Viento. Una noche en las alturas

 

Praderas de las Serradillas




Sierra del Valle. Praderas de las Serradillas (1800 m.), 26 de noviembre de 2021

 

(Advierto. Lo que sigue, escrito en la tienda fuertemente zarandeada por el viento en las cercanías de la cumbre de La Serradilla-Lanchamala(Sierra del Valle) se ha hecho inusitadamente largo. Una pequeña aventura en la que el viento terminó desgarrando mi tienda. Si tenéis prisa mejor no seguir adelante con la lectura…)

Estoy nervioso y no tengo ninguna gana de escribir. Arrebujado dentro del saco en la tienda mi único deseo es que no vuelva a saltar alguna otra piqueta. El viento es especialmente violento con ráfagas que algo me inquietan y me hacen temer lo peor, que la tienda salga volando. No es nada divertido esto. Traté durante un rato de adormilarme a ver si me tranquilizaba, pero nada. Hace bastante frío y todos los alrededores salvo pequeños claros se encuentran nevados.

Embase de El Horcajo

Cuando llegué al embalse de El Horcajo, sobre Piedralaves, hacía un viento de mil demonios y estuve pensando si subía o no, pero después de comer algo decidí que iba a probar; si el viento seguía así podría encontrar un prado en las cercanías para pasar la noche. Total, que tiré para arriba. El robledal la verdad es que estaba muy bonito, así que paso a paso fui tomando altura entre la ferruginosa herrumbre de las hojas. Por lo alto se veía nieve, pero la montaña estaba cubierta por un formidable empenachado de nubes que parecía haber tomado las cimas como residencia.

No, está claro que mi cuerpo en absoluto se encuentra todavía preparado para este frío y este viento que me hacen sentirme muy frágil. Miraba aquellas nubes y no me sentía capaz de meterme en ellas, de atravesarlas, me producían cierto temor. Y luego ese viento helado. Pero joder, después de hora y media de carretera y de haber contaminado la atmósfera con más de 50 kilos de CO2, según los cálculos del amigo Cive, que ha entrado estos días en crisis al ponerse a calcular lo que viajes como estos a Gredos o Pirineos suponen para el calentamiento global, y que algo me ha contagiado, pues que volverme a casa porque hacía frío y mucho viento y porque las picorotas de las montañas habían sido invadidas por antipática nubes, tampoco era mucho de recibo.

Y así que aquí estoy, a 1800 m. de desnivel sometido a unas ráfagas que no aminoran y que de vez en cuando son tan violentas como para desear estar en cualquier sitio que no sea éste. Con lo cual esa intranquilidad que se me ha metido en el cuerpo no me deja.

Llegué a la desviación que llevaba al Cerro Sarnosa, que era una posibilidad para concluir mi jornada, pero el sol estaba todavía alto y continué, siempre confiando en que más arriba encontraría un lugar protegido del viento en donde pudiera instalar la tienda. El sendero más adelante atraviesa la ladera del Cerrillo del Enebro, soleada en este momento, y el panorama la verdad es que es bello, una pequeña crestería a la izquierda, la nieve reciente… si no fuera por el viento… Pero traspasado el siguiente collado, el del Enebro, el sendero se sumerge en la sombra y se cubre de nieve, nieve reciente donde hay que caminar con mucha precaución para no resbalar y meter el pie en ninguna trampa.

¿No lo había dicho, verdad? Pues sí, hacía un viento del carajo. Tuve que parar para buscar unos guantes complementarios. Estaba llegando a las Praderas de las Serradillas, que preceden a la cumbre del mismo nombre, una de las pocas cimas de 2000 metros de esta parte de la sierra del Valle. Llegaba al final de las praderías cuando pasé junto a pequeño espacio casi horizontal que parecía estar esperándome para plantar allí mi tienda.

