; sí, que comenzó con música de Puerto Rico con aquello de:

Y qué, y qué, azuquita pa el café,
que inspirado el Creador
cuando hizo a la mujer,
que a mí no me importa cuál
siempre que sea una mujer.
Y qué, y qué, azuquita pa el café…


Y ya tan pronto pensé que las feministas se equivocan con eso de hacer la guerra a los piropos, que lo digo recordando el salero de mi abuelo que desde el otro lado de su puesto de pipas era por entonces el más querido de las jovencitas que por la calle pasaban o venían a comprarle un cigarrillo, que a mí eso de que a las mujeres no les gusten los piropos me parece que es dicho con la boca pequeña, al menos en los tiempos de mi infancia en que oír un piropo y ver estirarse a una moza de gozo era como contemplar el nacimiento de una flor en el erial de lo cotidiano, más si la moza correspondía con el regalo de una sonrisa. Que de puro formalistas y serios vamos a convertir la vida en la oficina de un notario es algo más que probado. Un servidor jamás se hubiera atrevido a decir un piropo, que la timidez en mi caso me habría encarnado hasta las orejas, lo que no quita que envidiara el salero que tenía alguno de mis tíos y vecinos para ejercer con gracia y respeto tal menester, que  parecía fuera don de varón que, contemplando la belleza de una mujer, deja salir de su pecho, cual gorgorito de tenorio, el trino de su admiración. Que escrito está en la verdadera historia de don Quijote que las gracias y los donaires no asientan sobre espíritus torpes, y a quien Dios se la dé San Pedro se la bendiga y que mejor no menear el arroz aunque se pegue.

Yo no entiendo de estas cosas, pero dejando a un lado las groserías y la mala educación, que es cosa que como las malas hierbas conviene arrancar del huerto y, con más razón de los hábitos sociales, a mí es cosa que me admiró y que en las calles de La Habana, cuando yo lo viera, dibujara en mis labios una sonrisa de asentimiento.

Estaba con esto de los piropos cuando me acordé de una famosa fotografía (An american girl in Italyde los años cincuenta que la avisada fotógrafa Ruth Orkin urdió en un reportaje para ilustrar la dificultades que tenían las mujeres para viajar solas en aquella época. Urdir porque Orkin hizo pasear a su amiga por paisajes urbanos diferentes hasta conseguir esa pequeña obra de arte de más abajo. Un aspecto del piropo que la fotógrafa logró destacar y que habla de una forma de ser, o mejor que formaba, la de los italianos en este caso, que a mí, que viví en Italia algún tiempo, me gustaba y me divertía. Probablemente esta girl americana, que por otra parte no hacía otra cosa que actuar de incógnito para la fotógrafa, no pensaría lo mismo. Un asunto abierto como se ve. Mis diferencias con lo que sé de numerosas feministas son muchas pero en este asunto me siguen gustando los aires de las calles de La Habana. Aunque estas estampas hayan desaparecido tiempo ha tanto de Italia como del resto de Europa el sabor que dejan es el de una beneplácita sonrisa mal que les pese a algunas feministas, respeto y sentido del humor por medio.


En fin, que por otra parte la lectura de los capítulos en que al fin Sancho es gobernador de la ínsula Barataria siguieron adelante después del amanecer, que fue turbio y lleno de presagios de lluvia. Esos y otros sucesos que acaecieron a su señor don Quijote en el castillo del conde me acompañaron hasta Medina del Campo y mucho más allá. Cruzando un pinar de orondos pinos, gordos como cerdos cebados para la próxima matanza, empezó a llover y hube de ponerme toda mi indumentaria de agua. Hacía frío y el viento vapuleaba mi rostro, pero no fue tanto que abandonara los engaños y bromas que entre la condesa y el conde urdían tanto a don Quijote como a Sancho dando regocijo así a su ocio. En Ávila cargué con El libro de la vida, de Teresa de Jesús y antes Meditaciones del Quijote, de Ortega y Gasset, con el ánimo de que mis lecturas estuvieran en conexión con los paisajes que atravieso y leo, pero visto está que, en teniendo el día veinticuatro horas, la cosa no me da para más, que anoche mismo empecé a ver Blow up, de Antonioni y no pude llegar ni a la mitad porque me caía de sueño. Sí, voy a tener que dejar algunas de mis lecturas, como tantas cosas, para otra reencarnación.


Y que en esto de terminar de caminar, hoy los treinta kilómetros, de comer, sestear y después escribir un buen rato y tomar un té con galletas de chocolate y más tarde hacer algún tipo de ejercicio y no hacer nada y terminar cenando y viendo una peli consista una de las gracias de esta vida de vagabundo, dice mucho de lo conveniente que tiene que seguir siendo caminar todos los senderos que a uno se le pongan por delante. Montañas que me dais la vida, titulé un libro anterior mío; igualmente podría decir caminos que me dais la vida, libros que me la enriquecéis, noches de andar que me la adornáis, emociones que me acompañáis, sensaciones y fatigas que me visitáis. 


Nota: antes de subir esto a mi blog quiero dejar aquí unas líneas de agradecimiento a la persona que confeccionó esa nota. Lo siguiente:


Esto me encontré clavado en el tronco de un árbol. Gracias les sean dadas a don Angel Arias Sánchez, septuagenario encomiable, que como aquel anciano que quería quitar con pico y pala una montaña que estorbaba la llegada del sol a su pueblo, merece todo nuestro agradecimiento por esta lección de civismo y buena voluntad.








La flecha amarilla señala la dirección de Santiago de Compostela ;-)






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