Aviso: hoy va largo, no merece la pena abordarlo si
tenéis prisa ;-).
Por poniente Júpiter y Venus presiden el final del
día que poco a poco se apaga sobre el horizonte. Por encima de las siluetas de
los pedruscos del corralillo donde he montado mi vivac se alza una franja de
luz que languidece enseguida para fundirse con el azul ceniza de la noche. El
sol se ha ocultado sin pena ni gloria allá por la sierra del Valle. He tenido
suerte, el primer corral estaba totalmente cubierto de nieve, el segundo, en la
misma cima de cerro Minguete, tenía nieve pero se encontraba habitable. Me
consuela pensar que pese a la masificación que se cierne sobre Guadarrama
todavía es posible caminar sin encontrarte a un alma. Basta ir a
contracorriente de los hábitos de la gente, que tampoco es tan difícil. Subir a
la sierra cuando todo el mundo se ha ido a casa.
Qué agradable es caminar por esta nuestra sierra de
toda la vida, pisar nieve, agradecer ese sol de invierno con esa luz tan
especial con que se visten las montañas en esta época. En ocasiones caminar es
tenerlo todo, la temperatura ideal, el sol, el crujido de la nieve a tu paso,
la paz del ánimo. Había hoy en el muro de Antonio Montes una sugerente cita de Susan Sontag: “El tiempo existe para que no
todo ocurra al mismo tiempo…”. Lo que sugiere que ello nos da margen para que
una agradable tarde de caminar por la sierra pueda saborearse en espacios
sucesivos de tiempo como quien sorbo a sorbo, despacio, va disfrutando de una
cerveza que te llevaba esperando largo rato al otro lado de un collado. Así
transcurre en ocasiones una tarde, pura contemplación mientras te acercas a
Anoche comencé a leer Sueños de roca, el
libro de Ramón Portilla. Nada más empezar ya me encuentro con la necesidad de
alcanzar el lápiz y subrayar: “Sentado en la puerta del refugio, contemplando
los tonos anaranjados de la cara oeste (del Picu) bajo los rayos del sol de la
tarde, me siento feliz…”
Es curioso que esa sencilla afirmación haga que me
detenga y, sintiéndola mía, muy mía, me sonría. Me sonría porque sin haber
subido grandes montañas como él, sí he experimentado esa sensación muchas veces
sentado frente a mi tienda de campaña o enfundado en el saco de dormir bajo las
estrellas; muchas veces, sí, son momentos que pese a su aparente falta de
relevancia dan la medida de que la felicidad es un asunto altamente
escurridizo. El cuerpo parece mudo pero cuán elocuentes son en ocasiones sus
reacciones ante lo que hacemos o dejamos de hacer… cuando terminamos una dura
jornada de montaña, cuando al fin se ha hecho silencio alrededor y, rodeados de
cumbres, cae la tarde sobre nuestro cuerpo cansado con la dulce sensación de
que la hermandad entre la montaña y uno se desparrama por dentro como una
caricia.
Ya se sabe que leer a otros es muchas veces la
disculpa para evocar el propio pasado, y si Ramón trata de dormir en una
escalera de una pequeña calle de Oviedo antes de dirigirse a Vega Urriello,
pues yo me veo en una parecida noche que pasé haciendo lo propio en una calleja
de Bilbao, esos tiempos gloriosos en que sin un duro en el bolsillo uno se
acercaba a las montañas como podía. De Chamonix me vine en autostop uno de
aquellos veranos. Así andaba la economía cuando empezamos a enamorarnos de la
montaña.
Lo he escrito más de una vez, me fascina esa clase
de personas que han vivido de forma sencilla la aventura, ese tú a tú que
encuentras en el tejido interno de hombres como Casarotto o Bonatti, o Ramón en
este caso, en pioneros como Hermann Buhl que también cuenta de las suyas en
larguísimos viajes en bicicleta para escalar algunas paredes de Dolomitas.
Claro, no se le puede pedir a Carlos Suárez que se marche en un velero al Fitz
Roy o en invierno en bicicleta hasta la base de la cara norte del Eiger, ni a
Carlos Soria que se vaya en autostop al Nepal; vivimos otros tiempos. Sin embargo,
cuánto nos siguen encandilando las viejas historias de aquellos primeros años
de penurias económicas cuando nadie era capaz de poner freno a los sueños. Creo
que no sería necesario preguntarle a Ramón por ese orgullo de haber llegado y
escalado
Los tiempos cambian, es ley de vida, pero, seguro
estoy, que quien ha vivido esos primeros años de montaña cargando con inmensos
macutos llenos de ferrallas, comida para dos semanas, cuerdas, crampones y la
biblia en verso, seguro que no lo cambiarían por la comodidad y el confort de
quien hoy ya de adolescente dispone de los mejores materiales y presupuesto
para irse a donde le dé la gana.
Volver a las fuentes, se llama esto. Saber de dónde
nos llega el regocijo que mana de los recuerdos. Tal marca han dejado estos. Me
veo poco con Laure Esteras, pero aseguro que no hay día que nos veamos que no saque
a colación esas primeras aventuras del Pirineo en las que nadie sabe cómo
éramos capaces de cargar lo que cargábamos obligados por un exiguo presupuesto.
Valle de Ara arriba, de allí al Midi, del Midi a… siempre como peregrinos de
una parte del Pirineo a otra cargados como asnos.
