El piz Badile a la vista



Camino de Juf, 20 de agosto de 2023 

Debe de haber en Física alguna ley que no conozco y que determina una atracción de los sapiens para congregarse juntitos en determinados espacios. Debe de haberla porque no se explica que hoy, tras día y medio de cruzarme con multitudes, cerca tenían el trenecillo suizo que sube a casi todos los lados, al fin hoy el sendero ha vuelto a la normalidad. Ayer tarde nadie y hoy algún caminante suelto y un pequeño grupo de jóvenes. 

Con el sol sucede como con ciertas parejas, tienes con él una relación amor-odio. Añoranza y querencia de sol cuando llueve y deseo de que se vaya al infierno cuando cae sobre ti como plomo fundido. Hoy, pese a madrugar, el sol caía como una daga sobre el vagabundo desde el primer momento, pesado, ardiente, agotador. No voy a decir otra vez aquello de sangre, sudor y fuego, el Cid cabalga porque seguro estoy que alguien me va a corregir. Pero era algo así, no por la estepa castellana, pero sí por una desolación desarbolada donde ni pizca de aire corría. Según ascendía el paisaje se hacía cada vez más ostentoso, enorme, atrevido, con glaciares que surcaban sus flancos, pero lo que yo buscaba no aparecía. Sabía que estaba por ahí a mayor o menor distancia, pero su figura recordada de los libros no terminaba de aparecer. Así hasta que en un altillo al fin surgió  su esbelta silueta. El piz Badile. Hay nombres y montañas que están tan vinculados a las primeras lecturas de los libros que leíamos mientras dábamos nuestros primeros pasos por el monte, que acaso verlos por primera vez después de aquellas lejanas lecturas, ya provoca un hilo de emoción en el ánimo. Desde el lugar en que lo había descubierto el conjunto de montañas a su alrededor parecía constituir un reino aislado del resto del macizo. Me acordé allí de Gustavo Adolfo Cuevas que me había contado algo de su ascensión a la Cassin. Le mandé desde allí mismo un guasap con la imagen de recuerdo. En los tiempos en que coincidía con Gustavo en Galayos, hace cincuenta años, creo que éramos muchos los que codiciábamos esa pared y esa cumbre. Todos habíamos leído Estrellas y borrascas y el que más o el que menos había quedado prendado de alguna de esas paredes que describía el libro. Alguno incluso, como José Ángel Lucas, dejó su vida en ellas o tuvo desencuentros graves como Ramón Portilla en los Grandes Jorasses. 


Soñar no cuesta nada pero son los sueños los que alimentan una parte considerable de nuestras vidas. Y hay cumbres y ascensiones en los Alpes que han alimentado a generaciones de escaladores. Unos han cumplido sus sueños, y otros, como es mi caso, los hemos acunado y guardado en nuestro corazón como esos deseos imposibles que pese a no ser cumplidos permanecen ahí como parte de ese fuego que alimenta los años jóvenes y les pone en el camino de hacer de la vida una bella realidad. No habremos escalado esas cumbres pero sí hemos vivido con intensidad todo lo que en ellas han vivido otros, Cassin, Rebuffat, Demaison, Terray, todos los nombres que desfilaron por nuestras manos en lo que fue nuestro principio. 





Fue diferente una vez alcanzado el paso Lunghin donde de repente una ligera brisa atemperó el sofoco de la solanera. Un paisaje muy distinto apareció al otro lado del collado, unas montañas menos agrestes y extensos prados que cubrían todo el valle. Más adelante no tardaría en surgir de nuevo por la izquierda el macizo del Badile, aserrado, atrevido, enmarcado por ambas partes, como en un escenario, por las montañas próximas. 

Era más del mediodía y llegar a destino, Juf, un lugar donde acaso podría reponer provisiones, me parecía mucha tela para hoy. En el paso Colomba decidí salirme de ruta para alcanzar un pequeño refugio regentado por un par de jóvenes, Pascal y Petra. 


