Niebla a gogó



Refugio de Arlet, 2 de septiembre de 2019 

Pirineos. En la Senda Camille, más o menos. Collado de Bernera – Barranco de Escalé – Refugio de Arlet. 


Las siete y media de la mañana. Abro una rendija de la tienda. Uf, visibilidad nula, una densa niebla lo cubre todo. Buen argumento para prolongar ese calorcito que se desprende del interior del saco de dormir. Hacer pereza en la cama por la mañana es uno de mis deportes favoritos, así que… ¿dónde tendría que llegar hoy? Ni idea. Tengo comida, agua no va a faltar y un jubilado apenas tiene obligaciones que cumplir, así que. Pero me he despabilado y media hora más tarde un enanito empieza a inquietarse. Le puedo oír moviéndose de un lado para otro a punto de subirse por las cortinas como gato encerrado si me sigue viendo en posición muerto contemplando las musarañas, así que antes de que se ponga más nervioso decido incorporarme. Hace frío. Me visto el forro y las mallas largas y pongo a calentar agua en el infiernillo para mi desayuno. El ambiente fuera es un tanto opresor, pero lo aprecio con gusto. El silencio es total, una calma chicha lo envuelve todo. Esto se parece mucho a la nada, esa nada blanca que pinta Saramago tras la cual no existe otra cosa que vacío y ausencia de vida. Si en la panoplia diaria de hechos y opiniones que muestran los medios de comunicación, se produjera un día un vacío tal como el que se extiende delante de mi tienda esta mañana, algo así como si de repente se parara el mundo… Me lo estoy imaginando, una hora, un día completo con el mundo parado, un mundo sin palabras y sin imágenes, cada uno consigo mismo y nada más, un día para meditar sobre la vida y nuestros locos deseos, nuestros hijos, nuestra amante, esos vecinos que tanto incordian, nuestro afán de esto y lo otro. Cuentan que en Nueva York una vez hubo un largo apagón y nueve meses después la tasa de natalidad se disparó hasta el infinito, pero pongamos que la nada nos envuelve a cada uno por un tiempo sin que haya posibilidad de comunicarse más que con los propios pensamientos y por tanto no queda el recurso de engendrar niños. No conozco ninguna novela que haya explorado esta opción y realmente me parece que es una línea narrativa con muchas posibilidades. 

Como no puedo pasarme toda la mañana especulando termino por recoger. La niebla ha sido tan densa toda la noche que la humedad se ha transmitido a todas mis cosas. El saco, en contacto con la tienda, está también mojado. Confío en que más tarde salga el sol y pueda poner a secar todo mi equipo. He aprovechado un poco de cobertura y el parte meteorológico dice que a esta hora hace sol en la zona. Acaso estoy metido en una nube y más abajo está despejado. 


Antes de emprender el brusco descenso hacia el Ibón de Estanés  hago un recorrido por el mapa. La Senda Camille a partir del Ibón se va por los cerros de Úbeda hasta Somport para regresar de nuevo, al norte del Estanés, camino del refugio de Arlet. He pasado varias veces por la zona y no me apetece esta vuelta que parece no estar justificada más que para pasar por el refugio Aysa, así que me la salto y acorto dirigiéndome al puerto de Escalé donde un sendero desciende el barranco del mismo nombre para volver a enlazar con la Senda Camille en la cascada de Espelunguére, ya en la subida hacia el refugio Arlet. 


Todo está empapado y debo prestar mucha atención en un descenso que se presenta muy abrupto en la primera parte. Pero enseguida me siento cómodo en este ambiente de niebla cerrada y chirimeante en la que estoy inmerso. Las plantas y flores todas ellas con grandes lagrimones sobre sus hojas y tallos resultan de una belleza sencilla y fotográfica. Las gotas de agua doblan los tallos, relucen contra el oscuro mortecino de las rocas. 


Cuando el sendero se remansa sobre unos prados un rebaño de ovejas se va abriendo paso en la niebla. Todas se vuelven para mirarme. Bichos curiosos estos que cuando ven a un extraño se arraciman apresuradamente, pierden el culo alejándose de ti, pero cuando llegan junto a las otras se vuelven para mirarte inquisitivamente. 

En el barranco de Escalé me encuentro con un cartel que advierte a los visitantes del Parque Nacional que los vivacs están regulados y permitidos solamente a más de una hora de un acceso por carretera entre las 19 horas y las 9 de la mañana. Y yo, tan defensor de saltarme las normas cuando éstas se interponen en mis hábitos de vagabundo o no se atienen a una lógica racional, gusto el encontrarme con administradores inteligentes de parques  que saben conjugar el respeto por el ambiente con el respeto a los caminantes y a sus hábitos y deseos por disfrutar la naturaleza. Y no como esos cazurros administradores de algunos de nuestros parques que todo lo solucionan llenando de prohibiciones todo el espacio natural. No sé qué se cuece con el llamado Parque Nacional del Guadarrama, pero me temo que no pasará mucho tiempo antes de que los gilipollas de siempre conviertan nuestra amada sierra en un coto regulado hasta la saciedad, acaso en un coto de caza, acaso en un negocio para empresas dedicadas a llevar de la mano a los turistas de paseo por el “incomparable marco de la naturaleza”. 


Llevaba un rato subiendo entre la niebla la cuesta que lleva al collado Lapachouaou, cuando observé que dos hombres seguían detrás unas vueltas más abajo. Pegamos la hebra enseguida cuando me alcanzaron. Siendo como eran caminantes veteranos del Centro Excursionista de Cataluña necesariamente la conversación tenía que recaer en torno a las montañas. Estuvimos mucho rato subiendo y bajando por las montañas de Córcega, cuyo GR20 Federico había recorrido el pasado año y que a mí tanto me gustó años atrás. Pero también estuvimos en Alpes, en Nepal y la ruta de los Cátaros del Pirineo Catalán, el Cami dels Bons Homes. Después seguiríamos nuestra charla en el refugio Arlet. 

La niebla seguía siendo tan densa que casi nos dimos de narices con el refugio. ¿Te vas a quedar a dormir?, me preguntó la chica del refugio cuando le pedí una cerveza y una tortilla. No lo sé todavía, le dije, pensando para mí que era un memo si me marchaba del cálido entorno en el que acababa de entrar, cerveza la que quieras, comida, ninguna humedad… mientas que en mi macuto lo que había era un saco mojado, una tienda empapada y un colchón bastante húmedo. Después de tomarme la cerveza me fui enseguida a confirmar mi estancia no fuera que…

No soy muy aficionado a los refugios pero la verdad es que éste resulta particularmente acogedor. 










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