Un viento del carajo



Col de Anchar de Alano, 5 de septiembre de 2019 

Pirineos. En la Senda Camille, más o menos. Collado de Linza – Refugio Linza – Zuriza - Col de Anchar de Alano. 


Mi afición a colocar la tienda en lugares prominentes donde pueda ver atardecer y amanecer, esos balcones privilegiados donde uno puede sorber poquito a poquito los instantes más bellos del día, esta noche terminó por pasarme factura. Al viento, que a media tarde era discreto sin llegar siquiera a ser molesto, pasada la hora de la cena le dio un arranque de energía tal que ya empecé a lamentar mi ocurrencia de colocar mi hogar en ese collado tan mono y que durante la noche convirtió el lugar en un infierno. Ya me había costado trabajo proteger la llama del infiernillo cuando me hice la cena. Después de que el desfile de borregos pasara de largo el viento comenzó a soplar y a soplar. Mi reacción, como hacen los políticos ante problemas graves que se les presentan de repente, fue desentenderme de él, me arrebujé en el saco de dormir y confié en que las piquetas y el techo de la tienda resistieran. A mí que no me cuenten, parecía decir mi ánimo. Me puse los tapones de cera para minimizar el estruendo que metía el viento agitando mi tienda como yo agitaba mi hucha de barro de niño intentando sacar perras gordas y duros por la estrecha ranura en que mis pagas se habían convertido en puro e inútil ahorro. Al embate del viento la tienda empezó a inclinarse peligrosamente descuajeringándose y estirándose a sotavento como si fuera un chicle bazoca. Pero ni caso, me volví yo también a sotavento, afirmé el tapón sobre mi oído y afiancé el único oído con el que oigo sobre la almohada del pluma. 

No tardé en dormirme pese a la escandalera del rugir del viento. Pero ah, la cosa no terminaba ahí, que debido a la espesísima niebla que había invadido el lugar la humedad del interior empezó a posarse en forma de gotas de agua sobre ambas capas de la tienda, gotas que al embate del viento o saltaban sobre el interior o escurrían por la tela mojando todo lo que tocaba ésta y haciendo poco a poco un pequeño charco bajo mi colchón de aire. A las dos de la mañana empecé a alarmarme un tanto cuando el espacio interior quedó reducido a casi nada en el momento en que la ráfaga era potente porque toda la tienda de la parte que soplaba el viento se me echaba físicamente encima. Llegué a pensar que alguna piqueta habría saltado. El viento, constante y arrafagado, inclinaba mi tienda más de un ángulo de cuarenta y  cinco grados, aplastándome en su embiste. Los tiros no tienen tensores, así que de aflojarse nada. Nunca la había visto contorsionarse hasta ese punto. El pasado verano, en los Alpes, una noche que la había puesto en un altozano y se presentó la tormenta, pasé un par de horas empujándola con ambas manos por un lateral para contrarrestar la fuerza del viento y el agua torrencial que la tumbaba, aquello lo sentí como una situación de verdadera y seria emergencia. Después que pasó la tormenta pude dormir el resto de la noche tranquilo. Hoy no, hoy lo que yo quería era dormir, estaba convencido, después de aquella experiencia  que acabo de mencionar, de que la tienda resistiría, sólo que en esta ocasión estaba empezando a mojárseme todo, y para más inri, sin que estuviera lloviendo. Si la cosa se hubiera presentado lloviendo no sé cómo habría salido de esta aventura. 

No paró en toda la noche el viento. Se hizo de día y no conseguí convencerme de que debía levantarme hasta muy tarde. Era imposible poner en marcha el infiernillo en aquellas circunstancias. Yo había pensado que tenía la tienda ideal, pero después de esta noche el idilio que tenía con ella se fue al carajo. Tendré que seguir buscando. Se admiten sugerencias de tiendas superligeras resistentes a la condensación, al viento huracanado y a las lluvias torrenciales de las tormentas. Ah, también que tenga vistas por el lateral desde donde pueda ver las estrellas y la posibilidad de prepararme la comida con el infiernillo sin problemas; y más, que pueda estar sentado… ¿Existirá de verdad tal tienda? 



Cuando ya entrada la mañana había alcanzado el refugio Linza y hacía los pocos kilómetros de asfalto a Zuriza, me entretuve recreando la situación de los hombres primitivos metidos en un rincón de su cueva mientras el frío y el viento barrían el mundo exterior. Mi experiencia de la noche anterior me situaban en su escenario con facilidad. Me parecía de cajón que la lucha para enfrentarse al frío y la lluvia debía haber desencadenado a lo largo de los tiempos una importante secuencia de esfuerzos destinados a mitigar el impacto de los elementos y a crear una situación de relativo confort. Se me ocurría que el ponerse en una situación similar a la que se vivía en aquellos tiempos hacía posible además establecer una relación de proximidad y empatía con nuestros ancestros que podía ayudarnos a comprender muchas cosas. Entre ellas el desamparo que debían de sentir y que de alguna manera les tuvo que llevar a la necesidad de crear un dios en quien depositar la esperanza de un amparo, una protección. Ni más ni menos miles de años después lo que lleva a los humanos a buscar el amparo de una religión. 