Pero qué bonitas son las nubes a veces, carajo. Ellas, que continuamente flirtean con las montañas o las adornan con el ampuloso tocado de su blancura, que juegan al corre que te pillo, o a desvanecerse haciendo cabriolas sobre el azul del cielo. Tenía que sobrepasar un collado y me entraron dudas, o pasarlo y esperar lo que daba de sí el atardecer, o quedarme antes y probar si el alba se presta y se luce un poco. Pero al final pudo una tercera opción, la de que me despertara el sol temprano sobre la tienda, que es una de las cosas más agradables de la jornada. Abrir los ojos y encontrarte con un buen pedazo de luz iluminando tu tienda como diciéndote, venga tú, vagoneta, al curro. Ja, el curro, cada vez que me encuentro con un jubilado o con uno que va a entrar en el gremio pronto, siempre me deshago en elogios de este tiempo de jubilación. Lo mejor que nos ha dado la vida, les digo, lo mejor de lo mejor, tanto que eso de madrugar, acaso por concomitancia con aquello de ir a currar, cada vez me gusta menos, unas veces porque se me aparece la virgen, no, no la del cielo, otras, virgen o no, que no tengo preferencias, otras porque eso de ensoñar entre la vigilia y el sueño es como alcanzar el estado de gracia. Eso, cuando no sabes bien si estás en esta vida o en la otra, que la vida del sueño a veces vale con creces más que ésta en que cumplimos años y tenemos que resolver problemas. En especial, sí, cuando se te aparece un ángel de distinto género. Así que como pudo lo del sol mañanero sobre mi tienda, en cuanto vi un llanito adecuado ahí planté mi campamento. 



Ahora, repantigado a la sombra de la tienda trato de averiguar los nombres de los montes que me rodean. He descubierto una aplicación que te los nombra todos. Enfrente a lo lejos rodeado de glaciares está, por ejemplo, el Schneekuppe, 3921 metros, pero necesitaría un mapa de papel amplio que no tengo para ponerlo en contexto con los montes que conozco. Si tuviera oportunidad alguna vez me gustaría tener un mapa de los Alpes en relieve del tamaño de una piscina grande para poder recorrer caminos y montes y ubicar valles y montañas en relación. Sería bonito porque es que en mi cabeza no cabe, mi cerebro no es capaz de visualizar al menos lo que conozco de Alpes, que es bastante después de pasar tanto veranos cortejándolos. Me hago un lío al poner uno tras otro los distintos valles y macizos. 

Bueno, y creo que por hoy ya está bien. Los días anteriores, en correspondencia con la afluencia de paseantes y turistas siempre tuve cobertura. Hoy los de los teléfonos me imagino que pensando que por aquí pasan cuatro gatos ni un repetidor han puesto. Si mañana tengo suerte ya me arreglará esto Victoria para subirlo a donde corresponda. 


Me equivocaba pensando que para ver el atardecer tendría que estar en la vertiente de poniente. Me equivocaba porque hoy el pintor de los atardeceres se desplazó a las montañas que tengo enfrente por levante, se arremangó, tomó los pinceles, la paleta y sus colores y se dedicó durante un buen rato a pintar el lienzo del horizonte con las más bellas tonalidades, de manera que lo que poco antes eran colores planos, apenas un testimonio de su morfología, de repente se transformó en un inmenso cuadro que tanto recordaba el arte de Friedrich como el de Turner. 

A veces cuando hablo de arte con el amigo Toño, éste dice, o eso interpreto, que aspira a pintar o esculpir de un modo diferente a cómo se ha hecho hasta ahora, que quiere llevar sus ideas al lienzo o a la piedra con la voluntad de quien pretende hacer hablar a los colores al ritmo de una inspiración personal única. Yo, mucho más modesto y torpe con los pinceles, cuando me he puesto a ello creo que lo que he pretendido, más o menos, es hacer lo que ha hecho el pintor de los atardeceres al final de esta jornada, es decir crear algo bello, algo cuya contemplación me produce alguna clase de placer. Nada más. Hoy ese pintar duró apenas unos minutos, pero lo suficiente para que yo, y acaso algún otro contemplador, pudiera no sólo disfrutar del atardecer en sí sino también del placer de poder recoger con mi cámara una parte considerable de esa belleza. 














2 comentarios:

teresa dijo...

bellísimas las fotos, tan bellas como el texto que lo describe. gracias alberto, por compartir tu ¨vagaría" con todos.

Anónimo dijo...

Fue una suerte encontrarme al final del día con este regalo.