Política hasta en la sopa

 

Cercanías de Planoles, 4 de septiembre de 2020 

Altos de Puigcerdá – Cercanías de Planoles.

 

Era un sendero apacible y grato de caminar que cruzaba la ladera envuelto en la frondosa sombra de los árboles. Estaba cansado pero seguía con placer la lectura del libro de Laurie Lee, Sidra con Rosie, no era como otras veces en que el cansancio apenas me dejaba pensar. Laurie Lee, al que había seguido en muchas de sus caminatas de la mano de David Le Bretón en El elogio del caminar, en esta otra obra tenía tres años, acababa de terminar la guerra, dormía con su madre y creía que compartiría el lecho con ella durante toda la vida. Escribir la vida desde la altura chica de los tres años y hacerlo con el rigor de quien busca entre los hechos la savia que dejan las sensaciones en algún lugar del niño y que el escritor adulto debe rescatar a través de la nebulosa de la primera memoria de la vida. Ese parece el trabajo que se propone Lee. Estamos habituados a tener a Proust como referente del escritor empeñado en rescatar algunas de las sensaciones más queridas de la infancia, pero Proust, perteneciente a la clase social de los que no necesitan trabajar para ganarse el pan, envuelto en el cálido ropaje de una vida sin la presión de la necesidad, siempre nos queda un poco lejos por esta razón.

La lectura de los libros que narran la infancia tienen siempre un especial lugar en nuestro corazón quizás porque en este periodo de la vida se encierra una parte importante de nuestra primera felicidad. El descubrimiento del mundo que para Lee es un entorno rural, los rincones de una casa, el conocimiento de la gente, la relación con los animales, la incomprensible situación de una guerra, son hechos que se repiten en cada vida que viene al mundo y que marcan ese tiempo de nuestra niñez.

Estaba de lleno metido en un relato en donde al pueblo empezaban a llegar las primeras muestras del final de la guerra, “los carruajes inclinados, sus lanzas rotas, las ruedas torcidas iluminadas por la luna, los gimientes caballos saltándose los sesos a coces uno a otro, los pasajeros muriéndose en el monte”. Lee, el niño de tres años, extraía del recuerdo de aquellos días la carnicería más grandiosa de los tiempos recientes. En ese momento de la lectura el sendero cruzaba un caudaloso riachuelo, subía unos metros y se remansaba sobre un pequeño prado. Me paré, sorprendido por lo acogedor del lugar, el prado, los helechos, un bosque apretado que proyectaba una sombra sobre la hierba que llamaba a descansar sobre ella, sopesé qué debería hacer. Estaba a dos o tres kilómetros de Planoles donde había proyectado comprar comida para los días siguientes y en mi macuto sólo quedaba un poco de pan, dos barritas y una pizca de salchichón y algún capuchino. Todo decía que debía continuar, comprar y buscar después un lugar para dormir. Eran las cinco de la tarde, lo que quería decir que entre unas cosas y otras no tendría mi momento mágico, ese del fin de jornada en que todo se resuelve con la tienda ya puesta en tomar una jarra de té y en contemplar el final del día, hasta las ocho por lo menos. Decidí que prefería prescindir de la cena y tener un buen rato de tranquilidad junto al arroyo. Total, que descargué, me tumbé en el prado, coloqué la mochila de almohada y cuando estuve ya quieto oí a mi espalda que me daba las gracias mediante un susurro.

Mis notas para hoy decían que la principal dificultad de la jornada era la excesiva distancia. Veintiocho kilómetros y mil metros de desnivel desde Puigcerdá a Planoles es algo más que excesivo, aunque ayer hubiera adelantado un poco.

Santiago Pino y José Manuel Vinches hace un par de días, cuando yo encabezaba mi post diciendo que prometía no hablar de política por un tiempo venían a decirme en un comentario que ni yo me lo creía. Probablemente tenían razón. Realmente es muy difícil dejar de hablar de política cuando prácticamente una parte sustancial de nuestras vidas depende de ella. Hasta mi caminar con su aparente alejamiento del mundo puede verse influenciado por actos políticos. Cuando hace un rato leía el panorama que tenía un niño de tres años ante sus ojos, el final de una guerra, la ruina, la muerte, la miseria más atroz, lo que tenía delante era la consecuencia de actos políticos que habían terminado por involucrar al mundo entero en la Primera Guerra Mundial. Todas nuestras vidas, incluida nuestra generación que ha tenido la gran suerte de no haber pasado por ninguna guerra está marcada de un modo u otro por las consecuencias de la última guerra, un acto político llevado a cabo frente a la política que había sustituido democráticamente un estado monárquico por otro republicano.

Días atrás Paco, de Hoyos, me había mandado el contenido de una conversación que había tenido Jimmy Carter con el paranoico ése que rige el destino de los Estados Unidos. Se refería al crecimiento económico sin precedentes de China en las últimas décadas y lo relacionaba con la situación de EEUU. Para Carter la razón del desfase de su país en relación a China estaba muy clara. Mientras que EEUU ha vivido embarcado en continuas guerras durante este tiempo gastando enormes cantidades de dinero en ellas, China ha invertido lo que éstos han dedicado a las guerras en infraestructuras importantes y en modernizar al país. Sin ánimo de entrar en ningún tipo de análisis le respondía a Paco con un ejemplo de mi propia experiencia que puede reflejar ese rapidísimo crecimiento de China. En 1999, cuando Victoria y yo visitamos China durante dos meses los retretes públicos de Pekín que encontramos eran unos compartimentos malolientes en donde no existían siquiera puertas y en donde lo usuarios con los pantalones bajados evacuaban de cara a otro usuarios. Cuando volvimos la segunda vez, en 2015, en Shanghai había modernos retretes en todas las estaciones del metro. No pasamos en esta ocasión por Pekín, pero no creo que la situación fuera muy diferente.

Lamentablemente, y ello pese a todos los que se dicen apolíticos, la política está en el centro de nuestras vidas y nuestro bienestar y nuestra desgracia penden de ella irremisiblemente. El problema no es la política sino el uso que se hace de ella. Más claro, el problema son los políticos y, en nuestro caso, la infame mediocridad que reina entre sus filas.

Llevo días que después de la cena he sustituido el ajedrez por el cine, no hay tiempo para todo en mi jornada de caminante, y no voy a poder cerrar mi crónica de hoy sin mencionar la peli de ayer, Gloria, de Sebastián Lelio. Días atrás fue también Gloria, pero en aquel caso se trataba de Cassavetes. Después de ver la primera parte el día anterior no estaba muy decidido a terminarla, el argumento me pareció que seguía una línea muy previsible excesivamente; si persistí, la actuación de ella me gustaba, fue por la atracción que ejercía en mí el estudio de las relaciones de pareja. Me preguntaba, bueno ¿y ahora qué coño va a pasar? Se conocen, se enamoran, surgen los problemas… un caso corriente que puede a llegar a convertir la relación en una carrera de obstáculos, pero no, él quiere bañarse y guardar la ropa una y otra vez, y así hasta que Gloria, harta de este enamorado de pacotilla que además la ha abandonado en la estacada en un momento crítico en que su soledad es tan demoledora decide dejarle. Pero vuelve y la historia se repite hasta un punto en que la humillación crece en ella y en una repentina decisión lo busca y lo mata a tiros. Gloria huye y vuelve a ser ella, se ha liberado de una pesadilla que la tenía atada, regresa a la vida que llevaba antes, busca un lugar donde bailar y perderse entre gente con parecidas ganas de vivir. Si ha de seguir viviendo que sea vida y no un gris ir tirando, parece decir su mirada de nuevo risueña.




 

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