Cerro de la Genciana. Hoy va de pajas.

Atardecer sobre Cerro de la Genciana



El Chorrillo, 8 de octubre de 2022

Júpiter y la Luna presiden el principio de la noche. A pocos metros de mi vivac un acentor se me ha puesto a piar como exigiendo la soberanía del lugar. De nuevo la calma y el silencio de un vivac de altura.

Hace un rato, mientras el sol caminaba hacia el horizonte, he dedicado un tiempo a obtener una imagen que me valiera para encabezar mi crónica. No quedó mal, una panorámica con mi silueta recortada sobre las cimas de Peñalara y Cabezas de Hierro, sólo que casi me desnarizo corriendo. Tenía que poner el timer, diez segundos, no había otra cosa, y salir corriendo, trepar a unas rocas y poner una postura tipo aquel personaje del cuadro de Friedrich El caminante sobre el mar de nubes. Joder, cinco o seis veces tuve que probar. Aprieta el botoncito del teléfono, sal corriendo, trepa, atraviesa unos piornos, salta y súbete al pirulo correspondiente sin romperte los piñones. No llegaba a tiempo. A repetir. Ni corriendo con ganas llegaba a destino en diez segundos. En una de esas carreras iba tan lanzado que tropecé y me fui de narices al suelo. Lo más gracioso es que después descubrí que no estaba solo, que había aparecido por allí un corredor y se debía de estar desternillando con ese individuo que corría a toda leche una y otra vez entre la cámara y una roca cercana para colocarse allí como si estuviera posando para alumnos de una escuela de pintura.

En fin, que ya tenía la imagen, pero lo que sucedía ahora es que hoy estoy in albis. A ver qué coño hago yo en este momento a las nueve de la noche si no escribo, que es lo que uno ha hecho siempre a esta hora tras la cena y que de no hacerlo seguro que me produce una crisis existencial del carajo. Vamos, que si no escribo no existo. Bua, buaaa.

Así que bueno, probemos. Ayer vi un documental, Más allá de la cuerda, una historia contada por los mejores aperturistas del Pirineo, un documental de esos que me ponen nervioso porque viéndome, viendo, el tortazo que constantemente tienen bajo sus pies estos súpers de la escalada…

Y qué más… Uf… No, por aquí no hay salida, no puedo seguir, sería como querer superar a la brava un techo sin fisuras. Bueno, pues que… ¿me apunto a continuar con una de esas pajas mentales en que de tanto en tanto me meto, al decir de un amigo, claro,… sí, porque hay amigos así, que cuando tú andas dándole vueltas a un asunto en busca de esa escurridiza pieza que es enterarte de una puñetera vez donde está la pequeña verdad de un asunto, te salta uno diciendo que qué pajas mentales me hago, que bueno, que después le quita marras al asunto añadiendo que se ha divertido mucho leyéndome. Hombre, algo es algo. Hablemos de pajas, pues.

Lo de las pajas, por asociación de ese otro tipo de pajas mentales, no debería ser tan grave, al menos si las susodichas pajas incluyen alguna clase de terremoto, de sofisticado gusto, que así dicho a palo seco suena a desahogo, como a algo sin chicha ni limoná, cuando una paja en condiciones es un asunto de mucha enjundia y gusto. La única pega es que la voz de la calle, que suele ser un tanto hortera y tiene tendencia a caricaturizar, acaso a veces por rubor y por no saber llamar al pan, pan y al vino, vino, lo que hace es reír a hurtadillas del prójimo a costa de sus propias contradicciones o de su rubor. Eso en cuanto a la vox populi, pero la vox formaliti hace algo parecido usando para las pajas esa horrible palabra que es “masturbarse”. Dios santo, ¿a qué descerebrado sujeto se le pudo ocurrir inventar una palabra tan fea para una cosa tan agradable, con el idioma tan guapo que tenemos, con una lengua con la que se puede nombrar a la realidad con hermosísimos términos?

Al fondo Peña Águila, Montón de Trigo, la Pinareja y Cerro de la Muela

¿Veis? No falla, uno no sabe qué escribir, pero ¿ves?, siempre a la postre  algo sale, así que continuemos, con las pajas o con lo que sea, que el caso es atravesar por el tiempo, iba a decir con elegancia, como quien pinta un cuadro o hace música, pero quizás bastare hacerlo, si no cabe otra cosa, atravesarlo tomándole gusto a lo primero que te sale al paso, que es lo que hago yo en este instante.

Sólo que tengo una sospecha y es que el cielo se está encapotando y me parece que voy a tener que salir del saco a poner la tienda, que ponerla lloviendo no deja de ser un incordio. Así que voy a terminar estas líneas, que es lo que toca, y me voy con la tienda. Hablaba de pajas, de éstas y de las otras, que digo yo que es curioso que siendo unas y otras materia de uso corriente en nuestra moralizante sociedad, la cosa tenga que circular casi en el ámbito de la noche oscura, no del modo en que San Juan Cruz nos lo pone en verso, no . Pausa. Me voy a colocar la tienda.

Cabezas a la izquierda y Peñalara a la derecha

Puesta queda, si comienza a llover nada más tengo que coger el saco y meterme dentro. Sigamos. Se me ocurre que a fin de cuentas Demóstenes, que hacía estas cosas en público, no debía de ser ningún tipo tan raro, igual los que crearon ese moralitis corpus desde la antigüedad lo mismo se equivocaron y, confundiendo el culo con las témporas, tergiversaron, trastocaron todo el orden moral. O quién sabe si tenían algún problema sexual en el coco y bajo su influencia fueron fabricando poco a poco sus pequeñas tablas de la ley, no ya sólo en el Sinaí sino en todo el universo. Leí en cierto libro de Psicología sobre las graves consecuencias que problemas de esta índole pueden tener en el individuo y, como consecuencia, en su proyección social o política si éstos ocupan determinadas cargos de importancia. Se ponía allí el ejemplo de Hitler. Al hacerle la autopsia los médicos observaron que tenía un pito excesivamente pequeño. En aquel libro se especulaba con la teoría del influjo que un pene muy pequeño podría haber tenido en la persona de una mente enferma como la de Hitler. Una idea nada disparatada que podría explicar ciertos tipos de compensación y algunas de las graves consecuencias que puede acarrear la humanidad gobernada por personas no sanas sexualmente.

Vamos que estando ya en el umbral de cierto número de palabras con las que suelo completar mis pajas mentales, que diría Álvaro, podría concluir que la moralidad que se ha venido creando, perfilando y fabricando para uso general de la humanidad es bien probable que provenga de personas con graves problemas sexuales que han proyectado  desde sus puestos de responsabilidad sus desvaríos mentales sobre la generalidad de la población. Tan convencido estoy de repente de esta conclusión que a punto se me ocurre que podría desarrollar próximamente una tesis doctoral sobre el asunto en Chorrillo’s University. Me lo voy a pensar.

 

 

 

 

 


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