Fragilidad. Vivac en La Perdiguera

 




Cumbre de La Perdiguera, 22 de enero de 2023

Primera noche de vivac de invierno en que el frío se hace sentir. Cuando salí de casa había un panorama desacostumbrado en el horizonte, toda la sierra aparecía blanca como en aquellos otros tiempos. ¿Una cumbre?, me preguntaba mientras enfilaba hacia la M40. Las raquetas… ni se me había ocurrido, tan sólo había metido unos crampones de ocasión. Bueno, la verdad es que así de repente me daba cierta cosa subir a vivaquear a cualquiera de aquellas familiares cumbres. No tenía yo el ánimo muy alto y así de repente… ufff, qué frío. Para estas cosas hay que estar preparado y con el invierno de chichinabo que estábamos teniendo, de prepararse nada, que dos semanas atrás en la cima de Peña del Cuervo la noche era casi de primavera. Eso o que me voy haciendo mayor más deprisa de lo que yo quisiera, porque sí… ufff qué frío. Hacia la Najarra disminuía la nieve, así que de momento por allí o algo más al este, me dije. Ya tendré tiempo de habituarme al frío. Además, eso, que todavía me quedaba algo de esa fragilidad que se me había metido el día anterior por las costuras del alma.

Contemplando ayer tarde escalar a un hombre solo sin cuerda la hermosa arista de la Torre Vajolet de las Dolomitas, que una vez también yo escalé, me sentía frágil; viendo algunos vídeos de un tal Bruno Pisani, un solateras como yo ascendiendo a algunas cumbres de las Dolomitas para vivaquear en ellas, me sentía frágil; contemplando algunas escaladas, el invierno, el frío, la ventisca,  me sentía frágil, muy frágil, incluso me acompañaba el temor cuando miraba esos vídeos. Incluso cuando contemplaba alguna fotografía que había subido Fafi de su paseo por el refugio Zabala cubierto por los afilados dientes de hielo que la ventisca había dejado en sus muros, me sentía también frágil.

Aislado en mi cabaña masticaba esa fragilidad como cargada esa tarde con un cierto sentimiento de impotencia. Pensando en subir hoy a vivaquear a una nueva cumbre, y pese al hábito que tengo, incluido en invierno, y la familiaridad con el terreno en que me muevo, ahí estaba ella diciéndome no sé qué, algo  que deja sobre mi ánimo el leve roce de la inquietud.

Leía después en Hannah Arendt,  que la introspección debe producir en el individuo certeza, ya que en esa situación queda implicado lo que la mente ha producido por sí misma. Yo me lo guiso, yo me lo como, yo asumo mis certezas. Me intriga tanto ese saber sobre uno mismo y sobre los demás que cuando me encuentro con estas sensaciones, que son reales pero que pueden ser producidas por vaya usted a saber qué, que siempre desconfío de su autenticidad, o al menos de su durabilidad. ¿Qué sacará en conclusión la introspección, qué certezas, cuando uno se ve con el sanbenito al cuello de la fragilidad? Frágil como el cristal, pero fuerte como el acero, decía de sí misma una amiga al poco de conocernos. Ayer el acero se había licuado al calor de la siesta y sólo quedaba la fragilidad del cristal.

Qué era eso de la fragilidad, me preguntaba, y quién le habría dado vela en este entierro. Y a continuación se me ocurría que quizás sólo fuera un tema con el que hacer poesía o un post, una de esas cosas que se te pasan por la cabeza que te sirven para escribir unas líneas con que acompañar las horas de la tarde. Algo parecido decía García Lorca para quien los gitanos eran tan sólo un tema, un adorno para su poesía. Sin embargo como veo que hay escritores que se toman tan en serio deslindar la diferencia que hay entre una lechuga romana, una escarola o una lechuga común, y que la longitud de medio centenar de páginas no les basta para deslindar tales diferencias, al tanto tendré que estar para no intentar sacar agua de donde no la hay.

En cualquier modo es una sensación de la que se podría sacar música. Si Chopin en Valdemosa era capaz de crear unos inolvidables Nocturnos con su acidia y su tristeza, vete a saber qué se pudiera sacar con eso de la fragilidad. Walt Whitman no sacaría nada de nada, incluso habría sido capaz de dar una patada en el culo al intruso que le hubiera venido con tales paparruchas, pero seguro que un doliente poeta romántico habría hecho de ella un regazo para su infortunio.

