“Elogio del caminar”

 

Camino de Planoles, 3 de septiembre de 2020 

Cercanías del Refugio Malniu – Altos de Puigcerdá.

 

Mi cuerpo lleva unos días que se está pasando un pelín, bueno, más específicamente mi espalda, y eso hoy que le he dado un banquetazo, no con una banqueta en la cabeza sino banquetazo gastronómico, un risotto de setas de la leche y un entrecot que apenas cabía en la piedra en que me lo habían servido. Aquello parecía media vaca. Mi afición a los banquetes cárnicos tras comidas de muchos días pichí pichá es tan aguda como el gusto con que veo a las mujeres después de esos grandes excesos de soledad y silencio que se pega el vagabundo éste. Bueno, pues hoy con semejante comida y su buena jarra de cerveza no logré animar a esa parte de mi cuerpo que recibe el mayor peso de mi impedimenta. Salí de Puigcerdá pensando que ahora todo sería coser y cantar después de comer, pero nanáis, que si quieres arroz Catalina, tuve casi que arrastrar mi cuerpo por los cuatro kilómetros de asfalto que me pondrían en el comienzo de mi andadura de la siguiente etapa. Tanto que, nada más salir de Vilallovent donde tuve que mendigar agua de puerta en puerta porque la fuente del pueblo no funcionaba, nada más tropezar con la sombra de unos chopos que cubrían un prado como una fila de soldados, tuve que tirar mi cuerpo sobre el pasto y dejarle dormir un rato a ver si así él dejaba de incordiarme. Yo y mi cuerpo nos quedamos fritos al instante.

En Elogio del caminar, el autor recuerda a Rodolphe Töpffer, en sus deliciosos Viajes en zigzag, que escribe: «Cuando uno emprende una larga marcha, es muy conveniente llevar, además de la mochila, una buena provisión de ánimo, de alegría, de valor y de buen humor». Lo cual no es que lo lleves sino que llega por oscuras razones por sí solo, pero bueno, en cualquier caso de tanto en tanto algo tiene que venir a importunarnos, así que buen consejo es.

Para David de Bretón caminar es un modo de conocimiento que recuerda el significado y precio de las cosas, un rodeo fructífero para reencontrar el goce del acontecer incluso cuando el dolor de espalda te visita. Hoy leí largamente descendiendo hacia Puigcerdá El elogio del caminar cuya lectura me la recordó el amigo Antonio hace unos días en uno de sus comentarios. Un libro para los aficionados a los senderos y a dormir bajo las estrellas. Una cosa por la que me resulta sumamente grato este libro es el hecho de ver aparecer en él página tras página a viejos amigos viajeros a los que he leído a lo largo de los años, desde el poeta japonés Bashō, que recorría el Japón feudal escribiendo haikus entre sus largos retiros de meditación, a Rousseau, Stevenson, Conrad, Leigh Fermort, Laurie Lee, el poeta Rimbaud, toda una troupe con la que coincido íntimamente y que alimentan mis ganas de seguir pateando el mundo. La historia de Lee, que con diecinueve años abandona su casa a pie sin rumbo fijo y sin conocimiento de idiomas y que al final se decide a dirigir sus pasos a España por un razón totalmente anecdótica; había aprendido casualmente en una ocasión a pedir agua en español y eso, como viento que hincha las velas en determinada dirección, dio cierta finalidad así a su andadura. Con Lee se saborean enseguida esas pequeñas cosas que hacen las delicias del caminante vagabundo porque son la razón de la propia pasión. Ahora mismo, sin más, con todo preparado para pasar la noche podría expresar lo que siento con las palabras de Lee. Para este joven caminante el sueño de una noche sin techo es también una formidable invitación a la filosofía, a la reflexión ociosa sobre el sentido de nuestra presencia en el mundo. Escribe: «Permanecí boca abajo, en contacto con la tierra cálida, y me olvidé del rocío helado y de los perros nocturnos. Sentí que era por eso por lo que había venido: para despertar al amanecer en la ladera de un monte y esparcir la mirada sobre un mundo para el que no poseía palabras, para empezar desde el principio, sin palabras y sin planes, en un lugar que aún no contenía mis recuerdos» (Lee, Cuando partí una mañana de verano).

Había también esta mañana en la lectura una idea sugestiva que yo algunas veces he expresado en relación con esa pasión de caminar y que en ocasiones viaja tan de cerca con esa otra pasión que es escribir. Patrick Leigh Fermor, abandona el confort de su país natal para recorrer a pie Europa, desde un extremo de Holanda hasta Constantinopla y una de las razones que le llevan a ello es su gusto por la escritura. «Viajaría a pie, durante el verano dormiría en almiares, cuando lloviera o nevara me refugiaría en graneros y solo me relacionaría con campesinos y vagabundos. […] ¡Una nueva vida! ¡Libertad! ¡Algo sobre lo que escribir!» (Leigh Fermor, El tiempo de los regalos).

Detuve mi lectura cuando vi que por el camino subía alguien con un voluminoso macuto, lo que quería decir un caminante de los de mar a mar. Se trataba de una mujer entre los cincuenta y los sesenta. De facciones despiertas, de baja estatura y de mirada tímida no hizo al principio intención de parar tras los buenos días, pero un servidor que también es tímido un montón, con esto de sobrepasar ya el mes de caminar por el Pirineo se siente en cierto modo como si estuviera en su casa lo que da pie a que cuando veo a alguien que me puede interesar le pare e intente charlar un poco. Me llamaba la atención su deslavazado macuto al que iba a atado de mala manera el saco, un aislante y alguna cosa más, un macuto de los años de Matusalén. Efectivamente, había salido de la orilla del Mediterráneo y se dirigía a Irún. No era muy charlatana aunque hablaba bien el español. Cuando le dije que pronto iba a hacer frío y que no llegaría hasta comenzado el mes de octubre no pareció que eso le importara mucho. Estaba muy graciosa tocada con un gran sombrero de paño de ala ancha. Si me encuentro a esta mujer en las calles de la ciudad jamás hubiera imaginado tras su cuerpo pequeño y su mirada recatada una determinación como la que exige atravesar el Pirineo sola en esta época. Quién puede saber realmente lo que hay detrás de cada rostro con los que tropezamos en las calles de cualquier ciudad. 






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