Refugio Etang de Fourcat, 30 de agosto de 2020
El escenario de personajes en el cine y la literatura de gente
superguapa, rica, poderosa, gente que cena con el presidente de Francia o
supera en todo el mundo mundial al resto de los mortales en inteligencia o
dotes para cualquier cosa es tan común que a veces pienso que tras ello existe
el intento de que el espectador, el lector, pobres diablos, vean de alguna
manera en un remota identificación cumplidos sus deseos más íntimos: ser
famoso, rico, atractivo, considerado por los otros. Vivir otras “grandes” vidas
desde la comodidad del sofá del cuarto de estar debe constituir una aspiración
muy ineludible para que haya tanto cine donde estos soportes argumentales tan
tópicos se repitan. Ayer vi la mitad de Indiscreta, de Stanley Donen,
con actuación de Cary Grant e Ingrid Bergman, y a punto estuve de dejarla
saturado de tanta fastuosidad, buenas maneras y codeo de altísimo nivel, tan
competentes ellos, tan guapos, excelentes cantantes, dueños del mundo en
definitiva, que cualquiera de los posibles viandantes de las calles de París o
Londres parecerían unos pigmeos junto a ellos. A los cuentos de Dinensen algo
parecido les sucedía. Terminan por aburrirme estos escenarios y me aburren con
toda seguridad porque me resultan altamente falsos, artificiales y hechos para
espectadores cuya capacidad de soñar está poco desarrollada. Cuando yo leo el I
have a dream, de Martin Luther King o Soñé en grande y toqué el cielo, de
una aventurera que dio la vuelta al mundo sola en bicicleta, el verbo soñar
adquiere una dimensión muy diferente a esos sueños de cartón piedra que
estimulan cierto cine o cierta literatura.
¿Nos curamos en salud de algún modo intentando dar salida
tangencial a nuestros deseos? También se habla de la afición a la tragedia
griega desde antiguo como de un ejercicio de catarsis que hace posible deseos
no confesables que se satisfacen por la vía de la sustitución. De esta manera
el espectador vive emociones y sensaciones sin necesidad de asumir responsabilidad
alguna.
¿Y? Nada. Antes de cenar y después de la partida de ajedrez que me
hizo sudar para evitar que un peón blanco coronara en la octava fila y que me
obligó a sacrificar un alfil, me quedé en blanco y decidí continuar con la
película de la noche anterior. Volvió a aparecer el mismo ambiente, el enamoramiento
acaramelado de un Cary Grant con edad ya de ir a criar malvas, la forzada
correspondencia de la reina de la noche, la Bergman, y la cosa me pareció tan
artificial que abrí mi máquina de escribir portátil para dar cuenta de lo que
me sugería lo que estaba viendo.
A mitad de película estoy admirado de tanto lugar común, así que
después de la cena intentaré ver por donde sale esta historia y si tiene algo
guardado el guionista que pueda sorprenderme y sacarme de mi desconcierto. Si
estuviera Victoria aquí, con lo admiradora que es de Ingrid Bergman seguro que
teníamos discusión para rato. También es cierto que un guión y una dirección
que no esté a la altura de los actores puede desmerecer el trabajo de éstos. La
última vez que la vi junto a Liv Ullmann, en Sonata de otoño, era también
una famosa pianista en su papel y la interpretación no sólo sonaba veraz sino
que aparecía extraordinaria junto a esa otra actriz bergmaniana que tantos
momentos apasionantes me ha hecho pasar. De donde se deduce que indudablemente
la diferencia entre el cineasta sueco y Stanley Donen es en parte la
responsable tanto de la interpretación como de la calidad del film.
Película sin alma, dulzona, con un gasto de indumentaria y ambiente desproporcionado y para la que no encuentro la razón que indujo en su día a mi chica, cinéfila informada y competente, a incluirla en mi discografía de campaña. Amén :-). Todo esto hasta mitad de la película. Quizás mañana tenga que añadir una coletilla cuando haya terminado de verla por entero.
A cenar somos doce personas, franceses, un grupo de belgas y un
español, gente madura en su mayoría como es habitual en el Pirineo francés que
no se arredra con el mal tiempo y que ha subido hasta el refugio por un sendero
que con la nieve no era un camino de rosas. En los refugios, cuando estos
acogen pequeños grupos, puede crearse un agradable ambiente al que la
reconocida cortesía de los franceses siempre aporta su granito de arena.
Después de la cena Guillaume nos pasa los datos de la meteo para
mañana. En principio habrá sol, pero tras lo cristales de la ventana nieva
ligeramente. La de la pasada noche casi ha desaparecido del todo durante el
día. Los belgas, dos hombres y dos mujeres maduros llevan camino de El Serrat,
en Andorra, como yo; así que un dato más para mi tranquilidad.
¡Bonne nuit, monsieur dame!, me despido de los otros huéspedes del refugio. Me cepillo los dientes, subo a mi habitación y vuelve a ponerse en movimiento la maquinaria del cine. Todo muy previsible, en pleno romance y en medio de montones de costosos regalos de enamorados, incluido un yate, él tiene que ausentarse un puñado de meses, con lo que la enamorada atrapada en lo más caliente del romance tiene que esperar a su Romeo para dar continuación a su idilio. Lo siento. Finito, se acabó. Se ha hecho silencio en el refugio, fuera ha caído la noche y estoy desvelado después de mi larga siesta. Creo que es el momento de completar las tres bes, que decía el otro día Pedro desde Bustarviejo, Bach, Beethoven y Bartok. Le toca el turno a este último. Será uno de sus cuartetos. Buenas noches.




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