Una jornada para guardar en el relicario de la memoria

Ganarás el pan con el sudor de tu frente

Refugio Pedrotti, 9 de agosto de 2019. 

Alta Vía Dolomitas 2. Passo di Valles – Refugio Pedrotti. 


En algún lugar de este blog debí de decir yo que éste lo leen cuatro gatos, lo  cual, a mi entender, de entrada no es un desmérito tal cual está el patio de la redes sino todo lo contrario; sí, en algún lugar debí de decirlo porque hoy mi amigo Paco, que ha andado de golfo recorriendo montañas insólitas en Irán, por cierto ese país al que el otro país, el más terrorista del mundo con mucho, es decir Estados Unidos, coloca en séptimo lugar (la paradoja del criminal terrorismo organizado desde los tiempos de Vietnam. Invitaría al que no lo crea a visitar el museo de los Vestigios de la Guerra de Vietnam, en Saigón o simplemente a contemplar esa famosa fotografía de una niña vietnamita desnuda huyendo a la carrera con cara de terror del napalm con que los norteamericanos regaban los cultivos y los bosques de Vietnam). 

Con tanto inciso aquí no hay quien se aclare. Quería decir que hoy mi amigo Paco me advertía que ni mucho menos cuatro gatos, que etc. El caso es que hace no mucho el sabio israelita Yuval Harari que dice cosas muy razonables, ver Homo sapiens o Homo Deus, me enseñó que nadie puede tener relaciones razonables con más de cien personas, que eso de los líos del “amigos” del FB es gaita que nadie se traga. Así que con un techo de cien personas con que relacionarte o intercambiar ideas la cosa va ya de sobra. Me sucedió que llevaba un tiempo compartiendo mis post en distintos grupos de montaña o, cuando caminaba por los senderos del Camino de Santiago, en grupos santiaguiles. Pues bien tenía tal mogollón de visitas que llegaban a aturdirme los me gusta o los comentarios. La cosa llegó a tal punto que entendí que me estaba metiendo en camisas de once varas cuando el pasado año a raíz de discusiones sobre asuntos de montaña mi blog llegó a sobrepasar las siete mil visitas diarias, cosa que para un tío solitario como un servidor le venía tan ancho que decidí cortar por lo sano: se acabó eso de compartir todos estos rollos que un servidor se trae y que entrando con frecuencia en el ámbito de lo íntimo a lo más que debía llegar era a pegar en el FB personal estos trozos de diario de vagabundo. Un poco largo para explicarme, pero bueno, espero, Paco, que quede aclarado. Ya sabes tú de mis aficiones a esconderme en agujeros discretos donde mi presencia no sea notoria. 

Por cierto, que días atrás recibí un curioso mensaje de un amigo del FB que notó mi ausencia de las redes y decidió escribirme. Como uno es algo vanidoso también, no faltaría más, me permito copiar aquí el mensaje: “Buenas tardes Alberto… ¿Que andas haciendo? Se echa mucho de menos tus siempre interesantes entradas en Facebook. Entre tú y X  hacíais que Facebook fuese un sitio mucho más interesante”.


No está bien ocupar media entrada de mi jornada de hoy, que tan intensa y bella fue, con tanto prolegómeno, pero bueno, así está el patio. Voy a cambiar a la primera persona y al presente continuo para entrar en calor, bien que antes diga un par de cosas sobre las circunstancias del momento. Altura: 2573 metros sobre el nivel del mar. Niebla ambulante que me aísla del mundo temporalmente y no me permite ver a más  diez metros pero que cuando se abre regala a la vista unos espectaculares picachos, por encima de uno de lo cuales navega una media luna creciente. El lugar un abismo a mis pies, un sol cálido cuando se despeja. Silencio. Soledad. Unos neveros junto a mi tienda que dejan bajo ellos un riachuelo que emite un leve susurro en el armonioso cuadro de la tarde. Dicho lo cual ya puedo empezar. 

