Entre la Engandina y el Karakorum

 



Cercanías de Maloja, 19 de agosto de 2023 

A la sombra de un abeto junto al supermercado me como enterito uno de esos melones redonditos dulces y anaranjados y unos cuantos albaricoques. ¡Vaya caminata la de hoy!, me digo. Un solazo, un valle interminable por los dominios de la opulencia, aunque un poco mitigada por la barahúnda de los turistas, el más típico de los paisajes suizos, sus laguitos, su césped recién cortado, sus caminos arregladísimos, las montañas como escenario de fondo. Este paisaje que fue tomado en toda época por los VIP de medio mundo se ha democratizado no obstante y es posible encontrarte un chiringuito incluso para comer.

Pues aquí sentado, muy cerca de Maloja y para los coleccionistas de grandes paredes, también próximo al piz Badile, lo más cercano que recuerdo es de hace tres o cuatro años. Hacía el sector rojo de la Vía Alpina, había atravesado el Bernina por el sur y, estacionado a la espera de que remitiera la lluvia, me había refugiado en un hotel de Chiareggio, la última localidad antes de dejar Italia. A la mañana llovía ligero y no me resigné a quedarme allí. Creo que nunca cogí una mojadura como aquella. A poco de abandonar el pueblo ya empezó la fiesta. Pude ver a mi izquierda el monte Disgrazia, una conocida e imponente pirámide, pero después todo se cubrió. El passo del Muretto a 2600 metros de desnivel me recibió con un fortísimo viento. Al otro lado se extendía un nevero del que no se veía el fondo. Llegué horas después al passo Maloja escurriendo agua como una esponja. Mañana tengo que hacer parte del camino que, entonces, recorrí al día siguiente. Como si no hubiera pasado por allá porque la niebla me acompañó todo el día.


Son las cinco pero maldita las ganas de moverme de aquí. La Engardina la constituye esencialmente un larguísimo valle glaciar sembrado de lagos. Todo muy bucólico, pero tan largo y tan soleado hoy que me he dejado todas las calorías por el camino. Pero bueno, fuerzas de flaqueza. Voy a ver si encuentro un lugar no muy lejos de aquí. 

Total  que salgo del pueblo, Sils María, alcanzo la carretera que bordea el último lago del valle y justo enfrente, donde comienza mi camino, me tropiezo con una determinante prohibición de paso. Ha habido desprendimientos de rocas y toda la zona está bloqueada. No hay otro camino de subida que éste. Sí, se ven grandes bloques caídos en la línea del sendero y cables de acero que muestran que se está trabajando en la zona, pero… No hay cáscaras. ¡Hombre… no va a dar la casualidad de que se produzca otro desprendimiento precisamente ahora!, así que salto la barrera y los cables de acero lo más deprisita que puedo y no tardo mucho en estar dentro del bosque fuera de la posible caída de rocas. Hoy leí un rato a José Antonio Marina por el camino. Contaba una historia que viene al caso. Una vez, en la orilla de un arroyo, un alacrán pidió a una rana que le ayudara a atravesarlo. «¿Por qué no me dejas subir a tu espalda y me pasas a la otra orilla?». «Porque me clavarías tu aguijón y me matarías», respondió sensatamente la rana. «No, porque, si lo hiciera, yo me ahogaría». Convencida la rana, le dejó subirse a la espalda, pero cuando estaban en mitad de la travesía el alacrán le clavó su mortal aguijón. Agonizando, la rana preguntó: «¿Por qué lo has hecho?». Y el alacrán, a punto de morir ahogado, respondió: «Es mi carácter. No puedo evitarlo». Es mi carácter, no puedo evitarlo. Me ha sucedido tántas veces… Espero no ahogarme en algún momento. A veces fue incluso maravilloso transgredir algún cartelito. Recuerdo, por ejemplo, un día que andaba circuncaminando la isla de la Palma y me encontré con uno de esos cartelitos de prohibido nada más empezar el sendero de la caldera de Taburiente. Era verdad, en algunos tramos el sendero se había ido a hacer gárgaras, pero el paso no era nada especial para… El que lea estos posts recordará que después de mis experiencias al principio del verano en algunas montañas de los Alpes Austriacos en donde ante el cartelito de “sólo expertos” yo me preguntaba si era o no experto. Después de pasar aquello y otras rutas más en Dolomitas donde aparecieron similares carteles, pues eso… que ya me consideré experto. En Taburiente no lo sabía todavía, pero sí lo debía de conocer mi ángel de la guarda porque no me dio ningún toquecito de advertencia en el hombro. La caldera de Taburiente, cuánto me alegré de haberla atravesado, es uno de los paisajes más salvajes y solitarios que conozco.


Estaba deseando parar así que no tardé mucho en decidirme a poner la tienda en el mismo sendero. Dejé un pequeño espacio de paso por si algún otro transgresor se había decidido a saltarse a la torera la prohibición de transitar por aquí. 

Había sido un día un tanto plano, así que distraído, cuando hube puesto la tienda y atendido a una pedicura que se demoraba ya peligrosamente algunos días, me di una breve vuelta por las redes. Allí, en Instagram, un amigo me había enviado un vídeo sobre el puente, puente de a pie, más peligroso del mundo, en Pakistán. Total que cuando lo vi me dije, ostras, si ese puente lo hemos cruzado yo y mi chica. Y de repente recordé aquella circunstancia y aquel formidable viaje de medio año que hicimos por Oriente, que después de atravesar Asia en el Transiberiano y recorrer China durante dos meses nos depositó en el Karakorum sobre ese inmenso río. Hemos cruzado puentes de todos los colores, pero aquello fue realmente una aventura de las que no puedes escapar. Te lo encuentras ahí y no hay posibilidades de retroceder. Por la mañana habíamos cruzado otro puente sobre el mismo río, pero el puente, enormemente largo y sobre tumultuosas aguas, se presentaba sólido y sin desperfectos. Sin embargo aquel otro de la tarde, el que nos devolvería a la aldea de la que habíamos partido, parecía hecho con viejos desechos de tablones, la mitad de ellos rotos o colgando sobre el vacío o carcomidos por el tiempo. Indecisos anduvimos un tiempo sin decidirnos a entrar en aquel incierto columpio de más de un centenar de metros. Así hasta que apareció por allí un aldeano para el que atravesar aquello era pan de cada día y que nos animó a seguirle. Las fotos dan alguna idea de cómo era el dichoso puente. 


Victoria siguiendo al aldeano

Hoy va a ser el segundo día que duerma con la ventana abierta. Se han venido encima unos días de buen tiempo que me hacen extrañar la no presencia de las tormentas de la tarde y las lluvias. Una novedad que se agradece pero que también tiene sus inconvenientes: el sol. De momento mañana voy a hacer algo que no me gusta, madrugar. A ver si así algo de calor me quito de encima. 












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