Noche en La Barranca







La Barranca, 26 de noviembre de 2019

Me encuentro con una mujer en Sola en bici de la mano de Cristina Spinola. Lleva tres años viajando por América Latina, va sola. Marika y Cristina dan con ella en un alto junto a su bici. Está dibujando. “Dibujo momentos en mi bloc de notas para regalárselos a los amigos que hago por el camino".

Bueno, nada más leer, sus palabras se me quedaron coleteando como advirtiéndome de que ahí había algo interesante que considerar. La manida consigna de vivir el presente ya no sirve a casi nadie de tan sobada como está, así que la idea pareciera en este caso como que buscara un nuevo camino para volverse audible tras la sordera que se produce con la reiteración de las consejas. Hay poca gente viajera o aventureros que renuncien a llevarse a casa fotografías, diarios, notas que recojan las impresiones de su deambular por el mundo, eso que posteriormente ha de servir para resucitar recuerdos y ponernos en comunicación con esa parte del espíritu que se busca a sí mismo y que gusta recordar su tránsito por la vida, no vaya a ser que una amnesia momentánea o un envejecimiento de las neuronas te hagan imposible recuperar una parte importante de lo que eres o fuiste. Yo soy de estos últimos, mi memoria es flaca y uso abundantemente de la escritura o de las imágenes para ayudar a recomponer a la memoria fragmentos de la vida que me fueron gratos, así que chocante me suena que una mujer que vaga sola por el mundo durante años no desee tener para el futuro ese precioso material con que se redondean los recuerdos.

Me choca pero… ¡qué atractivo me resulta sin embargo! ¿Por qué? No lo sé, voy a tratar de averiguarlo. Son las once de la noche y en La Barranca, adonde nos hemos desplazado a dormir para acompañar mañana a los amigos del Navi, la niebla, la oscuridad y el rumor del arroyo cercano, acompañan el final del día. Entre el deseo de conservar la memoria de lo que fue nuestra vida y el “atrevimiento” de vivir el presente como si éste fuera lo único que existe, lo cual es verdad, se da una importante fisura. El aventurero nato, el que vive sumergido en la aventura de vivir su propio instante, pareciera que es un individuo que ha alcanzado un insospechado estado de perfección en el que la autoconciencia de la propia existencia, el hacer diario, la contemplación de su entorno y las actividades que emprende ocupan la gran parte de su ser. Sin embargo, siendo que la vida, ese vivir que Séneca ostensiblemente diferencia del mero existir, no toda está hecha de esa intensidad que suscita nuestro gozo, sino que como todas las cosas, incluido el cocido, está hecha de una considerable variedad de momentos densos y de otros de menor densidad, contando con esa calma chicha que atraviesa tanto el mar como el alma de la gente, parece que, disponer en señalados momentos de un buen arsenal de “activadores” de la memoria que ayuden a pasar sobre la calma chicha de un mar de cristal, o también, acaso, atravesar alguna laguna Estigia puntual que se interpone en nuestro camino, puede ser motivo suficiente para empujarnos a dejar de algún modo constancia de nuestro paso por el mundo, aunque sólo sea para ayudarnos a recobrar la conciencia de nosotros mismos.

Ahora, lanzarse al mundo y a las aventuras haciendo de éstos un uso parecido al que hacemos con el papel higiénico, condenando nuestro pasado a una probable desaparición ¿no es acaso tirar por la ventana unas puñadas de gozo que la memoria recuperada de la mano de unas imágenes, unas anotaciones pueden depararnos más adelante?

Quizás todo esto no sea otra cosa que buscarle cinco pies al gato, porque de hecho es como si me defendiera del enorme atractivo que tiene sobre mí la posibilidad de desechar una cámara fotográfica y cualquier tipo de anotación de viaje o ventura, algo, curiosamente, que llega a presentárseme ya en sí mismo como una aventura. ¿No sería hoy, por ejemplo, una aventura en sí mismo, durante un largo viaje, desaparecer del entorno familiar y amigos en mucho tiempo sin llevar encima un teléfono, un lápiz, una cámara…? ¿Cuántas veces pensé en excluir de mi equipaje estas cosas? Muchas. Quizás esa atracción tenga que ver con un deseo muy íntimo de vivir exclusivamente para uno mismo, una experiencia, aunque sea temporal, que se me antoja cercana a ese deseo que albergaban los místicos de vivir inmersos en la idea de Dios, obviamente, en este caso ese amantisimo dios que es uno para sí mismo, siempre tan merecedor de nuestra más profunda y merecida estima.

Pero aún así. Y sí, repentinamente me asalta ese pensamiento de desear ser joven de nuevo para poder inventarme otra vida, acaso en esta ocasión pedaleando también durante años por América Latina sin otra compañía que una bicicleta. Es medianoche, llueve y Victoria está preparando un poleo. Creo que la voy a chinchar un poco recordando que cuando nos conocimos, yo tenía entonces veintiséis años, y estaba en proyecto de un viaje similar en bicicleta que había de comenzar en Tierra del Fuego. Aquello se fue a hacer gárgaras por culpa de Cupido, fue una bifurcación en mi vida a la que acaso podría regresar en una de mis próximas reencarnaciones para comprobar en qué habría parado ese andar por el mundo apenas con lo puesto. Seguro que cuando Victoria lea esto, siempre lee estos posts a la caza de faltas de ortografía o dedografía, lo mismo me mira con reticencia… no, si…

Definitivamente creo que sí, que para la próxima reencarnación voy a pedirme experimentar esta nueva opción de vivir realmente al día sin depender de ningún testimonio escrito o gráfico. Un auténtico salvaje deambulando por el mundo. Sólo pido que mi reencarnación se produzca back en el tiempo. Una reencarnación para el futuro tal y como se está poniendo el mundo no es nada deseable.










No hay comentarios: