Primera noche de vivac de
invierno en que el frío se hace sentir. Cuando salí de casa había un panorama
desacostumbrado en el horizonte, toda la sierra aparecía blanca como en aquellos
otros tiempos. ¿Una cumbre?, me preguntaba mientras enfilaba hacia
Contemplando ayer tarde
escalar a un hombre solo sin cuerda la hermosa arista de
Aislado en mi cabaña
masticaba esa fragilidad como cargada esa tarde con un cierto sentimiento de
impotencia. Pensando en subir hoy a vivaquear a una nueva cumbre, y pese al
hábito que tengo, incluido en invierno, y la familiaridad con el terreno en que
me muevo, ahí estaba ella diciéndome no sé qué, algo que deja sobre mi ánimo el leve roce de la
inquietud.
Leía después en Hannah
Arendt, que la introspección debe
producir en el individuo certeza, ya que en esa situación queda implicado lo
que la mente ha producido por sí misma. Yo me lo guiso, yo me lo como, yo asumo
mis certezas. Me intriga tanto ese saber sobre uno mismo y sobre los demás que
cuando me encuentro con estas sensaciones, que son reales pero que pueden ser
producidas por vaya usted a saber qué, que siempre desconfío de su
autenticidad, o al menos de su durabilidad. ¿Qué sacará en conclusión la
introspección, qué certezas, cuando uno se ve con el sanbenito al cuello de la
fragilidad? Frágil como el cristal, pero fuerte como el acero, decía de sí
misma una amiga al poco de conocernos. Ayer el acero se había licuado al calor
de la siesta y sólo quedaba la fragilidad del cristal.
Qué era eso de la
fragilidad, me preguntaba, y quién le habría dado vela en este entierro. Y a
continuación se me ocurría que quizás sólo fuera un tema con el que hacer
poesía o un post, una de esas cosas que se te pasan por la cabeza que te sirven
para escribir unas líneas con que acompañar las horas de la tarde. Algo
parecido decía García Lorca para quien los gitanos eran tan sólo un tema, un
adorno para su poesía. Sin embargo como veo que hay escritores que se toman tan
en serio deslindar la diferencia que hay entre una lechuga romana, una escarola
o una lechuga común, y que la longitud de medio centenar de páginas no les
basta para deslindar tales diferencias, al tanto tendré que estar para no
intentar sacar agua de donde no la hay.
En cualquier modo es una
sensación de la que se podría sacar música. Si Chopin en Valdemosa era capaz de
crear unos inolvidables Nocturnos con
su acidia y su tristeza, vete a saber qué se pudiera sacar con eso de la
fragilidad. Walt Whitman no sacaría nada de nada, incluso habría sido capaz de
dar una patada en el culo al intruso que le hubiera venido con tales
paparruchas, pero seguro que un doliente poeta romántico habría hecho de ella
un regazo para su infortunio.
No, no me hacía especial
gracia pisar nieve hoy, y menos aquejado como me encontraba con esa sensación
de fragilidad, y menos aún teniendo para ello que pasar por el circo de Cotos,
sí, circo, que subir a Peñalara se está convirtiendo, y mucho más en festivo,
en una tarea imposible. Al final elegí una cima más al este entre
Ahora por la pequeña
rendija de mi saco de dormir, tan pequeña hoy por el frío, Orión y, por encima
de él, Marte y las Pléyades. No deja de ser curioso este bienestar que se puede
encontrar en el frío del invierno sobre una cumbre del Guadarrama. Frío fuera,
y dentro ese agradable calorcito que te sube por el interior, algo así deben de
sentir los bebés agarrados al pezón en el regazo de su mami. No es otra cosa el
calorcito del saco en invierno. Y más hoy que andaba mosqueado con el viento
porque tardaba en encontrar un cobijo medianamente protegido. ¿No sucede a veces
encontrarse tan a gusto tan a gusto, el viento fuera, el frío fuera, la noche
fuera, en que de sólo pensar que estas en medio de todo eso sin sufrirlo supone
ya un placer en sí mismo?
Quizás, pienso ahora, sea
oportuno vivir de vez en cuando en medio de los contrastes y las
contradicciones. No somos seres unívocos y no tenemos por qué llevar siempre la
misma chaqueta. Vivir en los contrastes proporciona en ocasiones la dulce
sensación de “lo otro”. Yo sin más, un tío de hábitos raros que anda por el monte
como los lobos, Licaón me llamaba aquella novia de un metro cincuenta que tuve
hace un par de décadas, que últimamente disfruto tanto la expectativa de
encontrarme con unos pocos amigos, alguno de ellos que sólo conozco por
esporádicos intercambios de unas pocas líneas en las redes. No sé qué razones
puede haber, pero desde que he dejado de leer el periódico sí noto que me ha
surgido la necesidad de ir más allá de ese mundo con el que sólo tengo contacto
a través del teléfono y el ordenador, para probar de nuevo el gusto del tú a tú
de carne y hueso. Ese hombre de carne y hueso del que escribía Unamuno, “el que
nace, sufre y muere, el que come y bebe y juega y duerme y piensa y quiere, el
hombre que se ve y a quien se oye, el hermano, el verdadero hermano". Es
decir, nosotros todos a los que los nuevos tiempos que corren nos han regalado
un teléfono a través del cual nos licuamos y quedamos condenados a comunicarnos
a base de golpecitos de los dedos sobre la pantalla del móvil. Esa vida líquida
de Bauman que tanto necesita del contacto físico y del buen abrazo de los
amigos.
Contrastes, y la prueba
de que estamos hechos de materiales muy heterogéneos y a veces contradictorios.
Hasta la fragilidad creo que puede venir de la fuerza, estados que se transforman
unos en otros y alimentan nuestra complejidad. No ser blanco ni negro, ser
transición entre la fragilidad y la fuerza, entre el ego y el amor,
entre el yo y el tú.
Creo que ya está bien por
esta noche. He vuelto al ajedrez después de un año de ausencia, así que a ello
voy. Una partida, un rato de contemplar las estrellas a través del batiscafo de
mi saco de dormir y a soñar con los angelitos. El terreno está un poco inclinado
y a lo pies tengo un nevero; espero no terminar haciendo saquiesquí.
Más tarde. Dos partidas
de ajedrez elo 1350…ganadas, así que me parece que ya puedo volver a jugar con
el amigo Paco. Estas noches tan largas dan para todo, así que ahora me voy con Juegos
de la edad tardía, de Landero, una recomendación de Álvaro, que al fin dio
en el clavo con sus sugerencias, que hacía tiempo que no nos poníamos de
acuerdo, que últimamente donde él veía un libro maravilloso yo veía una patata.
Además me alegro por doble razón porque teniéndome mosqueao con sus alabanzas a
Javier Marías, del que tampoco logré yo sacar mucha chicha después de leer dos
novelas y dos libros de ensayo, esto me reconcilia, que gusto me da a ratos ir
a rebufo de buenos lectores que van dejando como Garbancito el santo y seña de
la buena literatura que anda por ahí suelta. Por cierto, que se admiten
sugerencias de nuevas y apasionantes lecturas. Si alguien me descubre un autor
o un buenísimo libro, y que termine siendo para mí eso mismo, estoy dispuesto a
regalarle un jamón. Una semana o dos de gozosa lectura bien lo merecerán.
Hoy no he traído el
termómetro, pero en Peñalara la meteo dice que son 14 grados bajo cero y una
sensación térmica de –
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