Vivac en Peña Centenera

 



Cumbre de Peña Centenera, 4 de febrero de 2023

El paisaje de casi siempre a través del agujero de mi saco de dormir. Hoy, justito encima, Aldebarán, las Pléyades, esta noche junto a ellas también la presencia de Marte y de Urano, éste último imposible de ver con esta luna grande como un queso manchego. Paisaje amigo tras una larguísima subida de mil  metros de desnivel desde el Atazar y durante la cual me pilló la noche a algo más de la mitad. Una calcetinada, vamos. Terreno de brezos, jaras, estepa negra, unos pocos pinos, rastros del hielo en las cercanías de los arroyos, pero sobre todo terreno solitario.

Domingo y ni un alma. Ese problema que comentábamos días atrás unos amigos de que un día de diario los aparcamientos del puerto de Navacerrada y Cotos estén completos y por otros muchos lugares de la sierra no encuentres a nadie. Es difícil entender el alma de la multitud que, o se guía por un espíritu gregario o sigue no sé qué consignas que hacen que todos coincidan en los mismos lugares. O acaso simplemente sea falta de imaginación, pereza, el trabajo de investigar un poco. Esas cosas que uno no comprende pero que están a la orden del día.

Había apagado el teléfono. Me había puesto a mirar las estrellas y me quedé frito. Ahora son las cuatro de la mañana. Hace demasiado calor en el saco. Casi siempre es así, no me gusta el trajín de por la mañana andar vistiéndome en este reducido espacio, algo complicado que me obliga a pasar frío a la hora de levantarme, así que, como decía el Pichón en los buenos tiempos, más vale humo que escarcha; me acuesto con todo lo puesto. Me ha despertado el viento, he mirado la luna allí arriba como dueña casi única del firmamento y después  pareciéndome que era una descortesía no haberle hecho el mínimo caso a este diario, que dejé ahí como empantanao después de la cena, porque el sueño había venido a mí muy ricamente, pues que hice el esfuerzo de charlar un poco con él, no si antes mandar unas líneas a Eduardo (Martínez de Pisón) cuyo recuerdo me vino de repente como un regalo en medio de estas montañas que él tanto ama. Le debía mi agradecimiento por el regalo que nos había hecho con su compañía días atrás junto a un grupo de amigos.

Es una lástima, le digo a mi diario, ¿sabes?, porque no me acuerdo de los sueños de esta noche, y porque aún no acordándome sí sé que eran sueños amables. Dos o tres fueron, uno cada vez entre vaciado y vaciado de vejiga, que además coinciden siempre con la necesidad de cambiar de postura. Lo de los sueños sí que es una lástima no recordarlos. En el último libro que leí de Jodorowsky decía que siempre tenía a mano una libreta en  que dejar constancia de ellos; el libro de los sueños lo llamaba él. En ellos no es sólo que se encierren algunas claves de nuestra vida, que decía él o también Jung y Freud, sino que siendo parte de nuestra vida tenemos un contacto tan efímero con ell0s que pena da. Pensar sin más que viviéramos tan el presente en nuestra vida “real” de modo que no recordáramos lo que hemos vivido ayer o en el resto de la vida sería una desgracia sin paliativos. La conciencia de lo que somos, nuestra sensación de ser persona parece que no pudiera prescindir de esa necesidad de recordar. Sin embargo, ¿qué sucede con los sueños? Todos esos lugares en los que hemos estado soñando a veces durante años, extraños viajes por el mundo que hemos hecho, circunstancias inéditas, vuelos inefables cuando abriendo nuestros brazos y corriendo a toda velocidad hemos conseguido planear sobre el paisaje o las casas de nuestra vecindad, esa casa tuya que es tu casa en los sueños, que se parece a la “real “ pero que es otra con un paisaje diferente y en donde si abandonaras la vida real de ahora podrías vivir con parecida familiaridad. En fin tantos y tantos sueños que son parte de tu vida y que tan sólo atisbas de higos a brevas en los recovecos de tu soñar. Todos esos yos nuestros que viven activados por nuestros circuitos cerebrales y que son sin serlo tan parte de nosotros mismos, nuestro yo oculto que sólo nosotros conocemos.

Cuando llegué a la cumbre de la Centenera, una de esas cumbres que parecen siempre estar ahí, pero que cuatro o cinco veces nos engaña porque no, ésa no es todavía, que aún quedan unas pocas eminencias que alcanzar; cuando llegué anduve un buen rato buscando un resguardo del viento norte, un viento no muy fuerte pero suficiente para hacer difícil el sueño, y bueno al final encontré el lugar, no idóneo pero sí pasable, un pequeño balcón sobre el llano. Ese llano que siempre me gusta contemplar desde la soledad de las cumbres, todas esas luces a mis pies que testifican que ahí abajo vive multitud de gente, la mayoría de ella en este momento arrebujada bajo un edredón descansando del trajín de la vida y recuperando fuerzas para al día siguiente seguir dando cuerda a sus deseos o currando para poder seguir adquiriendo el pan de cada día o pagando las letras del piso. Desde las alturas de mis vivacs los hombres y mujeres siempre me parecieron unos seres en extremo curiosos. Sí, la distancia produce esos milagros.

