La Pedriza entre amigos

 


El Chorrillo, 28 de marzo de 2023

No hace falta explicarse mucho, el buen sabor de boca de una jornada entre amigos y un itinerario precioso gestado por Santiago Pino, siempre nuestro particular guía por los más bellos e intrincados rincones de la Pedriza. Hoy con más razón porque llevaba detrás a tres carrozas. Creo que somos la segunda generación, la previa a los pies de gato y toda esa parafernalia de friends y similares que un servidor nunca probó, generación a los que acaso en algún momento ya nos va pesando el culo más de la cuenta.

Hoy además llevábamos a una vieja gloria, monsieur Keemiyo que, llegado al espléndido paraje del Hueso, el gran apéndice granítico que debió de dejarse allí algún gigante del Valhalla de la mitología nórdica, algún fenomenal ser antediluviano o qué sé yo, siempre un tan magnífico arco tendido sobre el azul de cielo, ya estaba contándonos las peripecias de una vía abierta tiempo ha coronada por un espectacular techo. Siguieron historias de ascensiones varias y nombres que en los años setenta como los héroes de los campos de batalla de Troya, Patroclo, Aquiles, Agamenón, Héctor o Eneas, aquí más modestamente, y a su manera, habían hecho su campo de batalla en el esfuerzo por domeñar la verticalidad y retar la adherencia del granito.  Marisa Montes, Fco. Javier Mangas, Antonio Ruiz, Octavio Galante Nano. Esa historia de la Pedriza, la Pedra, que diría Vinches, y que todavía está por escribir. Ya se lo decía yo a ellos, la Pedriza está pidiendo alguien que escriba su historia, no la de las escaladas, su descripción, esas cosas, no, lo que falta es una historia de la cotidianidad de la Pedriza, las pandillas, los vivacs bajo la ceja del Tolmo, los chascarrillos, los personajes pintorescos, tantos que hubo, que sembraron con su personalidad o su pasión las semillas que después convirtieron el lugar en campo de juego en donde la imaginación había de describir multitud de vías a través de fisuras, diedros, placas; alguien que nos cuente de los ambientes de entonces, que nos diga de las pequeñas historias y anécdotas que llenaron aquellos finales de los sesenta y principios de los setenta. Puro vino en barricas de roble que los añosos escaladores hoy miramos hacia atrás con un deje de nostalgia recordando nuestros derroteros de entonces por las peñas que nos rodeaban. Ya hubo un intento parcial por parte de Loren y Uge, alias el Brujo, Loremba,  que unos años atrás esbozaron una pequeña leyenda en torno al lugar donde héroes y duendes convivían al unísono. Así que ahora lo que se busca es un narrador que dé cuenta de aquella historia que se tejía semana tras semana cuando penetrábamos por la puerta grande del collado de Quebrantaherraduras o siguiendo la ruta del río después de haber tomado unos vinos en Casa Julián.

Yo a principios de los setenta marché fuera de España y me perdí todo lo que vino después, esa tercera generación que era capaz de subir la Valentina corriendo o explotaba la capacidad de adherencia de los pies de gato hasta límites inverosímiles convirtiendo escaladas de artificial C1 0 C2 en pura escalada libre 7b; así hoy me quedaba a dos velas cuando Juanjo, Santiago y Keemiyo sacaban de entre las cenizas del pasado nombres y nombres, riscos, techos, fisuras, diedros… todo lo que para mí eran imposibles en unos tiempos en que un sexto ya era casi un sueño. A dos velas, y por consiguiente el deseo de conocer por lo menos algunos de aquella generación que de tanto en tanto veo por las redes, como Guirles, al que encuentro agitando su látigo de buena tradición de izquierdas contra todo lo que huela a facherío; Gálvez, Fraga, Tito, Nerón, El Loro, Octavio Galante "Nano", Antonio Ruiz, Piviu, Fulgencio, con quien pasé un verano escalando en Alpes y apenas he vuelto a ver; al propio Keemiyo, resucitado después de una caída de cuarenta metros, ayer a nuestro lado sano y salvo contándonos de sus aventuras y sus viajes.

Los milagros del Photoshop

Así que después de dejar el Hueso atrás la charla siguió todavía ininterrumpida, especialmente por la popa, que la ocupaban Keemiyo y Juanjo que seguían hablando por los codos mientras Santiago, como inquieto jefe de expedición responsable, tiraba de ellos para que apretaran el paso y aminoraran su charla. Luego llegó el tiempo de la espeleología, cuevas, piedros algo complicados de subir, laberintos, chimeneas, estrechos callejones, así hasta llegar, ah, maravilla, a una de esas cuevas que los amantes de la soledad y los riscos han convertido en un bellísimo y acogedor recinto donde pernoctar y acaso pasar unos días. Suelo entarimado, mesilla de noche, aislante, las consabidas banderolas tibetanas… encantador vivac en medio de uno de los lugares más agreste de la Pedriza… increíble. No voy a dar la ubicación del lugar, entre otras cosas porque en la Pedriza hay una clase de vándalos, los responsables del parque y los forestales, que de acuerdo con su estrecha mente y su limitada capacidad de comprensión son capaces de llegarse allí para destruirlo, como hicieron ya en alguna otra ocasión. Así que silencio sobre el lugar.  Larga vida a esos acogedores abrigos.

El itinerario, un ocho sobre la ladera entre el collado de la Dehesilla y las Buitreras, seguía un laberíntico recorrido que regresaba por Cancho Amarillo y posteriormente al Tolmo. Pero no había prisa, allí Santiago, ya satisfecho del caminar de sus pupilos, nos permitió, ya calmado de sus prisas, disfrutar de un rato de recreo y pudimos hacer algunas fotos sobre el fondo de la Maliciosa. Mientras comíamos nos sumergimos en una interesante conversación sobre asuntos orientales, meditación, peyote, mezcalina, la época de los porros, todo un revoltijo de asuntos mientras dábamos cuenta de latas de sardinas, mejillones, platos de arroz, chocolate, frutos secos. Allí estábamos, al sol, en medio de este paraíso de piedra donde el tiempo había esculpido durante milenios con el cincel y el escoplo del viento y la lluvia las más bellas esculturas  que podamos imaginar, y ello sin olvidar el arduo trabajo de esos árboles que surgen admirablemente en lo alto de los riscos retando toda lógica con su capacidad de supervivencia, pequeñas raíces que año tras año, aliados con el tiempo y la poca humedad que guardan las grietas, van abriéndose paso en las entrañas del granito para al final levantar un vivo monumento a la persistencia y a la constancia, ejemplo vegetal de hombres que resistiendo el frío, el calor y las dificultades alcanzaron altas cumbres o atravesaron abrasadores desiertos. Canto a la vida la de esos árboles que coronan los riscos y que siempre uno observa con admiración.

Quién duda de que, pese a todo, vivimos en el mejor de los mundos, la fuerza feraz y espléndida de la naturaleza, la amistad, la conversación al final del día frente a una jarra de cerveza. Salud; por la amistad, por las montañas, por esta primavera que comienza.

 

 




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