Suena el despertador. Hoy no puedo vaguear en el saco, la jornada es muy larga y me preocupa tanta vía ferrata por medio. Podía bajar al refugio a desayunar, no más de cinco o diez minutos, pero no. Pruebo el infiernillo y llega a calentar lo que  será mi desayuno, un café con leche con pan; no hay otra cosa. Tengo dos bocadillos pero eso no entra a esta hora en mi  cuerpo ni de coña. Me envuelve una espesa niebla, mas a poco de echar a caminar compruebo que se trata de una nube errática que restriega, como un gato, su lomo por la ladera. Altos picachos por encima, los valles circundantes emergen del sueño de la noche envueltos en la muselina de la niebla. 


El sendero, después de atajar la ladera un buen trozo, termina por cabalgar por la estribación que se dirige a las primeras altas cumbres del macizo atrevidas e infranqueables. Llegar al refugio me lleva casi tres horas. Algunos tramos expuestos, varios parajes con cables, un nevero, un desnivel respetable que pone a prueba mi forma física que a estas alturas está bastante bien. (Un paréntesis para poner la tienda sobre la pura roca. Hoy nada de piquetas. Paso los bastones por las cuerdas y sobre estos coloco una gran piedra. Para los tiros que faltan una piqueta en la cuerda me sirve de ancla después de colocar encima otra piedra grande. La tienda ha quedado perfecta y el colchón de aire me aísla de las piedras que cubren el suelo). 

Son las once pero tengo que alimentarme bien para la segunda parte de la jornada, así que un gran plato de menestra sobre la que sobrenadan una enorme salchicha y una buena ración de queso rallado convierte este segundo desayuno en una perfecta reserva hasta la tarde. Nada más salir del refugio se me pone delante una especie de escalera de Jacob. Una empinadísima pedrera es salvada con una construcción de grandes troncos que zigzaguean por la pendiente hasta la parte alta de la misma. El tramo que sigue hasta Passo de Farangole, será uno de los más bellos y empeñativos tramos de todo el verano. Unos cuantos metros con un ligero extraplomo se convierten en un inesperado disfrute. Hacía tanto tiempo que no me encontraba en un paraje así, que se pareciera a cosas de aquellos lejanos tiempos de la escalada, el vacío riguroso debajo y a la vez la firmeza de la construcción de la ferrata, las manos firmes sobre el acero y un vistazo hacia el vacío: un placer. Me había vuelto a encontrar en el refugio Mulaz con los compañeros mallorquines y ahora proseguíamos todos juntos. 


En la forcella me siento en el centro de un paraíso, paraíso desierto, salvaje, inextricable mundo de piedra y soledad. Un paisaje maravillosamente desolado y agreste en el que es imposible adivinar por dónde será el descenso en aquel caos de rocas. De frente, un valle del que no se ve el fondo corta perpendicular la enorme pedrera que debemos descender. El valle, muy profundo e inaccesible. A partir de la terminación de la pedrera el sendero se ciñe a la ladera de la derecha y la cortará en todo su recorrido sobre una pendiente que a veces quita el hipo; tan aéreo es el recorrido. Atravesamos muchos parajes expuestos que la buena labor del CAI (Club Alpino Italiano) convierte en lugares para disfrutar. La ladera termina suavizándose sobre un altiplano desolado. Un inhóspito mundo de piedra forma un gran circo en su final que hay que superar. Doscientos metros de desnivel más arriba está el refugio Pedrotti que da acceso a otro abismo donde la niebla juega al corre que te pillo con los picos, cubriendo con su velo aquí, destapando allá. En el refugio no sirven comidas hasta las seis y media, la hora de la cena. Me regalo un strudel y un capuchino y tras charlar con los amigos mallorquines que dan aquí por terminada su travesía, dejo el refugio atrás. Son más de las cinco de la tarde y tengo una gran necesidad de aflojar la tensión que ha supuesto todo el recorrido de hoy y de encontrar, si hay suerte, algún nido  de águila en donde instalar la tienda. 


Son cerca de las nueve cuando llego a este punto de mi crónica. Las montañas han desaparecido en la niebla y ahora vuelvo a estar en el centro de la nada. Perfecto. A esta hora del día, a solas con mis pensamientos y con la experiencia de esta magnífica jornada tras de mí mis sensaciones son un grato batiburrillo en donde el recuerdo, la fatiga, los parajes aéreos se incorporan a mi conciencia de estar viviendo un momento de plenitud. 




















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