Con un sol que derretía los sesos

 


Camino del Col 2614, 46°34.9440'N 9°20.8340'E, 22 de agosto de 2023 

El silencio del bosque, apenas el canto de unos pájaros, y un rayo de sol que penetra entre las ramas de los abetos cuando me pongo en marcha. El bosque será esta mañana umbrío, lleno de esos verdes profundos que el bosque pintor pigmenta con intensidad concienzudamente en los rincones donde apenas penetra el sol. Los líquenes cubren las grandes rocas, ese sedoso terciopelo que aparece en las umbrías, y la gama de los verdes, según sea la profundidad de sus rincones, el bosque pintor las va dando profundidad, brillo. De tanto en tanto la amanita mustárida, como salida de un cuento de enanitos, yergue su hermosa cabeza roja medio escondida entre la hojarasca. Atravesar temprano algunos bosques produce en el vagabundo una impresión cercana a la que le llegaría de la visita a un museo medio en penumbra donde los cuadros estuvieran iluminados con una imprecisa luz capaz de suscitar entre el cuadro y el espectador una suerte de íntima relación. Bosque, líquenes, luz, la brillantez nocturna de la vegetación como cuadros para una exposición intimista destinada exclusivamente al caminante. 


Y en un claro del bosque, allá abajo una pequeña cabaña solitaria donde se adivina una fuente, tropezarse con el único caminante del día. Caminante de abultado macuto, franco parlante, con el que el vagabundo pegará incomprensiblemente la hebra en francés sin saber en absoluto cómo ni de dónde sale espontáneamente ese francés más que olvidado de los tiempos del  bachillerato. Y es el caso que ambos caminantes se entienden perfectamente, ponen en común sus rutas, intercambian información, en Sufers encontraré un supermercado que no contemplaba mi mapa, le pongo al tanto del descenso brusco que le espera. Esas cosas de que hablan dos caminantes que interrumpen momentáneamente su soledad para compartir cosas del caminar. 


Ciento sesenta pulsaciones por minuto. Demasiadas. Ahora estoy al otro lado del valle, una larguísima hendidura, como abierta en canal en cuyo fondo el río se abre paso llenando de su sonoridad más laderas. He decidido emprender un larguísimo ascenso en la hora de más calor. Y el sol, el sol de la una del mediodía cae inclemente sobre mí. Ufff… Y tengo por delante mil doscientos metros de desnivel, más de la mitad de ellos sin arbolado. A las once y media el pequeño supermercado de Sufers estaba cerrado. Abrían a las tres. Me senté a considerar la situación, un día y medio por delante sin nada, mi despensa así así. En mi mapa donde decía refugio había una máquina que proporcionaba bebidas, algún dulce y queso. Mientras lo pensaba me comí un dulce con un café con leche frío. Cerca sonaba cantarina la fuente del pueblo. Tres litros de agua me eché a la espalda. Escalar tiene sus dificultades y su ámbito de movimiento, pero subir con toda la solanera y la perspectiva de ese desnivel se me antoja un séptimo u octavo grado de los caminos. De hecho en algún momento me empezaba a dar vueltas la azotea. Tuve que parar un instante no fuera que me diera un yuyo y me fuera de repente al suelo. Carajo con el sol y la cuesta.


Y mientras me repongo un poco miro si hay cobertura y lo primero que me aparece es un recuerdo de hoy mismo pero de hace justo una década, un año en que hacía la travesía del Pirineo entre Hendaya y el cabo de Creus. Y qué curioso, allí también como hoy mis fuerzas habían llegado al límite. Así comenzaba aquel viejo post titulado Abrazar los árboles: “A veces una subida de quinientos metros puede convertirse en una pequeña aventura mental y física; ese no puedo más que a cada repecho nos sale de dentro como una bomba de relojería dispuesta a hacer pum. Hostia, y llega otro repecho de piedra suelta y tú que ya no puedes más te dispones a parar, pero otra fuerza que sale de no se dónde te dice: no, tío, un poco más. Y así llega un momento que en algún sitio aparece la mancha azul del cielo entre los pinos y más allá crece y crece, se pone a la altura de la mano, el collado está allí, y entonces piensas que vas a ser capaz de llegar, si, al collado sin haber parado en ningún momento, cuando desde hace un buen rato ya el corazón te estaba haciendo pum pum a punto de irse a hacer puñetas”. Vamos, que la historia se repite… y que uno no escarmienta y sigue el curso de los masoquistas añadiendo siempre un plus al sufrimiento corriente. 

Pero oye, qué bien se está cuando llevas un rato mirando las musarañas y el corazón ha vuelto al estado de nueva disponibilidad. Uffff… qué gusto ahora. 


Subía bastante bien a la sombra del bosque, casi disfrutando del esfuerzo, pero en cuanto se acabaron los árboles, adiós que te vi. No mucho más allá, mientras grandes escarpes se precipitan a ambos lados del río, los hombros, benditos ellos, enseguida me fueron avisando que con ellos no contara si ya mismo no les daba un poco de descanso. Bueno, no estaba mal. Paré y volví a examinar el mapa. Estaba a mitad de camino del collado. Examiné de nuevo el mapa, ciento cincuenta metros de desnivel más arriba el sendero cruzaba un arroyo. Si había suerte y encontraba por allí un lugar para la tienda por allá concluiría mi jornada. Son algo más de las tres y mi hora de fin de curro es las cuatro, así que a ver si hay suerte. Se quejaba ayer mi chica de que la parcela, el desagüe del fregadero y algún que otro asunto más le daba mucho trabajo. Más trabajo tengo yo con estas cuestas, le repuse. Pero ella no atiende a razones, cree que esto es pura diversión y se imagina que si sudo la gota gorda será por mi gusto. Joder, cásate y ya te tienen fichado. Y es que mi chica no es que tenga de profesión “sus labores”, pero es que cuando le cae algo, algún desarreglo o reparación, que por reparto conyugal normalmente hago yo, ya siento que mi teléfono empieza a bufar y me dice que como yo estoy de vacaciones… Pero en fin, que el cielo le perdone sus pecados, que con sólo aguantarme a mí ya se merece el cielo. 


Bueno, aprovechemos que se ha puesto una nube por medio para caminar otro poco a la búsqueda de ese arroyo de que da cuenta el mapa. Por cierto, si alguna vez tenéis intención de caminar por los Alpes Suizos, no olvidéis cargar la app correspondiente,  Suisse Top (gratuita), sencillamente una maravilla para moverse por valles y montes en este país. 

Pues no llegué al arroyo, que me encontré con un prado tan cuco poco antes de los dos mil metros que allí mismo extendí mi aislante dispuesto a solazarme a la sombra de los alerces el resto de la tarde. 

Medio sesteé un poco, comí otro poco, terminé esta crónica y ahora me queda la tarde, que hoy dedicaré a Riccardo Cassin. Su libro, Jefe de cordada. Mi vida de alpinista, que encontré casualmente en mi biblioteca digital, va a ocupar por unos días al vagabundo. 
















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