Ruiseñores y otros encuentros




Playa de Orio, 16 de mayo de 2019

GR121, Costa Vasca: Donostia - Pasajes.

Tengo la sensación de que hasta que me mudé a la casa en donde habito ahora la idea que tenía de los ruiseñores procedían de la poética del siglo XIX, pequeños seres que acompañaban los requiebros amorosos de ardorosos corazones que habían encontrado en los brazos del otro la eterna felicidad  . Probablemente los ruiseñores existían antes pero de hecho yo no me enteraba… sí, como de tantas cosas de las que fui y soy ayuno. El caso es que primero los descubrí en nuestra parcela, en la parcela hasta el punto de que su melodiosa canto se convirtiera en un incordio cuando el enamorado de turno se empeñaba en cantar a su amada a pocos metros de mi cama durante toda la santa noche. Después los fui encontrando poco a poco en las madrugadas del Camino de Santiago. A las seis de la mañana eran siempre los primeros que me daban los buenos días cuando después de dejar el albergue me adentraba en la oscuridad de los caminos. Los ruiseñores, como los gorriones, pertenecen a la raza de los animales sociales que necesitan de la compañía de los hombres como los perros y lo gatos, sólo que éstos todavía mantienen la discreta distancia del por si acaso. Hay otros que según las latitudes y las circunstancias sí son capaces de fiarse de los sapiens, especialmente si estos tienen fama de civilizados. Es el caso de los petirrojos que en el Reino Unido son capaces de venir a comer en tus manos mientras que aquí no se acercan a más de cinco metros de ti, aunque también tienen su excepción. Un invierno estaba comiendo un tentempié sobre un tronco caído en el Desfiladero del río Lobos cuando uno de estos simpáticos pajarillos vino a pedirme de comer. Debía de tener mucha hambre porque no se apartó de mí mientras duró mi desayuno. En mi casa son más discretos, aunque les ponga de comer sobre un platillo no se acercan hasta que no he cerrado la puerta de la cabaña.

Bueno, pues llueve, un poco solo, y en la playa de Orio donde estamos, el único habitante es un ruiseñor cantor. Los ruiseñores son como las mujeres, siempre atraen la atención de un servidor, los primeros deleitan nuestros oídos y las segundas deleitan nuestra vista. El que no sabe apreciar las cosas bonitas que este mundo encierra es que es tonto ;-).

Caminar entre Pasajes y Donostia es un paseito, paseito agradable donde uno puede encontrar caminantes que tanto se dirigen a Santiago como se dan una simple vuelta para estirar las piernas. Iba yo enfrascado en la lectura cuando vi que más adelante Victoria se había parado a hablar con una pareja, así que desconecté la lectura y cuando llegué a su altura di los buenos días. Victoria los había confundido con unos vascos y es que mi chica, que gusta saludar en la lengua vernácula del lugar, les había parado para preguntarles cómo se decía “hola” en vasco. No pudo ver satisfecha su pregunta porque resultaron ser australianos. Departimos un poco a la vera del camino. Llevaban un mes viajando en coche por España y estaban encantados. No pude resistir la tentación de preguntarles si habían tenido algún encuentro en la carretera con algún canguro. No kangaroo on the road?. Rieron. Nuestros problemas con los canguros conduciendo por algunas partes de Australia habían sido suficientes como para que nos quedara la impresión de que tenías que conducir con cuarenta ojos para no impactar con alguno de esos enormes marsupiales. Canguros en Australia o los osos en el norte de Alaska son un motivo de atracción cuando viajas por estos lugares, pero en la dudosa luz del final de la tarde o la noche no es asunto divertido porque sin advertirlo puedes impactar con alguno de ellos. Lo que sí habría sido divertido es encontrártelos en una carretera del País Vasco, por ejemplo.

El sendero, que se ciñe continuamente a los entrantes y salientes de la costa sin grandes subidas o bajadas, es un coqueto camino donde crecen robustos robles, donde asoman algunos abedules a cuyos pies los brezales y helechos se extienden hasta el borde de los acantilados.

En este deambular tranquilo estaba mientes leía un libro que publiqué el pasado invierno, cuando de repente me encontré con un nombre conocido. Desde que me sumé a esto de las redes sociales han sucedido cosas bastante curiosas. Me he encontrado después de cuarenta años con amigos de los que no sabía absolutamente nada, he coincidido con otros muchos que no conocía pero con los que, por ejemplo, la montaña era una pasión común, algunos más nos conocimos por casualidad a través de algún blog, con otros aficiones como la de patear el Camino de Santiago fue el nexo… el caso es que por medio de las redes mi mundo de relación se ha ampliado y cuando ando de aquí para allá por España casi siempre tengo la oportunidad de encontrarme con alguno de estos amigos a los que no conozco físicamente. Últimamente fue el caso de David de Esteban, al que pude saludar el pasado invierno cuando el sendero que recorría el Camino de Levante pasó por Toledo.

A veces no sé con motivo de qué me encontré con unos o con otros. Recuerdo que con Loren Escalador fue a raíz de una breve leyenda que escribió sobre la Pedriza, con Julio Gómez, por algunas de sus excelentes fotografías, con otros por algo que escribí en grupos sobre el Premio Príncipe de Asturias. Uno abre el FB y va encontrando, y también desencontrando en ocasiones, afinidades. El caso de hoy me recordaba cuando supe de David. Fue hace tiempo. Había mirado por aquí y por allá en FB y de repente tropecé en el perfil de un profe con un niño que le preguntaba de parecida manera a como lo hiciera el Principito de Saint Exipery: "Profe, ¿tú crees que el cielo existe?, y éste contesta: ¿Te gusta jugar al fútbol con los amigos? Sí, me contestó. Pues eso ya es el cielo… ¿Mamá te da un abrazo todos los días? Sí… ese cielo debe de ser precioso…
¿Quieres mucho a los amigos? Sí… eso es fantástico, tener amigos, cuidarlos, divertirse con ellos; eso se debe parecer mucho al cielo…" En otra entrada mostraba una fotografía, él mismo cubierto por el ropaje de la ventisca sobre la cumbre del Cotopaxi, y bajo ella, con cierta nostalgia,  escribía:  "Sigo  escalando… me  enfrento diariamente a unas vías “a vista” que difícilmente encadeno. La edad y las limitaciones me han hecho bajar aún más el ya de por sí grado amable al que me enfrentaba... Entreno para saber vivir nuevamente agradecido, para ver el verde cuando en mi cabeza solo se reproduce el gris y creo que sí, creo que aunque no encadene, aunque mis dedos se quejen doloridos y el aire de mis pulmones ya no alimente sueños de altura, siento que sigo caminando, escalando y contemplando… siento que sigo viviendo". Y por último una entrada de hoy mismo encabezada por una toma en que él, Tomás Mesón y José Castillo escalan, me parece, el diedro del Gran Galayo... "Una sencilla llamada telefónica hizo saltar la chispa… pocas horas después, subíamos lentamente por el carril camino del Galayar, ese paraíso cargado de historia".

Soy olvidadizo y tardo de memoria. Había olvidado totalmente esto que escribiera tiempo atrás y me gustó reencontrármelo aquí a la orilla del mar. Después pensé que algún día tendría que conocer y tomarme una cerveza con otros muchos que conozco sólo virtualmente a través de las redes y con los que me unen desde años atrás vínculos de afecto por el simple hecho de haber intercambiado comentarios o comprobado la afinidad de nuestros gustos.

Hace rato que el ruiseñor se fue a dormir. Creo que también es hora de cerrar el kiosko aquí.











Arte cubista en la playa de Orio 


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