Tormenta habemus




Refugio Aljazev dom v Wratih, 22 de junio de 2019

Via Alpina Sector Morado.  Valle de Zadnjica- Refugio Aljazev dom v Wratih.


Como tantas veces, mirar hacia arriba por donde supuestamente debía de pasar el sendero, hacía que se me esbozara un rictus de escepticismo en el ánimo. Ni de coña puede subir por ahí un camino, me decía a mí mismo, y, sin embargo habíalo, el mapa tenía razón, un sencillo y cómodo T2 que dando vueltas y revueltas por la pared calcárea iba salvando pacientemente las escarpaduras más pronunciadas hasta alcanzar ya muy arriba el labio superior de un estrato que recorría la ladera horizontalmente hasta dejar al caminante en el col de Luknja. El día se ponía feo a marchas forzadas. Negros nubarrones habían ido poco a poco sentando sus reales sobre todas las cumbres de los alrededores y ya sólo faltaba que de un momento a otro se le oyera al trueno, gemebundo y enfadado, bramar, como las tardes anteriores, toda la fuerza de sus pulmones por todas las quebradas y precipicios de los alrededores. Tente un poco, le fui diciendo mientras bajaba por la otra parte del collado. Sólo un poco, y es que el descenso pese a sus numerosos cables de acero no era fácil, todo él hecho de inclinadas pedreras y destrepes que habrían sido incómodos de bajar en medio de la lluvia. Y sí, se tuvo el tiempo necesario para que llegara a unas hayas raquíticas donde pacientemente me vestí la indumentaria de lluvia mientras empezaban a caer las primeras gotas. No, nada de las precipitaciones de siempre, de correr y malvestirse en medio del diluvio. Primero los pantalones de lluvia a los que he cosido un velcro en la parte inferior para que me hagan la función de guetres y me mantengan secas las botas, luego el gorro y su visera para que la capa de agua no me tape los ojos. Jo, creo que a estas alturas estoy aprendiendo a caminar como Dios manda, si, ese como Dios manda que soltaba cada dos por tres mi madre cuando yo hacía algo no de su gusto. No tener prisa, caminar con la cachaza de quien tiene toda la vida por delante, como quien no va a ninguna parte. Y que no diga nadie que esto es fácil de conseguir porque no le creería. Llevo toda la vida diciéndome lo mismo sin conseguirlo en absoluto. Esta vez sí, esta vez voy a caminar de manera, como escribía Gaston Rebuffat, que pueda ver crecer la hierba.


Una, dos y tres… ¡buauuu!... Y la traca, como unos cuantos millares de elefantes bajando por una pedrera, se abre paso en el cielo, ese como desgajarse, desgarrarse de una sandía del tamaño de un planeta, conmocionando la estabilidad de todas las montañas que me rodean. Y ya, sin dar tiempo para un suspiro, la lluvia torrencial, el espectáculo en toda su plenitud. Pasen y vean, abran sus ojos y sus oídos y extasíense con la fiesta. El gran espectáculo está servido y es gratuito. Usted sólo tendrá que pasar por el pequeño inconveniente de mojarse un poco si no ha tenido la precaución de traerse un buen equipo de agua. Está usted en el mundo luciferino y glorioso de la fanfarria más grandiosa que los pobres mortales podemos atónitos contemplar.

Y el caminante, que debe descender muy atento a no resbalar y darse de narices con alguna roca, lo hace tranquilo pero feliz como un devoto a quien se le estuviera apareciendo el santo de su predilección en medio de la fanfarria de la artillería de la batalla de Austerlitz. Llueve como para poner a la máxima velocidad el limpiaparabrisas, pero dentro del corazoncito del vagabundo luce una llamita de contento. El vagabundo, que tiene mucha experiencia en esto de las tormentas, sabe que es una gracia del cielo encontrarse ahí y ahora con ese diluvio por medio. No hay prisas, chico. Disfruta el momento. Y lo que en otras ocasiones pudiera haber sido un inconveniente, un temor, una funesta experiencia, se convierte en placer sumo. Si algún angelito le hubiera visto descender en mitad de la lluvia seguro que se habría compadecido de él, habría pedido al dios de las tormentas que suavizara su agresividad. A Dios gracias no había angelito y la fiesta continuó todavía por mucho tiempo, incluso siguió por un largo rato después de que llegara al refugio.


Adivina, adivinanza. ¿Qué me esperaba en el refugio después de todo este espectáculo? Eso mismo: una enorme jarra de cerveza, esta vez acompañada por dos grandes salchichas. Sí, acabo de entrar en el reino de las salchichas y del gulash. A partir de ahora, Eslovenia, Austria y Alemania, voy a tener gulash y salchichas hasta que me salgan por los oídos. Menos mal que junto a ello no va a faltar la cerveza.

Y esta es la historia de esta jornada de marcha, ayer tocó hablar de Marx y Nietzsche y hoy le llegó el turno a la tormenta y las salchichas. El que no se divierte en la vida es porque no quiere. Cada cual tiene sus muy propias diversiones. Por ejemplo, mientras me tomaba la cerveza, y con una cobertura que había que espantar las moscas alrededor del teléfono para que éste no se distrajese, me encuentro con una entrada de mi amigo Santiago Pino en donde nos muestra un modelito de arnés colocado sobre un buen dotado cuerpo de mujer que más que mostrar el arnés nos está vendiendo un ejemplo de las bondades de alguna bella exuberancia, y que su amigo Carlos Gállego certifica con los datos técnicos del arnés. La cosa me recordaba una imagen que vi en Internet de tres féminas contemplando Las Meninas con el trasero al aire. El pie de foto hacía un largo y ditirámbico comentario sobre el efecto de la luz en el cuadro de Velázquez. Pues eso, a divertirse, que son dos días.

Mi teléfono dice que por estos andurriales no va a dejar de llover hasta la madrugada. Así que voy a aprovechar para darme un hartazgo de comodidad: ducha caliente, cocina del país, sábanas limpias, lectura, cine y dolce far niente en el refugio Aljazev dom v Wratih. 




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