Ahora venía lo más divertido: instalar la tienda, que como se puede suponer con el vendaval que soplaba, pues eso. Total que ya iba casi por la mitad, estaba colocando el bastón en el ábside cuando una fortísima ráfaga hizo que la tienda se echara a volar. Quedó como un trapo ondeando al viento. Perdí tres piquetas que con esa ventolera me fue imposible encontrar. En situaciones así o te concentras en lo que estás haciendo o estás perdido. Al arrancar el viento la tienda, ahora varios tiros de habían liado, así que quítate los guantes, las manos ya estaban bastante tocadas por el frío, y ponte a deshacer aquel follón que se había formado con las cuerdas. No perdí la paciencia pero mis nervios no andaban nada relajados. Cuando los tiros estuvieron sueltos, me fui con las piquetas y las golpeé hasta que quedaron enterradas bajo tierra.

Mientras estaba terminando de colocarla miré hacia arriba y pude ver como el último sol de la jornada vestía de ámbar la línea de las cumbres. Ahora que la tienda lleva ya casi dos horas resistiendo los embates del viento ya pudo empezar a alimentar la esperanza de que resistan hasta mañana.

Lo que tocaría en este momento sería reflexionar un poco sobre esta clase de situaciones, que hoy precisamente no me resultan nada agradables. No recuerdo el pasado invierno, que tantas veces dormí en cumbres de nuestras sierras y en que tuve que soportar alguna ventisca y bajas temperaturas, que ello afectara a mis nervios así. No sé. Desde luego no es moco de pavo con fuerte viento y bastante frío colocar una tienda cuando estás cerca de los dos mil metros de altitud, pero aún así no sé si tiene que ver algo el fantasma de la edad que, visto que yo no le he hecho caso, quizás se ha puesto directamente en comunicación con mi sistema nervioso, y éste en consecuencia me está empezando a avisar de la inconveniencia de hacer lo que hago, al menos bajo ciertas condiciones. Tengo la sensación de que existe cierta discrepancia entre las distintas partes de mi yo. Y por cierto que anoche, que terminé con el libro de Edward O. Wilson, El sentido de la existencia humana, me surgían bastantes dudas sobre eso que nombramos con la palabra “yo”. Siendo el hombre producto de un accidente evolutivo fruto de una mutación aleatoria y de la selección natural, cuando uno intenta poner orden en  la cabeza para que algunas cosas cuadren  no hay manera de aclararse con eso de qué sea el yo. Porque tengo la sensación de que independientemente de lo que uno desee hacer o no, independientemente de la conciencia, que acaso sea el mejor atributo del yo, sucede que hay otras partes del organismo que frecuentemente entran en conflicto con mi voluntad. Así, si te metes en un berenjenal que a alguna parte de tu yo no le convence del todo, éste se pone a golpear tu sistema nervioso como quien, como se hacía antes, tocara las campanas de la iglesia del pueblo cuando se producía un incendio. Y le agita una y otra vez, acaso diciéndote oye, tío, no seas gilipollas, ¿no ves el viento que hace y este frío que pela? ¿Por qué no dejas de hacer tonterías y te vuelves para casa junto a tu chimenea? Sí, creo que hay algún conflicto de intereses por ahí.

Hace un par de días terminaba uno de mis post con una cita de Montaigne que cerraba sus Ensayos. “Permíteme, ¡oh, Apolo! –escribía– gozar de lo que tengo, conservar, te lo ruego mi salud y mi cabeza, y que pueda en una digna vejez tocar aún la lira”. Esa era la aspiración de Montaigne para sus años de madurez, mas subrayando aquella necesidad de poder seguir tocando la lira. En la versión de los Ensayos del amigo Cive, era la cítara, pero bueno, para el caso lo mismo da cítara que lira, o si me apuran la flauta, que justo sería no olvidarse de ella para que también te acompañe en los años de la madurez; tanto monta, el caso es poder seguir tocándola, que aplicándolo a mi situación consistiría en seguir recorriendo senderos y visitando cumbres.

Decía al principio que estaba nervioso y que no tenía ninguna gana de escribir, y que por consiguiente podría haberme ahorrado toda esta historia anterior, sin embargo, a veces me asaltan poderosas razones para obligarme a hacerlo. Ayer precisamente di con unas notas que había guardado, que pertenecen al amigo José Mijares, y que explican perfectamente lo que yo desearía decir. Escribía José hace tiempo lo siguiente: “Mi propia experiencia me dice que escribir, independientemente de otras bondades, es una saludable manera de invertir en uno mismo. La posibilidad de despertar emociones, historias, encuentros, tormentas, el canto de los arroyos o el ulular del bosque muchos años después, es mucho más rentable que haberte dedicado una vida a inflar una cuenta corriente para la edad madura”.

