Tamara Lunger. Un invierno en el Nanga Parbat.








“Mis experiencias en montaña creo que me han ayudado a crecer y a tener una percepción más profunda de la vida”. (Tamara Lunger. Io, glio ottomila e la felicitá)

El Chorrillo, 18 de septiembre de 2019


Hace días que quiero escribir sobre Tamara Lunger, pero no sé muy bien por donde empezar, o acaso lo que quiero es escribir sobre ese día de invierno que sale del campamento 4 camino de la cumbre y queda a setenta metros de ella. Pero si intento ir a ese momento enseguida mis pensamientos corren paralelos a una situación parecida cuando Hermann Bulh queda solo camino de la cumbre en primera ascensión, o acaso es Reinhold Messner que también deambuló solo por las laderas del Nanga Parbat hasta perder casi la vida.

La experiencia de Tamara me abruma. Leí esta parte del libro de madrugada en la cama y la excitación me quitó el sueño durante un par de horas. Lunger, llegada al campamento cuatro, recuerdo que se trata del intento de la primera invernal, se encuentra muy indispuesta, vomita lo que come o bebe y pese a sus fuerzas mermadas determina continuar la ascensión. Son las seis y media de la mañana. Diez minutos más tarde empieza a sentirse mal, sus músculos están duros y sin fuerza. Debo pensar sólo en la cumbre, se dice sin embargo a cada momento mientras sube. Cada veinte pasos debe pararse porque apenas puede respirar. Tengo un frío intensísimo, le dice a Simone. Pasando el tiempo, sus compañeros, Simone Moro, Alex Txikon y Ali Sadpara van sacándola distancia poco a poco hasta que queda sola a unos centenares de metros de la cumbre. Tamara recoge en un intenso y dramático capítulo, a la vez tremendamente emotivo y apasionado su lucha por seguir adelante. A las lágrimas de felicidad que le llegan en el momento de la salida del sol, un instante mágico, escribe, en el que pasa de sentirse completamente sola en un ambiente tan hostil a sentirse acariciada por el sol sobre un cielo completamente limpio, seguirán instantes de un sufrimiento insoportable. Vuelve a vomitar todo lo que intenta tragar. A partir de ese momento dejará de ingerir cualquier cosa, alimento o agua. La situación sigue empeorando minuto a minuto pero continúa penosamente su ascensión. “Doscientos metros hasta la cima”, le grita Simone desde lo alto. Pero doscientos metros para ella es una infinidad, demasiados. Simone intenta darle ánimos, pero Tamara está exhausta. Logrará llegar hasta setenta metros de la cumbre. Nadie puede ayudar a nadie a esa altura, se dice. No hay una gota de energía que pueda ser usada para otra cosa que no sea llevar a casa la propia, personal e individual piel, piensa.

Aquí Tamara escribe en largos y emotivos párrafos su lucha interior. Es una mujer creyente e invoca a su Dios con esperanza. En cierto momento oye voces primero lejanas y después nítidas. Se vuelve y ve a Ali que la está saludando desde la cumbre. Todavía duda en hacer o no el último esfuerzo para llegar a la cima, pero en cierto instante una voz le retumba en la cabeza: “Si continúas hacia la cumbre, no vuelves ya a casa”. Es una frase precisa que no admite duda. Gira la cabeza hacia lo alto con determinación y a continuación se da media vuelta y comienza su descenso en solitario. En las condiciones en que está la vuelta se le presenta como imposible. No es capaz de hacer más de cinco pasos a la vez sin quedar exhausta. Más abajo se encuentra con un problema sin solución, una grieta que cruza la ladera y que debe saltar, pero que en las condiciones en que está se presenta impracticable. Queda al borde de la grieta sin saber que hacer hasta que decide saltar. Del salto resulta una caída que le arrastra glaciar abajo. Lucho por sobrevivir cinco o seis segundos, escribe, pero después no hago más nada. Me dejo deslizar y acepto el fin de mi vida que está por llegar. Estoy serena, sólo un poco preocupada por aquello que está por suceder. Sto per vedere il film della mi avita di cui parlano tutti. Habla con Dios y le dice que no pensaba que fuese llegada su hora. En este punto Tamara reflexiona, en el momento de la escritura, manifestando que siempre que parte para una expedición se prepara a un desenlace así. Pero, afirma, mi amor por la montaña es más fuerte, la montaña me ha dado tantísimo, por no decir todo, que estoy dispuesta a morir a cambio de todo aquello que recibo.