Hoy me encontré por primera vez con un amigo que no conocía físicamente, un bonito encuentro siempre ese que la modernidad de las nuevas tecnologías propician cuando a través del  ciberespacio haces migas con alguien, esos amigos que poco a poco vas conociendo un día compartiendo una cerveza, otros un cocido o unas lentejas. Habíamos quedado en el Molar. Salía yo de una calle muy estrecha en donde los retrovisores pegaban casi con las dos fachadas, cuando miré a la izquierda y allí estaba, sin duda que era Néstor. Le llamé, efectivamente…


Hechos que no dejan de tener su encanto. Días atrás o hace semanas: Así que tú eres Wímper, tú José Luis, tú Pedro Mateo,u tú Keemiyo, tú Eduardo, tu Pedro Nicolás, tú, en fin Néstor. Estas cosas de encontrarme por primera vez con un amigo cuya cercanía se ha ido gestando en las redes me vienen sucediendo últimamente con cierta frecuencia, y es un placer, algo que disfruto con especial gusto (Bueno, ahora le dio por el viento otra vez. Toca cerrar un poco más la escotilla). Bien, decía que me encontré con Néstor y hablamos de estas cosas, de la gente que es como hablar de nosotros mismos, de los vecinos, de los ciudadanos de este país o del mundo, de cómo crecemos, de cómo unos actúan de flautistas y otros de seguidores de esa música, mientras otros, menos perezosos ellos a la hora de pensar, tratan de comprender la realidad, el mundo o a ellos mismos. Gente para todos los gustos empeñada en esto o lo otro, la fauna humana tratando de vivir… que no es poco. En fin, Néstor y yo hablábamos frente a unos cafés desde la racionalidad, desde el plano tierra que trataba de moverse por las coordenadas de lo que la educación y la experiencia ha hecho de nosotros, pero que en esencia era una visión muy diferente a la que yo vivo en este momento desde las alturas esta noche, es decir desde el punto de vista de quien percibe la realidad como desde otro planeta y se admira de que todo ese mundo de sapiens que imagino allá en la oscuridad del llano tendidos ahora en sus camas en prono o supino o de costado soñando acaso con los angelitos, pueda, una parte considerable de ellos, desarrollar tamaña vida disparatada, acumular, fabricar armas, matarse unos a otros, chupar la sangre como las sanguijuelas unos pocos a unos muchos, amarse a rabiar, odiar, soñar a lo grande con caprichos “absurdos” como subir montañas o tener coches y teléfonos de la última gama; o no tan disparatada, que puestos a vivir algo hay que hacer, inventar dioses, organizar la colmena, repartir papeles, crear carreteras, en fin, cosas.

Y nada, que el firmamento sigue ahí y que igual en algún lejano planeta a miles de años luz de la Tierra lo mismo hay algún extraterrestre subido en la picorota de un montaña a las cinco de la mañana pensando en sus congéneres y escribiendo un diario. Somos todos tan pequeños y tan efímeros que desde aquí da risa pensar en el desbordante trajín que nos traemos los humanos. Sí, cada loco con su tema.

La Osa Mayor y el mango de su sartén apuntando a la Polar cuelgan en este momento sobre el cenit de mi vivac. Creo que voy a tratar de dormir un poco. Son las seis de la mañana. He puesto el despertador a las ocho y veinte por ver si el amanecer merece la pena, así que todavía me quedan algo más de un par de horas de sueño.

 

Amaneció corrientito corrientito, así que me di media vuelta y seguí durmiendo. Me desperté cuando el sol pegaba de firme sobre el saco de dormir. Un gusto salir del saco, recostarte sobre una roca y desayunar como si estuviéramos ya en primavera.

 

 

 

 

 

 

 


2 comentarios:

jose luis ibarzabal garcia dijo...

Excelente relato de los oscuros escondrijos de la mente, que no es consciente cuando sueña pero, pero sin embargo que produce un sinfín de señales neuronales, quedando algunas impresas en nuestra memoria vagamente cuando despertamos.
Siempre me he preguntado lo difícil que es recordar casi siempre lo soñado y otras veces, sin querer se recuerda.
Cosas difíciles de entender de ése subsconciente que tanto estudió Freud y muchos otros sin llegar a una conclusión coincidente.
Voy a recurrir a ésos versos de Bécquer que dicen: "mientras la ciencia a descubrir no alcance las fuentes de la vida, mientras haya un misterio para el hombre, habrá poesía"

Alberto de la Madrid dijo...

Esa alusión al misterio... Quizás el sueño sea un buen escondrijo de una parte de nuestro a la búsqueda de una intimidad o un refugio donde las tensiones interiores buscan expresarse. Todo un mundo palpitante como en el fondo de una cueva queriendo dar su santo y seña.