Es decir, que también el placer de tocar la lira habrá de contemplar el de volver a vivir en la escritura el pasado.

Hago votos para que los tiros de la tienda sigan resistiendo los embates del viento. Pensé terminar aquí mi crónica, pero como se verá, esta noche mi escritura va para largo.

* * *

Más todavía. Dormí un buen rato. Quise beber y me encontré helada la bolsa de agua. La metí en el saco de dormir durante un tiempo hasta que la tubería quedó libre de hielo. Pero por esta u otra razón me desvelé, así que aquí ando a la una de la madrugada contando corderitos, bastante tranquilo ya después de que he comprobado que la tienda resiste. Mientras tanto me dio por recordar las terribles noches que pasaron Diemberger y sus compañeros, El nudo infinito, no recuerdo cuántas, muchas noches a más de ocho mil metros atrapados en el último campamento del K2 en medio de las tormentas, y ello hizo que mi ventolera se convirtiera en comparación en mi cerebro en una sutilísima brisa de verano, pese al frío y las ráfagas que barrían la ladera. Sí, señor, relativas que son las cosas y que acaso no es tan fiero el león como lo pintan, que lo cierto, además, es que ahora me siento, aunque a falta de agua de nuevo, porque esta vez ya incluso estando la bolsa dentro de la tienda se ha convertido en un bloque de hielo, me siento, decía, muy bien, como otras veces tal si me hubiera ovillado en el regazo de mamá.

Suelo dormir como un lirón casi siempre, pero a falta de sueño no me falta diversión, como se ve. En otro tiempo me habría puesto a jugar al ajedrez o a ver una película, pero creo que voy a probar a leer para tratar de dejar de dar la coña a mi diario, que seguro estará deseando que le deje en paz. Anoche abandoné a Prometeo encadenado (Esquilo) a mitad de su desesperación después de que Hefesto, Violencia y Fuerza lo dejarán firmemente engrillado a una enorme roca por mandato de Zeus. ¿Su delito? Haber proporcionado a los hombres el fuego y todas las habilidades que contribuyeron a hacer menos penosa su estancia en la Tierra. Pero el libro se quedó en casa, así que voy a probar con Olga Tokarczuk, su novela Sobre los huesos de los muertos. Hasta un rato, pues.

Una duda: ¿Se hace el sistema nervioso más frágil, más sensible, con la edad? Esas cosas que no se hablan, pero que acaso como la brisa de las alas de la paloma, no precisamente las de Henry James, vienen delicadamente a visitarnos. ¡Ah, si pudiéramos ser capaces de expresar todo ese sutil mundo que subyace en el alma de los muchos años, la benévola complacencia de la memoria del tiempo, tantos, que se van dejando atrás, como las arrugas sobre el rostro, los hechos, el ferviente contacto de una vida en íntima relación con la naturaleza, la conciencia de un trabajo de escuela acaso no reconocido pero que ha dejado su impronta en tu alma, o simplemente la satisfacción de haber visitado tantas tierras, tantos países, de haber convivido tan íntimamente con la literatura y la música de todos los tiempos! Tantas cosas que caben en la vida, aunque ésta sea breve, pero que llegado a los muchos años se te agolpan en una situación como ésta metido en un saco y rodeado de frío y de viento, y que quizás por esa circunstancia, viniendo envueltas en la soledad y el silencio de las alturas, se le agolpan a uno al punto de formar una dulcísima música grata a los oídos.