No, no me hacía especial gracia pisar nieve hoy, y menos aquejado como me encontraba con esa sensación de fragilidad, y menos aún teniendo para ello que pasar por el circo de Cotos, sí, circo, que subir a Peñalara se está convirtiendo, y mucho más en festivo, en una tarea imposible. Al final elegí una cima más al este entre la Najarra y el puerto de Canencia, La Perdiguera. Si subía desde la carretera de Miraflores eran 500 ó 600 metros de desnivel, lo suficiente para desentumecer los músculos y acurrucarse una noche más en el regazo de alguna cumbre.

Ahora por la pequeña rendija de mi saco de dormir, tan pequeña hoy por el frío, Orión y, por encima de él, Marte y las Pléyades. No deja de ser curioso este bienestar que se puede encontrar en el frío del invierno sobre una cumbre del Guadarrama. Frío fuera, y dentro ese agradable calorcito que te sube por el interior, algo así deben de sentir los bebés agarrados al pezón en el regazo de su mami. No es otra cosa el calorcito del saco en invierno. Y más hoy que andaba mosqueado con el viento porque tardaba en encontrar un cobijo medianamente protegido. ¿No sucede a veces encontrarse tan a gusto tan a gusto, el viento fuera, el frío fuera, la noche fuera, en que de sólo pensar que estas en medio de todo eso sin sufrirlo supone ya un placer en sí mismo?

Quizás, pienso ahora, sea oportuno vivir de vez en cuando en medio de los contrastes y las contradicciones. No somos seres unívocos y no tenemos por qué llevar siempre la misma chaqueta. Vivir en los contrastes proporciona en ocasiones la dulce sensación de “lo otro”. Yo sin más, un tío de hábitos raros que anda por el monte como los lobos, Licaón me llamaba aquella novia de un metro cincuenta que tuve hace un par de décadas, que últimamente disfruto tanto la expectativa de encontrarme con unos pocos amigos, alguno de ellos que sólo conozco por esporádicos intercambios de unas pocas líneas en las redes. No sé qué razones puede haber, pero desde que he dejado de leer el periódico sí noto que me ha surgido la necesidad de ir más allá de ese mundo con el que sólo tengo contacto a través del teléfono y el ordenador, para probar de nuevo el gusto del tú a tú de carne y hueso. Ese hombre de carne y hueso del que escribía Unamuno, “el que nace, sufre y muere, el que come y bebe y juega y duerme y piensa y quiere, el hombre que se ve y a quien se oye, el hermano, el verdadero hermano". Es decir, nosotros todos a los que los nuevos tiempos que corren nos han regalado un teléfono a través del cual nos licuamos y quedamos condenados a comunicarnos a base de golpecitos de los dedos sobre la pantalla del móvil. Esa vida líquida de Bauman que tanto necesita del contacto físico y del buen abrazo de los amigos.

Contrastes, y la prueba de que estamos hechos de materiales muy heterogéneos y a veces contradictorios. Hasta la fragilidad creo que puede venir de la fuerza, estados que se transforman unos en otros y alimentan nuestra complejidad. No ser blanco ni negro, ser transición entre la fragilidad y la fuerza, entre el ego y el amor, entre el yo y el tú.

Creo que ya está bien por esta noche. He vuelto al ajedrez después de un año de ausencia, así que a ello voy. Una partida, un rato de contemplar las estrellas a través del batiscafo de mi saco de dormir y a soñar con los angelitos. El terreno está un poco inclinado y a lo pies tengo un nevero; espero no terminar haciendo saquiesquí.

Más tarde. Dos partidas de ajedrez elo 1350…ganadas, así que me parece que ya puedo volver a jugar con el amigo Paco. Estas noches tan largas dan para todo, así que ahora me voy con Juegos de la edad tardía, de Landero, una recomendación de Álvaro, que al fin dio en el clavo con sus sugerencias, que hacía tiempo que no nos poníamos de acuerdo, que últimamente donde él veía un libro maravilloso yo veía una patata. Además me alegro por doble razón porque teniéndome mosqueao con sus alabanzas a Javier Marías, del que tampoco logré yo sacar mucha chicha después de leer dos novelas y dos libros de ensayo, esto me reconcilia, que gusto me da a ratos ir a rebufo de buenos lectores que van dejando como Garbancito el santo y seña de la buena literatura que anda por ahí suelta. Por cierto, que se admiten sugerencias de nuevas y apasionantes lecturas. Si alguien me descubre un autor o un buenísimo libro, y que termine siendo para mí eso mismo, estoy dispuesto a regalarle un jamón. Una semana o dos de gozosa lectura bien lo merecerán.

Hoy no he traído el termómetro, pero en Peñalara la meteo dice que son 14 grados bajo cero y una sensación térmica de – 21°C, así que una buena rasca sí hace. Buenas noches

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 




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