El Piz Badile y las olas de la playa de Zarauz



Junto a Zarauz, 17 de mayo de 2019 

Tenemos aparcada la furgo sobre un alto al este de Zarauz. El viento vapulea nuestra casa rodante y llueve ligero y sin premura. Llovió toda la noche y en consecuencia ello se alió a nuestro ánimo para que en vez de levantarnos a la hora del alba durmiéramos blandamente hasta muy tarde, primero por pereza y después porque es delicioso dormirse de nuevo oyendo repicar la lluvia sobre el techo de nuestra chozacar. Después dimos el obligado paseo por la playa y por el espigón occidental para a continuación caer en el dilema de qué hacer en los días siguientes. Si estuviéramos de camino para una larga ruta apencaríamos con el mal tiempo, pero saliendo así del confortable calor de este habitáculo viajero, la cosa se hace más difícil y cualquier disculpa es buena para no enfrentarse a la lluvia. Cuando leo la cantidad de días que he pasado bajo la lluvia en los Caminos de Santiago del invierno o en algunos veranos en los Alpes y descubro el placer que al final he sacado de tantos remojones, me extraña que la lluvia me arredrara esta mañana. Me extraña pero es una realidad. 

La fortaleza que dan las grandes rutas, una fuerza de voluntad que va creciendo según se van acumulando distancias y desniveles, es un hecho prometedor que ayuda a persistir en los proyectos. Me ha pasado cada verano cuando comenzaba un nuevo vagabundeo de dos o tres meses por los Alpes. Cuando se acercaba en esas ocasiones la fecha de la partida siempre me flaqueaba el ánimo, me sentía nervioso, mi forma física no estaba a la altura, pero según iban pasando los días e iba acumulando horas y horas de marcha, días de tormenta y lluvia, notaba que mi cuerpo y mi ánimo iban creciendo más y más hasta hacer de las jornadas una rutina en donde lo extraordinario, las largas jornadas de camino eran la norma y lo excepcional los días de relajo y descanso. 
Era entonces que descubría que yo era mucho más fuerte de lo que yo había pensado. 

Desde aquí, repantigado en los asientos de la furgo, miro hacia la playa y veo saltar y volar entre las olas desde hace una hora a un hombre. Unas veces cabalga sobre las olas, otras describe alguna pirueta por los aires, la pura diversión de jugar a ser pájaro y delfín que desde aquí se me antoja como un privilegio de unos pocos. Dichosos ellos  los elegidos :-). Y es que es tan grande la distancia entre la comodidad y el arrojo, entre la renuncia al peligro y la inseguridad, entre la pereza y una fuerza de voluntad que se impone a ella, que no es raro que las uvas las encontremos tantas veces verdes. 

Leo en FB que José Manuel Vinches anda merodeando para este verano la Norte del Piz Badile y me sucede algo parecido a cuando miro volar a los flysurfistas de la playa. En aquel caso con mucha más razón porque no en vano las primeras historias que leíamos de muy jóvenes en Estrellas y borrascas, quedaron grabadas en mí como un sueño imposible. Cuando unas semanas atrás me tomaba una cerveza con Gustavo Adolfo Cuevas y mientras hablábamos de cosas generales de montañas él me contó que había escalado esa pared del Piz Badile, confieso que me subió un hilo de envidia por dentro. Creo que si hubiera hecho esa pared y el espolón Michel Croz de los Jorasses, que fue otro de mis sueños, una suave satisfacción se habría adormecido en alguna parte de mi alma. 

Entre lo que quieres y lo que puedes, puede tu voluntad, quiero decir, hay siempre un abismo que invita a pensar en lo que esconde su profundidad. Las olas y las montañas son ajenas a nuestra voluntad. Ahora los flysurfistas se han marchado y ahí ha quedado el mar y sus hiladas de orla blanca cabalgando hacia la playa, inconmovibles, rutinarias y ajenas. Igual el Piz Badile, impasible soportando nieves y tormentas desde hace casi medio siglo cuando yo lo descubriera. Queda sin embargo activa la voluntad, la que a fin de cuentas se revuelve en su interior, que se ensancha o mengua, que languidece ante un sueño. El Piz Badile y las olas de esta tarde de la playa de Zarauz están ahí acaso para retarnos a nosotros mismos, para experimentar la posibilidad de nuestro gozo, la firmeza de nuestra voluntad, el cumplimiento de un sueño. 

No me cabe duda de que este soliloquio en medio de una tarde de lluvia en que mi ánimo no está para otra cosa que para mirar el mar y las nubes no tiene otro objeto que el de sacarme del engaño y ponerme en claro la languidez de mis propios deseos que se refugian bajo techado para huir de la lluvia cuando una parte de mi otro yo acaso esté pidiendo simplemente vestir la capa de agua y las botas y salir a caminar. Hoy hemos visto en los alrededores de Orio y Zarauz numerosos grupos de peregrinos que no andan tan remilgados como nosotros a la hora de caminar bajo la lluvia. 










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