Siete Picos, 24 de octubre de 2020
Me desperté y asomé al cabeza por la abertura de la tienda un par de veces por la noche, pero nada, la niebla persistía fuera como una mancha oscura agarrada a la montaña. Había traído el trípode a las cimas de Siete Picos con la esperanza de sacar alguna foto de noche; inútil esperanza.
Andaba en casa tras la comida escribiendo unas líneas para mi diario, algo así como una impensable oda a Casado por ese inesperado giro de timón que había dado para dejar en la estacada a Vox, algo que me tenía intrigado y que aunque obedeciera a una estudiada lógica de ensanchar de otro modo su base electoral robando definitivamente a este partido los votos que habían buscado refugio en el seno del barco de los bárbaros, la cosa no estuvo mal. Incluso llegué a tragarme casi todo el discurso, hecho insólito en mí sobre este hombre al que considero lo más inapropiado que uno puede encontrar para presidir un partido conservador y cuyas intervenciones desde los tiempos de
Total que en ello estaba cuando se me ocurrió mirar la previsión del tiempo en Guadarrama y me encontré que sí, que acaso esa misma noche se abría una ventana de buen tiempo en esta semana de lluvias. Así que hice el macuto en un momento, metí todo en la furgoneta y enfilé para la sierra. Por el camino cayó un chaparrón pero más allá la sierra parecía practicable a excepción precisamente de Siete Picos que mostraba un gran sombrero de nubes que lo cubría todo. Subiendo por Telégrafos ya era abrirse paso entre la niebla. Pero no importaba, en esta ocasión no había dejado de meter la tienda en el macuto. Me gustaba la perspectiva de dormir entre el roquedo de las cumbres esperando uno de esos momentos en que en medio de los juegos del ir y venir de la niebla se produce algún milagro y se descubre algún atardecer memorable. Hacía mucho tiempo que no traía la reflex al monte por el tema del peso, pero hoy después de tanto hablar de la transustanciación de la fotografía no me quedó otra opción que cargar con ella, a ver si yo también cazaba una de esas instantáneas que han servido a Julio o Antonio para pintar con el Photoshop uno de esos primeros días del nacimiento del mundo. Esta semana Tomás Meson se había ofrecido a acompañarme a la canal Seca para desde allí subir a pernoctar en la cumbre de
Hay en los contactos de mi FB tantos notables fotógrafos que desde sus trabajos invitan a uno a desempolvar esta vieja afición que de hecho están consiguiendo con su ejemplo que cargue como no lo he hecho nunca, nos sólo con la reflex, sino ahora también con un trípode de campaña, que no es de los muy estables para las fotos nocturnas, pero que con el invento de Julio Gosan incluso con él podré hacer algo interesante si se tercia. Una breve nota sobre el invento para dar estabilidad al trípode; simplemente colgar del cuerpo principal, en el eje, un buen piedro metido en una bolsa o algo similar y ya está. Lo probé esta mañana en casa y funciona, el trípode no se mueve.
Eso de dar un repaso a las fotografías de amigos del FB es una actividad muy gratificante. Lo hago de vez en cuando asomándome a sus muros. Alguno de ellos es Tomás Meson, que nos ofrece frecuentemente extraordinarias fotografías del entorno de Chamonix y de Gredos. Tomás me mostraba días atrás hasta dónde puede llevar esa afición a las estrellas y a la fotografía; en la imagen que adjuntaba en uno de sus comentarios, tomada en el vivac de la cumbre de
Según subía camino de Siete Picos en algún instante se abrió la niebla por unos minutos, el tiempo suficiente para hacer alguna toma. Poca cosa. Había perdido la esperanza de hacer alguna fotografía que mereciera la pena y cuando llegué a uno de los collados habitables para poner la tienda me puse a la tarea de armarla. Y, oh, milagro, estaba terminando de poner las últimas piquetas con las manos ya heladas cuando la niebla se alzó y el sol apareció radiante entre las nubes como un dios que no deseara irse a la cama sin despedirse del vagabundo. Y los dedos de las manos, fríos como témpanos, con ese viento que había empezado a levantarse, no atinaban a ajustar la exposición algo nerviositos ellos ante esta repentina aparición del astro rey entre las nubes. El espectáculo apenas duró unos minutos; no fue uno de esos atardeceres en que te sientas a contemplar el final del día para que la belleza y la paz de una tarde solitaria llene tu ánimo y tus ojos hasta el gollete, pero bueno, ahí estuvo al menos para servir de alimento a mi cámara ávida de ir recogiendo en su oscuro interior esos retazos de belleza con que la montaña nos resarce de los esfuerzos de cortejarla.
Hay algunas diferencias entre el fotógrafo y el pintor, pero en la montaña todo juega a favor del fotógrafo. El pintor retiene en su retina una imagen que le sirve para intentar encerrar en el lienzo un instante de emoción. El fotógrafo, sin embargo, es un buscador de belleza, es como un entomólogo que con su cazamariposas sobre el hombro se adentra en las montañas a la búsqueda de un ejemplar único y maravilloso. El fotógrafo es un buscador permanente de belleza, un vagabundo que recorre el mundo con los ojos abiertos como platos buscando en cada rincón de este universo que habitamos todo lo hermoso que éste contiene. Una luz que se asoma al caos y a las sombras como la recoge Antonio Montes; el espectáculo de una cumbre donde se arrebolan las nubes para crear un cuadro propio que Julio Gosan recogerá y con los finos pinceles del Photoshop irá perfilando; un mar de estrellas con
En fin, que me desperté a las dos de la mañana con la esperanza tan novedosa en mí de encontrar un pedazo de cielo que fotografiar, y no siendo posible ello, que todo estaba más oscuro que boca de lobo, me puse a escribir, y que haciéndolo se me están quedando los dedos de la mano como pijiritos y no voy a tener más remedio que cerrar el quiosco y tratar de dormir un poco. Las noches de otoño invierno empiezan a ser tan largas que a uno, aunque sea un dormilón de toda la vida, le sobran horas, no se puede dormir tanto. A no ser que cometa una excentricidad y me ponga ahora a ver una peli en plena madrugada, o lo que sería más excéntrico, a jugar una partida de ajedrez para prepararme para la siguiente derrota frente al amigo Paco. De todos modos hay por ahí excentricidades notables para todos los gustos. Me estaba acordando de Alex Hannold que yendo a abrir una larguísima vía en Borneo sobre la pared del Kinabalú, en los vivacs de la pared sobre la hamaca se merendaba todos los días grandes dosis de Dostoievski en las páginas de Los hermanos Karamazov. Tan dura se puso la cosa en esa pared por las lluvias que Los hermanos Karamazovsirvieron también a sus compañeros de cordada durante toda la ascensión. Cada vez que Hannold leía unas pocas páginas las arrancaba del libro y se las pasaba a sus compañeros. Hay excentricidades muy útiles, aunque risueñamente curiosas. Esa de llevarse a una gran pared un buen tocho para animar las largas horas de vivac es una de ellas.
Bueno, y ya está bien por esta noche. Voy a ver si el viento que ha empezado a levantarse sobre esta cima me deja dormir un poco.
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