Jack Kerouac dicen que escribió En el camino en un gran rollo de papel higiénico. Lo metió en su máquina de escribir y tecleo sin parar hasta que se le acabó el papel. Insomne como estoy creo que si me dejara llevar podría emular esta noche a Jack Kerouac. Ayer recibí un mail de una editorial italiana que se interesa por uno de mis libros, Invierno, y que parecen quieren traducirlo al italiano (veremos en qué para ese interés, que está por ver). El libro en cuestión fue escrito de parecida manera a como lo hizo Kerouac. Todo de un tirón, me metí en la cabeza de una antigua novia, más o menos, y arranqué a escribir, sin puntos, sin comas, sin un solo espacio para respirar, todo de un tirón, el amor, el odio, la desesperanza, el miedo, la ternura, todo corriendo como un río salvaje a través de páginas y páginas hasta dejar a la protagonista en las ambiguas puertas del suicidio. No son libros a leer a ratos cuando se deja la tele o no tienes otra cosa que hacer; te zambulles en ellos y mientras estás con la lectura ya no eres tú sino ese personaje que atraviesa la carretera de costa a costa de Estados Unidos o la mujer que vive la incertidumbre de dejar a su marido para irse con el amante casado o eres Prometeo que encadenado a sus grilletes desespera por la eternidad que le espera en tal situación.

Estoy confortablemente instalado en el calor del saco, el viento ahora sólo sopla esporádicamente y el sueño ha desaparecido del todo de mis ojos. Mi falta de previsión no ha llegado hasta el punto de no pensar en mí desayuno, así que como había dejado una buena cantidad de agua en un recipiente para éste, me incorporo y abro la cremallera para recuperar el poto. El agua tiene una gruesa capa de hielo, pero logro romperla sin demasiada dificultad. Bebo, doy gusto a mis riñones y vuelvo a sumergirme en el saco.

En un momento me ha entrado la curiosidad de saber si tenía cobertura y me ha llegado un guasap del amigo Martín del Navi con una fotografía del número de lotería que vamos a jugar este año, el 84013. En casa no jugamos nunca a la lotería porque no necesitamos de nada y ya tenemos bastante con esta lotería de vida que nos ha tocado vivir, pero compartimos con gusto este deseo de algunos compañeros del Navi de hacerse millonarios a estas alturas. Lo mismo si nos cayera el gordo podríamos jugar a ejercer la filantropía. Yo siempre he sospechado, como escribiera Montaigne, que de hacerse ricos repentinamente uno podría acarrear más problemas que otra cosa. Vamos, que con la vida tranquilita y sencilla que mi chica y yo llevamos, lo mismo si nos toca la lotería lo que se nos vendría encima serían unos cuantos problemas. Escribía Montaigne que a quien se hace rico lo único que le sucede es que cambia de problemas, y aunque sé, como le sucede a mi amigo C, y a otros, que no le vendría nada mal, porque así se podría comprar, por ejemplo, un buen coche habitable o construirse una casa a su gusto en algún lugar privilegiado de la naturaleza, no por eso me tienta la cosa. En fin, que gracias a Martín, y a otros, que siguen velando para que el Navi continúe su larga singladura de amistad que nació de la pasión por la montaña de un pequeño grupo de jóvenes hace más de medio siglo, además de conservar esa preciosa cosa que es la amistad, y pese a los azares de la Covid, lo mismo para Navidad contamos con algún millonario entre nosotros.

Podría intentar dormir pero casi me da pena perder el hilo de esta breve lucidez que me ha sobrevenido en medio del viento y de la noche. Las dos y media de la mañana. Una meadita y a lo mejor vuelvo.

* * *

Llevo varios días que paso la noche de viaje por India, extrañas y exóticas situaciones que a veces en el mismo sueño me hacen entrever que se trata efectivamente de un sueño, lo que me permite considerar con cierto alivio la situación. Soñar que las estas pasando putas, pero llegar a saber al mismo tiempo que eso pasará y que a la mañana te vas a despertar de nuevo en tu cama dejando atrás esa segunda personalidad que anda metida en una situación embarazosa o trepidante, es casi una felicidad. Ah, descubrir entonces que todo es un sueño, qué gusto. Aunque no siempre, porque cuando sueño que echo a correr con los brazos extendidos y zas de un golpe me echo a volar, la verdad es que sí me gustaría compartirlo en la vida de la vigilia. Es una situación magnífica esa de empezar a elevarte por tu propia fuerza, el aire dándote en la cara; la levedad de tu cuerpo, como un avión sin motor surcando el cielo, es uno de los grandes estados de sueño que me gustaría visitar más a menudo. Hace tiempo que no sueño con ningún vuelo nocturno.

