El Chorrillo-Fuerteventura, 5 de marzo de 2020
Viento del oeste es el que arrasaba esta mañana los alrededores de mi
casa cuando eché a andar camino del aeropuerto. El mismo que glosaba ayer noche
Conrad mientras leía El espejo del mar, adjudicándole el cetro de rey y
señor de todos los vientos del Atlántico y del Pacífico. Viento poderoso y
constante que baja la cerviz de los grandes olmos de mi casa hasta hacerlos
juguetes de su empuje y que enseguida fueron quedando a mis espaldas. Esta
noche tuve que levantarme a cerrar la puerta de la cabaña que era batida por el
viento con una fuerza de hacerme pensar que unos poderosos brazos se habían
empeñado en arrancar de cuajo la hoja de hierro haciendo saltar los pernios por
los aires.
Nunca pensé que los vientos constituyeran una raza de dioses similares a
los del Olímpico o el Valhalla wagneriano, y sin embargo sonlo, al menos en la
prosa del novelista mejor relator de las aventuras marinas de todos los
tiempos.
Mi primera impresión del día, tras caminar en la noche entre los cultivos
que llevan a Griñón, el paso del cañaveral donde mi hija de jovencita sufría en
la oscuridad cuando a su paso el viento agitaba las cañas, el resplandor de las
luces de los pueblos de los alrededores iluminando por debajo las tripudas
nubes; mi primer contacto con algo que pudiera llamarme la atención tenía que
ver con ese feminismo que vivimos estos días que tan a rancio empieza a
saberme, y más ahora que han nombrado ministra de Igualdad a una mujer que lo
primero que ha hecho al sentarse en su silla de ministra ha sido nombrar a una
legión de mujeres dispuestas a regir eso que llaman Ministerio de Igualdad. Ya
lo escribió Ortega, el feminismo es como el machismo pero al revés. Algo de
razón debía de tener. La composición tan femenina de un ministerio cuyo
objetivo parece ser fomentar la igualdad de género es una contradicción en
términos que estéticamente huele a malévola paradoja. Sí, pa mí que el
feminismo confunde eso, el culo con las témporas. Y perdón por lo que parece
una generalización, pero es que creo que hay una parte del feminismo
fundamentalista un poco loco que se está haciendo ilícitamente con la voz de
las mujeres. Y una de esas voces contra el reinante empuje de tal feminismo,
precisamente me la encontré esta mañana en Menéame, bien que ello sirva casi
únicamente de anécdota como ejemplo de ese mirar estrecho de un feminismo que
como las cabras, asalvajado, tira al monte.
En el título de la noticia Bibiana Fernández
decía: "Si multan a un albañil por decirme un piropo, yo se lo pago".
Vamos, que a Bibiana le gusta eso de los piropos, bien que advierta que las
groserías, como cualquiera otra bestiada de los machos carpetovetónicos de toda
condición, exista como han existido siempre las enfermedades en el cuerpo
social. Legislar especialmente, si no he entendido mal por donde van los tiros,
contra los piropos me parece propio de mentes muy estrechas. Otra cosa sería
legislar contra las faltas de respeto al prójimo, en donde podría
entrar, amén de los desafueros de algún machopirulo, también, si viene al caso,
el que desde los medios o los partidos políticos se nos tome a los ciudadanos
como imbéciles, notoria falta de respeto, esa sí, que debería estar penada con
largos trabajos a favor de la comunidad. Establecer específicas faltas de
respeto en el Código Penal sería minimizar ese respeto que merecemos las
personas en todos los aspectos, de la misma manera que sería viciar el
intocable derecho de expresión si no tenemos en cuenta el uso espurio que se
pueda hacer de él faltando indebidamente a la verdad o al honor y respeto que
merece todo ciudadano.
Ah, las cuestiones de género que el feminismo, creo, tan mal conduce.
Cada vez que oigo hablar de alguno de los asuntos que el feminismo promueve
siempre me hago la misma pregunta: ¿son asunto de género de lo que estás
mujeres hablan o ¿no será, hablo en general, claro, que lo que ellas llaman
problemas de género no son en la mayoría de los casos otra cosa que problemas
de convivencia?
¿De los problemas de pareja quién puede asegurar sin certeza que sea de
género y no de convivencia? Para probar hasta qué punto la justicia puede hacer
el ridículo tenemos el ejemplo de cómo ésta trató el caso de ese anciano que
ayudó hace meses a su esposa con esclerosis múltiple a morir, derivándolo a un
juzgado que trataba asuntos de violencia de género.
Ese movimiento que tiende a mostrar al hombre como agresor sexual en
potencia generalizando un punto de vista erróneo, puede ser un enemigo
soterrado de lo que la civilización ha inventado para recreo de hombres y
mujeres y sin lo cual la vida podría revestirse de una inhóspita grisura; me
refiero a asuntos como la seducción, el erotismo, el lenguaje de las medias
palabras, ese “no es no” que, secuestrado por el feminismo, tantas veces es que
“no es sí”; la obvia necesidad de que la ambigüedad y el juego de la aproximación
jueguen su papel puede estar en peligro ante la arremetida de un fundamentalismo
que, lo repito, puede estar confundiendo un problema de convivencia con otro de
género.
Malos tiempos para viajar. No sé si es aprensión mía, pero hoy el
aeropuerto de Barajas me pareció escasamente concurrido. Hay un discurso estos
días en los medios que baila entre el alarmismo y el apaciguamiento del aquí no
pasa nada. Yo no quito ni pongo, pero lo cierto es que algo nervioso sí me pone
compartir con mis vecinos ese aire que llega a mis pulmones. Un misterio que
ese aire que nos mantiene vivos pueda también ser agente de muerte. Días atrás
me sorprendió la noticia de que el escritor Luis Sepúlveda, con quien comparto
mi afecto por los desolados páramos de la Patagonia, había entrado en la
lista de los infectados por el coronavirus. El virus había salido por primera
vez del anonimato para entrar dentro del círculo que divide una abstracción de
una realidad plausible.
Despegamos. En esta ocasión mi avión se dirige a Fuerteventura, una isla
cuya costa oeste y suroeste caminé hace años, costa bella a rabiar con un
pequeño desierto por medio y una solitaria y larga playa en cuyo recorrido de
cinco o seis días no llegué a encontrarme un alma. Ahora me propongo caminar la
costa más al norte y seguir después el GR-131 que me llevará a ese desierto de
antaño y más tarde al extremo sur de la isla hasta la Punta de Jandia.
Entre nubes volamos.
Mi post lo encabeza hoy una imagen marina de mi última caminata de hace
años por la costa majorera, ese universo
que será en los próximos días mi hábitat y el regazo en donde acogerme al
sueño. Y punto final, ahora esas tripudas nubes que rondaban esta madrugada por
el cielo de El Chorrillo han quedado bajo las alas del avión; luce el sol y yo
me voy del invierno de Madrid hacia el verano de las Canarias, esas cosas
incomprensibles que suceden con el tiempo en donde el clima y el reloj
desvanecen los límites de la comprensión para que el viajero pueda sentirse a
su gusto al margen del susodicho.
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