Después de segundos de pánico un accidente en la nieve detiene su caída. Algunas contusiones, nada más. Y aquí se la siente cómo le canta la vida por dentro de nuevo. Delante de ella se despliega un atardecer extremadamente bello. Su corazón torna lentamente a su ritmo, el abanico de montañas a su alrededor es tan hermoso… Siente que acaso toda esa belleza que tiene delante está ahí propiamente para ella. Todavía la lucha por sobrevivir no ha terminado, hace frío, le duele todo el cuerpo y la noche se acerca alarmantemente deprisa y ahora debe ascender por la nieve para alcanzar el campamento 4.

La descripción que hace Hermann Buhl en Del Tirol al Nanga Parbatde su descenso solitario en su narración de la primera ascensión no es menos emotiva ni conmovedora. También él desciende solo y tiene una caída viéndose obligado a improvisar un vivac con lo puesto en una estrecha repisa de roca por encima de los ocho mil metros. Su descripción te mantiene tenso hasta el desenlace. Lo leí también de madrugada y me dejó una honda impresión.

Releyendo por encima algunas anotaciones que hice entonces en el libro de Buhl, encuentro una que en cierto modo me remite a mi propia experiencia y que de alguna manera yo recreaba en mi blog hace semanas mientras ascendía camino de la Mesa de los Tres  Reyes, en Pirineos. Si algunos dicen que hacer ejercicio físico a los cincuenta años es el mejor plan de pensiones para después de los setenta, es porque atienden al bienestar físico que puedan alcanzar después de los setenta. Para quien ha tenido una vida intensa de aventuras a lo largo de su vida se podría afirmar algo todavía mucho más emotivo y deseable. En aquella ocasión del Pirineo en que me sentía especialmente bien después de muchos días de caminar por valles y montes, bajo la lluvia o entre la niebla, sentí un gran placer porque mi cuerpo había respondido muy bien en un abrupto camino con novecientos metros de desnivel y una mochila de quince o dieciséis kilos. Contemplaba mi satisfacción, por tan mínima cosa, y al mismo tiempo especulaba con aquella otra que debía de sentir Carlos Soria al mirar el rastro de esfuerzos y experiencias que va dejando atrás, y naturalmente, y salvando la enorme diferencia, me decía que en esencia vivir intensamente, aparte de proporcionarte el placer y el gozo del instante en que lo vives, te va a gratificar de por vida a través del recuerdo y la afirmación en tu propio ser que te proporciona el contacto con el esfuerzo y las dificultades. Hermann Buhl, después de su ascensión al Nanga Parbat lo expresaba así: “Sólo el recuerdo tiende sobre estos días de fatiga el velo de la hermosura. Saca a la superficie de la conciencia imágenes que, con aliento jadeante, y disparado el pulso, no era uno consciente de haber absorbido”.

Tamara Lunger añade otro factor que creo está presente en la vida de todo aquel que hace de la montaña una parte importante de su vida. En su libro escribe lo siguiente: “Si miro entorno mío veo personas mucho más sistemáticas que yo, con una familia y un trabajo normal, pero no llego a envidiarles porque pienso que sea yo, esa que siempre está con algún proyecto de montaña, a ser más rica de experiencias y más afortunada que ellos”. Y añade: “Mis experiencias en montaña creo que me han ayudado a crecer y a tener una percepción más profunda de la vida”.  

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