Me estaba acercando a Zuriza. Aquí mis pensamientos tomaron una bifurcación. Consideré que en general una cosa es pensar en asuntos en abstracto a palo seco, aunque sean de realidades tangibles, y otra muy distinta hacerlo desde una experiencia cercana, o un intento de asumir la situación del otro. Sentir en tu propia piel los problemas ajenos además de ayudarnos a comprenderlos mejor refuerza nuestro acercamiento y sentimiento de solidaridad, algo que, animales como los bonobos son capaces de desarrollar y que, paradójicamente, en nuestra tan adelantada sociedad empieza a flaquear de la mano de la derecha más extrema. La miseria humana que vive la extrema derecha en Europa deriva de alguna manera de su incapacidad de ponerse en el lugar del otro.

Si vivir una experiencia como la que he pasado la noche anterior me ayuda a comprender desde dentro una parte de nuestra evolución como especie, ello me sugería también que las experiencias múltiples que pueda vivir una persona, sean éstas de dificultad y esfuerzo en la naturaleza, montaña o mar, sea viajando y conociendo múltiples culturas y condiciones humanas diferentes; que las experiencias múltiples, decía, pueden ser determinantes para comprender el mundo y a sus habitantes. A veces tengo la honda impresión de que el universo está lleno de paletos que aún teniendo muchos años todavía no han salido del cascarón. Paletos a veces con mucha “cultura” o mucho dinero que no sabiendo de hecho que se van a morir dentro de unos pocos años despilfarran su vida haciendo de sanguijuelas o perdiéndose en laberintos varios como los del poder o la insolidaridad. 



Realmente ha cambiado el tiempo. Hace frío. Subiendo al col de Ancha de Alano el viento vuelve a soplar con tanta fuerza que necesariamente empieza a preocuparme cómo voy a pasar la noche siguiente. En el refugio Linza había puesto mis cosas a secar y el equipo entero estaba listo otra vez, pero el viento volvía a ser tan fuerte que ya sólo pensaba en la posibilidad de encontrar un lugar protegido suficientemente. Más allá del col se extendían vastas praderías salpicadas por grandes bloques de roca rodeadas de picachos calcáreos. Probé el resguardo de alguno de estos bloques, pero el viento cambiaba constantemente de posición. Quizás alguna hondonada más adelante, me dije. Seguía el camino pero iba atento a inspeccionar los alrededores en busca de un lugar abrigado. Eran cerca de las tres de la tarde cuando, date, al sobrepasar una loma tuve una aparición mucho más sustanciosa que la de una Virgen, en mitad de un prado se erguía solitaria y como esperándome una caseta de madera. La pregunta siguiente fue, obviamente, ¿estará abierta? Y sí, estaba abierta, una caseta de los ganaderos con bloques de sal, pienso para un mastín y medicamentos veterinarios. El suelo estaba un poco guarrindongo de cagarrutas de ovejas, pero eso tuvo fácil solución enseguida. Con unas tablas me hice una cama y sobre ella coloqué el colchón de aire. Entraba un buen solazo por la puerta. Después de comer pude echarme una reparadora siesta al sol. Una maravilla. Hoy lo mismo hasta me da la tarde noche para ver una película. Estoy en el paraíso… aunque siga sin cobertura. 



Ayer mi chica me dijo que se me había olvidado decir en el post por qué ella era paciente. Bueno, es que como por todos los lados me encuentro caminantes que no pueden salir de sus casas más que unos pocos días porque si no la parienta pone el grito en el cielo, y tengo algún amigo al que su mujer ni siquiera le deja salir a pernoctar en el monte, en el refugio Arlet había unos cuantos, pues eso, que mi chica es paciente. Un asunto éste el de la libertad en la pareja para que cada uno pueda seguir sus inclinaciones sin que se arme un expolio cada vez que ella o él pretende hacer algo no necesariamente con su pareja, que me parece debería merecer la consideración de todos los casados, casadas o arrejuntados y arrejuntadas para no confundir el matrimonio o la vida en pareja con un contrato de exclusividad en donde ambos siempre tienen que ir de la mano a todos los sitios. La diversidad de aficiones, gustos y experiencias en la pareja no puede hacer otra cosa que enriquecer su propia relación. 









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