Agotado

 


46°37.2530'N 9°16.2130'E, 23 de agosto de 2023 

Me había levantado un poco antes para evitar el sol, pero ni por esas, me pilló de plano. Incluso por la noche hizo calor y tuve que salir parcialmente del saco. Los quinientos metros que me quedaban hasta el collado se me hacían interminables con la solanera. A las ocho y media de la mañana mi cuerpo está empapado como salido de la ducha. 

Hay collados que pareciera que nunca se van a alcanzar, son como el horizonte, una y otra vez te engañas pensando que están ahí cuando todavía falta la tira. El deseo de llegar es tan imperativo y el collado está tan lejos, tan lejos… Días hay como hoy que me parecen el fin de estas largas correrías. Esto me supera, me vengo diciendo a cada paso. 

De todos modos llegué, rendido pero llegué. Dejo atrás un paisaje de altas y accidentadas montañas que a contraluz han perdido el relieve y se muestran como un velo azul de planos sucesivos en el horizonte, y por delante me encuentro una ondulada desolación de rocas y pequeños prados agostados. Se me acabó el agua esta mañana y no he querido añadir más penas a mi espalda, así que espero encontrar en esa desolación algo de esa agua que  necesito ya. 


El sol puede conmigo, ni un solo árbol, cortados que hay que atravesar, delicados, expuestos, muchos. Y mi destino queda allá lejos en el valle, un lugar donde acaso tengan algo para comer, pero lejos, al otro lado del desierto. Me duelen las piernas, el terreno a veces un cortado, otras laderas muy inclinadas y expuestas donde bajo pisando huevos, tanteando con el pie lo que tengo debajo porque el agua de la lluvia ha formando un profundo canal. El vacío a mi izquierda es algo intimidatorio. Estas inclinadas laderas de hierba me ponen algo nervioso. En dos ocasiones la ladera tropieza con un abundante riachuelo que cae desmadrado desde las alturas. Mi cansancio es tan grande hoy que tengo que extremar mis movimientos y prever en todo momento un resbalón. Y el sol, el sol cayendo de plano sobre mi cansancio y mis piernas doloridas. 


Ya muy abajo el alivio de una posible sombra se me presenta en forma de una borda abandonada a su suerte. Sin embargo en ella se alberga la sombra como un tesoro. La sombra es esta mañana una necesidad tal como el agua para el sediento que atraviesa un trozo de desierto. Descargo, me tumbo un rato, casi sin fuerzas para moverme. Como algo, apuro los dos sorbos de agua que me quedan. 

Frente a mí, al otro lado del valle adivino el itinerario que me espera ¿esta tarde? Imposible, me digo. Montañas yermas sin un solo árbol, un desierto más. Hoy no me quedarán fuerzas ni siquiera para hacer un trozo. Además se me antojan montañas desoladas sin ninguna gracia especial. Pienso que quizás mi desayuno de hoy ha sido excesivamente ligero, pienso en la posibilidad de buscar otro paso más al norte. Desde mi cansancio incluso se me pasa por la cabeza la idea de concluir mi vagabundeo en este valle. Algún autobús habrá. Joder, las cosas que me hace pensar este cansancio que se me ha agarrado al cuerpo como si llevara una tonelada sobre los hombros.


 

Después de la borda, baita en Italia, aquí me parece que las llaman alms, todavía me queda un empinado praderío en forma de lomo de asno por el que desciende el sendero a la brava sin describir ningún bucle y que me dejan las piernas para el arrastre antes de llegar a una fuente, al fin, donde el sendero ya se humaniza. Me refresco, bebo hasta hartarme y después me refugio en la poca sombra que deja la cabecera del pilón. Mi amigo Ignacio Aldea, gran andarín del Pirineo, que además publicó un libro de sus andanzas al modo de Cela, su título es El carrilano de Benifons, siempre parece ir cargado con un paraguas, y también se lo he visto en ocasiones al incansable trotamundos de Mérida Manuel Coronado. No llevé nunca paraguas al monte pero visto lo de hoy lo mismo algún día me agencio uno, uno de esos grandotes y negros que usan en Galicia. Un paraguas para matar dos pájaros de un tiro, para la lluvia y para que no se te caliente el coco en días como hoy. Esta mañana todas las veces que he parado a darme un respiro lo he tenido que hacer metiendo la cabeza lo mejor que he podido a la sombra de alguna roca.


 

Pero aún no había terminado el viacrucis, que preveía un restaurante en A y al final no era en A sino en B, algún kilómetro de asfalto, de asfalto, joder, más abajo. Aún así tuve el ánimo para dar salida a mi curiosidad cuando me tropecé junto a la carretera con un espacio con una fuente, una mesa de picnic, y junto a la mesa una especie de baúl de acero. ¿Qué coño tendrá ese baul?, me dije. ¿Comida, cervezas? En un lugar tan solitario no podía imaginar su contenido, así que me acerqué. Tenía dos ganchos como el baúl de la Isla del Tesoro, pero sin candados, así que lo abrí. ¿Qué había dentro? Un premio al que lo acierte. ¡Sorpresa! Pues ni más ni menos aquel baúl de lo que estaba lleno era de…


Un rato después, cuando ya estaba con los postres en el restaurante,  leí un guasap de Toti en el que daba noticias de que el nuevo gobierno de Aragón parece que iba a retomar el proyecto de unir Astún y Formigal. Le contestaba yo a Toti que nos vamos a tener que marchar a vivir a otro país y le comentaba que días atrás, cuando abandonaba Italia, me había encontrado con una pintada en italiano que decía sveglia, pecore, traducido al castellano: "despertad borregos". Alguno que lea este post podrá pensar que no está bien eso de llamar borregos al personal, porque de borregos y de incultos —¡Ay, la cultura!— va la cosa. Los que votan a semejantes salvajes y aprovechados, quiero decir. Así que tengo que aclarar que yo no llamo borrego a nadie, que lo único que hago es decir lo que pienso. Es decir, que si ahora determinados individuos vuelven cabezonamente a querer destruir la Canal Roya es porque en Aragón hay mucho borrego que ha votado a quien no tenía que votar. Sveglia, pecore. 

Vamos, que con la irrupción del rebaño por medio hasta se me fue el cansancio. Si ese rebaño del que hablo (no llamo a nadie nada, repito; digo lo que pienso) hubiera frecuentado el material que encontré en el baúl de acero, aquel que abrí para saber lo que había dentro, otro gallo cantaría en nuestro país y no tendríamos que preocuparnos porque no habría un puñado de sinvergüenzas dedicados a arruinar el Pirineo. Mientras la incultura ande suelta como anda suelta, el país seguirá pariendo cabezas turbias e irresponsables. 

Tenía que salir de la postración con la que había llegado al restaurante. Así que comí bien y después me cogí una tumbona, escogí una sombra, pedí medio litro de ice té, me refrigeré por dentro y eché una siesta de hora y media. Después ya tuve el ánimo a la altura de las circunstancias. Me despedí de la camarera portuguesa que tan amablemente me había atendido y eché a caminar cuesta arriba y a doscientos metros de desnivel más instalé mi tienda. 












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