No vuelvo a hablar de política en un tiempo… lo prometo.

  

Cercanías del refugio Malniu, 2 de septiembre de 2020 

Valcivera – Refugio Malniu. En la ruta del GR11.

 

Por fuerza las pequeñas revelaciones que el caminante va vertiendo en su sangre en un proceso de lenta ósmosis, o las circunstancias y las personas con las que se encuentra van haciéndolo por él, están haciendo posible eso que hace poco leí en, creo, El elogio del caminar, aquello de que cuando uno regresa de una caminata de muchos días ya no es exactamente el mismo; uno cambia o se profundiza con el camino. Todo nuestro cuerpo está siempre en proceso de transformación, así que con más razón le sucede al alma del caminante que viviendo la posibilidad de alejarse del mundo del ruido y su cháchara de medio pelo durante un largo período de tiempo, se pone en disposición no sólo de escucharse a sí mismo como escribía ayer, sino de escuchar algo de la sustancia del Todo que anda dispersa en la tierra primigenia que el hombre todavía no ha logrado pervertir con su infausto desprecio por la Naturaleza y el sentido común.

Somos unos pocos los raros, decía esta mañana Marc, el entusiasta barcelonés con el que me encontré nada más echar a caminar en este súbito frío septembrino que tan repentinamente se nos ha venido encima en estos días. Somos unos pocos, y lo decía con una tan ancha sonrisa que por fuerza invitaba a congratularnos de ello. El venía del mar, como yo, y su objetivo era llegar también a otro mar, en eso consistía nuestra mutua rareza. Marc había comenzado a caminar esta mañana recientito, no había tenido tiempo pues de chutarse con ningún alucinógeno y sin embargo, qué marcha, que entusiasmo tan a temprana hora, ni siquiera las endorfinas habían tenido tiempo de manifestarse y sin embargo ahí estaba el hombre más feliz del mundo en pantalón corto, la sonrisa ancha y la alegría de vivir en el rostro dispuesto todo ello para el viaje a pie que le dejaría a la orilla del Cantábrico a principios del mes de octubre.

Enamorado estoy yo de estos hombres, jóvenes y no tan jóvenes con los que me voy encontrando en esta peregrinación por las divinas tierras de este país tan castigado por la estulticia y la codicia de locos sin remedio. Coño, que lo digo en serio, echad un ojeada a la jeta de este chico aquí arriba y acaso comprenderéis de qué hablo. El mundo está en manos de muchos necios, pero en el mundo sin embargo sigue existiendo la belleza, el ánimo alegre, la voluntad de hierro. Todavía tendremos que soportar a hijos de puta por muchos muchos años, pero hay que seguir agarrándose a esta gente para no perder el ánimo y saber que un mundo diferente es posible.

Y viene este exabrupto temprano a que esta mañana terminaba al fin con el libro de Preston y sus últimas líneas, que eran el colofón de páginas y páginas dedicadas a la corrupción en todos los estamentos del país desde los ayuntamientos a la corona, concluían así: “Y aunque con una lentitud exasperante el poder judicial se ha enfrentado al problema de la corrupción, está por ver si alguien consigue solucionar el mal endémico de la incompetencia política”.

Hay una relación constante, lo quiera el vagabundo o no, entre la vida en este mundo de las montañas y aquella del otro mundo. La vida podría ser una armonía posible, dentro de su complejidad lógica, entre lo social y lo individual, en donde dar al César lo que es del César y a Dios lo que es Dios podría armonizar un justo equilibrio entre los intereses de la comunidad y los otros del individuo; se podría aspirar al menos, en cuyo caso cabría que estos dos mundos que ahora existen separados, separados porque termino en vistas de las circunstancias siendo ajeno en lo que puedo al poder político y sus leyes, sí, me la traen floja los políticos y sus leyes desprestigiadas; se podría aspirar, decía, a una armonía creíble, pero cómo sería ello posible con este panorama totalmente desacreditado, empezando por la corona, siguiendo por el poder judicial y los políticos, ese hervidero en donde la corrupción es norma y en donde el servicio a la comunidad está totalmente fuera de lugar.

El descrédito político es tal que a mí toda norma y toda ley empieza a llegarme precedida de un interrogante que no siempre sé resolver. Cuando el imperio de la ley termina por descubrirse como una basura amañada para atrapar robagallinas y servir a intereses espurios (¿a qué intereses sirve, a modo de ejemplo, el gobierno de Aragón con ciertas prohibiciones que afectan a los que aprecien dormir bajo las estrellas o en sus vehículos?). Cuando los políticos invisten sus decisiones de una mentalidad mercantilista dejando en el olvido los intereses de las minorías no cabe otra respuesta que pasarse por los mismísimos sus decisiones. Ya, siempre tendrán el monopolio de la fuerza… pero así no se hace comunidad.

Sí, pregunto en el refugio por un lugar cercano para poner la tienda y me dicen lo que corresponde, que está prohibido, me sonrío; en absoluto me siento involucrado en las prohibiciones que vienen de un mundo pervertido en donde habría que coger con pinzas las decisiones políticas para ver de qué están hechas. Los políticos y sus decisiones me la sudan, todas. Y yo no quisiera que fuera así, pero alma mía, lee, estudia nuestra historia reciente y no tan reciente… y dime después qué credibilidad puede otorgarse a ese complejo de corrupción que come impávido de la sopa boba del contribuyente y cuya credibilidad está por los suelos.

Debería haberme quedado en compañía de Marc y no haber caído en la fácil tentación de dar salida al malestar que siguió a la conclusión del libro de Preston, pero… ahí queda como testimonio de un frío día de septiembre que me llevó hasta las inmediaciones de Puigcerdá junto al refugio Malniu y en que junto a las lagos y bosques me atuve al deber ciudadano de conocer el país en el que vivo.

En el refugio Malniu tras un plato de garbanzos con verdura que accedieron a servirme pese a lo tarde que era y a estar cerrada la cocina, pude echar un vistazo al FB, apenas nada porque la cobertura enseguida se fue al carajo. El amigo Antonio comentaba de los sueños, que habían aparecido en un post anterior. Decía: “En cuanto a los sueños… Tropezamos con gente barata y sueños caros y con soñadores profesionales pagados de su bolsillo. A diario ponen a punto las cometas que les indican y les llevan a sus sueños”.

Le respondía a Antonio que estando bajo el síndrome del final de Un pueblo traicionado, de Preston, finalizado esa misma mañana, el tema de los sueños se convertía en nuestra historia de España reciente, en manos de tanta gente pobre de espíritu, en una lacra nacional que hacía imposible que este país despegase y se comportase con una mediana normalidad. Pobreza de espíritu e incompetencia política es un binomio que junto a los sueños de grandeza de pobres diablos cegados por la codicia hundieron y hunden al país en la miseria.

Me jode que la frescura del encuentro con Marc se haya visto contaminada por esta otra perversa realidad que sigue, que sigue, digo, siendo una lacra en nuestro país todavía maniatado por las fuerzas conservadoras. Cuando hablé hoy con Victoria por teléfono, avisada por algunas líneas de mi post anterior, se abstuvo de darme noticias del mundo del más allá. Se lo agradezco. No es pecado querer estar a salvo de la bilis que me produce esa incompetencia, cuando no indecencia, de los políticos incapaces de contribuir a una armonización de la convivencia nacional.

Me prometo que mañana mis lecturas serán otras, más halagüeñas. A ver si por una larga temporada deja de aparecer la política en este blog.




 

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