Ramón, tras escalar
Hay que decir que la concepción de este libro en
formato de novela gráfica es un acierto que merecería ser repetido en el ámbito
de los libros de montaña. Eso sí, hay que leerlo despacio disfrutando tanto del
texto como de las ilustraciones. Por cierto, que creo que Ramón se equivocó al
elegir al autor del prólogo teniendo como tiene a Juanjo San Sebastián, su
entrañable compañero de tantas aventuras. Tengo en casa sobre la mesa un libro
esperándome, Cuerdas rebeldes, prologado por él y sí, cómo conoce Juanjo
el terreno que pisa y qué bien lo hace.
Saco la cabeza por la escotilla del saco de dormir.
Venus ha desaparecido tras el muro del corral. Mientras escribía el firmamento
se ha poblado con las luces de Capella, Marte, Orión y en la prolongación de su
cinturón, como siempre, Sirio. Ha llegado el momento de dedicarme a otra cosa.
A las dos de la mañana me desperté y, viendo que no
había manera de pegar ojo, me puse a jugar al ajedrez. Debía de encontrarme muy
lúcido a esas horas de la madrugada porque gané tres partidas seguidas en un
nivel alto. Ahora, eso sí, la tensión del juego me dejo el sistema nervioso tan
tenso como para no lograr dormirme hasta pasadas las cuatro de la mañana. Y
como continuaba inspirado no se me ocurrió otra cosa que escribir una carta a
Juanjo San Sebastián. Y es que a veces uno se siente tan cerca de sus autores
preferidos o de personas que han dejado su poso de sabiduría dentro de uno, que
hasta a eso se atreve. Días atrás vivaqueando en Peña Centenera también me dio
por ahí y le escribí unas líneas a Eduardo Martínez de Pisón con quien había
compartido conversación junto a otros amigos días atrás. A la mañana siguiente
ya tenía en casa su respuesta a vuelta de correo, él sorprendido y agradecido de
que alguien le escribiera de madrugada bajo las estrellas desde un lugar tan
insólito como una cumbre. ¿Por qué privarse de expresar a quien sea lo que
sientes o te sugiere tu voluntad?
Toda la vida vistiendo de tímido y ahora, a la vejez viruelas; que me estoy haciendo de un atrevido que lo mismo alguno me manda a freír monas un día de estos. Y es que ¿a quién no le place tener amigos y compartir con ellos, encontrarse, comer juntos, conversar hasta perder el habla?
Mi reino por un
caballo (Shakespeare. Ricardo III). Ricardo en la batalla ha
caído del caballo y sin él es hombre muerto. Mi reino por un buen rato de
conversación entre amigos. Algo atrevido me he vuelto en esto de querer
compartir con unos y con otros ese pequeño ritual en donde la montaña o
simplemente la vida, es motivo de una reposada y agradable conversación. Quien
me lea que disculpe mi atrevimiento si en algún momento le llega la sugerencia
de un encuentro amistoso.
Esto se hace largo, tan largo como mi jornada de hoy que comenzó a las siete de la mañana calzando crampones y descendiendo de Cerro Minguete cuando las primeras luces del alba apuntaban por Siete Picos, siguió con una obra de teatro a la que llevamos a nuestros nietos, comida familiar, tertulia y que ni aún así quiere concluir sin antes volver a hacer referencia a los vivacs. Mientras terminaba de revisar estas líneas, que tenía intención de enviar a Ramón, pensaba que si a mí el vivac de anoche cómodamente instalado me sugerían tantos asuntos y recuerdos, cuántas cosas no habrá, pasarán por la cabeza de Ramón y cía en esos largos vivacs que ellos han vivido en las montañas de todo el mundo. Me asaltaba una gran curiosidad por conocerlo. Ya lo he expresado varias veces en este blog, me interesa menos el relato pormenorizado de los escaladores de grandes montañas que aquello que pasa por su cabeza, su alma; su enfrentamiento con el miedo, el dolor, el placer, eso que necesariamente embarga a una mente en el frío de las alturas en medio de la incertidumbre, de cómo será mañana la continuación, la prolongación de un vivac, esas horas… son para mí fuente de una gran curiosidad, esos instantes del hombre echándose un pulso a sí mismo en el silencio de un vivac de altura. Escribía Rebuffat "Algunos montañeros se enorgullecen de haber hecho todas sus escaladas sin vivaquear. ¡Cuánto se han perdido!". Si a mí un vulgar vivac invernal me da para hacer poesía, e incluso para echar alguna partida de ajedrez cómodamente embutido en mi saco de dormir, ¿cómo será ese otro mundo de ellos? Los otros, que firmaba Amenábar para señalar lo que no es uno y que acaso queremos conocer… La historia de la literatura no es otra cosa que ese intento por reflejar los conflictos internos, las aspiraciones, el litigio entre los sueños y la vigilia, y que los lectores, ávidos de experimentarlo, aunque sea en la distancia del relato ajeno, consumimos con cierto sentimiento de recogimiento y admiración.
3 comentarios:
Creo Alberto que nos pasa algo parecido, algo de nostalgia de esos lugares como el Pirineo y Alpes con esos amigos como Piñón, Raspa, Moisés, Fulgencio y alguna que otra moza, buenos compañeros todos. Pero siempre has sido ese caballero andante amante de la soledad y a la vejed viruela.
No hace falta que des tu nombre. A lo de la nostalgia ya le he contestado en comentarios a José Luis Ibarzábal. Un asunto al que sacarle las costilla. Puede que haya algo de eso, pero no suele suceder cuando estás plenamente en activo y estás convencido de que vives un momento muy interesante.
Jajaj... sacarle las cosquillas...
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