En ese magnífico conglomerado que ha formado la evolución donde confluyen cosas tan dispares como la conciencia, la memoria, la idea del yo, las sensaciones, el amor, etcétera y en el que en el libro de ayer, El sentido de la existencia humana, intentaba poner un poco de orden el señor Wilson, debería haber incluido algo relacionado con los sueños. ¿O es que los sueños no tienen lugar en ese planteamiento darwiniano en el que la naturaleza va abriéndose paso entre aleatorias mutaciones? Siendo que parece que no hay nada banal en lo que la evolución ha incorporado a cada especie, bien merecería saber qué función le correspondería a los sueños en esa evolución. Ello pensando que cuando soñamos lo que hacemos es soñar, que bien pudiera suceder que estuviéramos viviendo dos vidas al modo de míster Jekyll y mister Hyde.

Está muy oscuro y no se si el papel higiénico, el de la escritura, digo, se me estará acabando, pero es que aquí no llega el sueño, que se ha debido de quedar por ahí entretenido con algún alguna historia de Sherezade. Sobre el techo de la tienda se ha posado una débil claridad. Incluso el frío parece haber remitido.

Dormir es un apreciable placer, pero también desvelarse puede servirte ratos agradables, especialmente cuando puedes disponer de tu tiempo a placer, que no tendría ningún empacho en dormir hasta la hora de comer, que si me gusta subir montañas también me gusta montón haraganear en la cama hasta las tantas. Las tres de la mañana. Voy a leer un rato a la turca Olga Tokarczuk. Me voy al invierno de alguna parte de Polonia en donde la novela empieza a caminar.

¿No sucede acaso que deseemos vivir algún tipo de estímulo que enriquezca nuestra vida cotidiana con alguna clase de novedad, con algo no usual que descubrimos en algún momento como agradable, interesante o incluso como una especie de varita que agita las aguas de lo corriente para transportarnos a una percepción diferente, más íntima de la realidad? Y es que la noche se profundiza con el primer capítulo de la novela, un pueblo en las montañas de Polonia habitado de octubre a abril por sólo cuatro personas, aisladas cada una en su casa, distantes una de otra algún kilómetro. Un metro de nieve cubriendo el lugar, un muerto, el silencio, el brillo de los ojos de los corzos más allá de las casas. La experiencia de vivir necesita de la concurrencia a veces de estímulos así. La realidad se profundiza desde esta soledad de madrugada débilmente acompañada por la luz de la luna. Te sitúas de este modo en una perspectiva de la realidad diferente, sientes las cosas desde más adentro, como si lo que sucede en el mundo sólo fuera una parte mínima de la existencia general en que los elementos, ese viento, esa luna, esa soledad, estas montañas, constituyeran la parte más consistente de la realidad, y lo otro, lo de más allá, el mundo nocturno a tus pies, fuera tan sólo una parte menor de tu condición de hombre.

Las cuatro de la madrugada. Probablemente no sea una hora para tener las ideas muy claras… o acaso sí. Una hora en que las intuiciones deberían hacer compañía a los sueños, que es donde mejor se vertebra la oscuridad que a veces se cierne sobre el pensamiento. Ahora sí, voy a tratar definitivamente de dormir.

* * *

¿Que cómo terminó al final esta pequeña aventura? Apenas dormí algo más de tres horas. Las ráfagas de viento hacían tambalearse de tal modo la tienda que despertaba a cada instante. A la mañana recogí todo, salí fuera, hice un par de fotos y en un momento en que me volví hacia el sur una fortísima ráfaga acompañada de un rasgar de telas se llevó mi tienda por los aires. Había dejado negligentemente la puerta abierta, el aire había entrado dentro como un toro enfurecido y rasgando la tela ésta quedó como una vela descompuesta a merced del viento. El mástil, mi bastón, tardé en encontrarlo un buen rato; a veinte o treinta metros de la tienda pude recogerlo hundido entre los piornos y la nieve. Las cumbres estaban cubiertas. Sólo me quedaba, ahora sí, rehacer mi camino de vuelta hacia casa. Por cierto, de desayunar nada de nada con este viento; ya veréis por ahí abajo en qué quedó el agua de mi desayuno.

En eso se convirtió el agua de mi desayuno


 

 


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