Edolo, 15 de agosto de 2023
El vagabundo ha tenido algún contratiempo con la combinación de los transportes y ahora, a las afueras de Edolo frente a una herrumbrosa moto ha entrado en meditación. El vagabundo ha perdido el bus que le llevaba a Poschiavo, ya en Suiza, donde pensaba iniciar otra larga travesía de sur a norte de los Alpes Suizos, y ahora, después de mirar y remirar los mapas donde no encuentra los lugares de abastecimiento a su gusto, lo que supone volver a cargar con un exceso de peso; ahora principalmente frustrado por asuntos añadidos que mi ánimo va echando en la balanza, se ha sentado junto a un pequeño río a las afueras de Edolo con la tarde casi echada y piensa que se le está empezando a deshacer entre las manos ese proyecto hacia el cual se dirigía. Y es que el vagabundo, acostumbrado a hacer lo que le sale del cestillo de las ganas, se encuentra con el cesto un tanto vacío. Vamos, in albis, como decían los antiguos. Y es que además al vagabundo se le han ido acumulando por el camino las pelotillas de la suciedad por el cuerpo, una razón más para echar abajo los muros de ese proyecto al que se dirigía, y se le ha pasado por la cabeza que cuando los eventuales paseantes estén cenando lo mismo se podía meter en el río y quitarse la roña de las piernas y el sudor del cuerpo. Se debe suponer que el vagabundo cuando hace de vagabundo apenas prueba el agua más que para hidratarse y hacerse a la noche y a la mañana un capuchino. Y ya de paso proceder a hacer esa colada desde tanto tiempo postergada, arreglarse las uñas, en fin ponerse en condiciones para afrontar civilizadamente, si procede al final de la meditación, su ingreso en la civilización.
Pues eso, que se me cortó la leche y ahora no tengo ni idea de qué hacer. Así que mientras al vagabundo le viene la inspiración va a intentar y dar cuenta de la jornada de hoy que fue intensa y llena de esas montañas que le sirvieron a los veinte años para estrenar un mundo que todavía resuena en su interior con la resuelta resolución de seguir inmerso en él hasta el final de sus días.
Así que ahora después del baño y la colada, a disfrutar de la tarde. Ni pensar quiero en lo que haré mañana. Así que continuemos con el relato. Según alcanzaba el refugio Mandrone lo que más me admiraba era contemplar aquel inmenso circo glaciar que un invierno atravesara en soledad (ya tengo la tormenta encima, boooommm, booommmm). Es un magnífico entorno que además tiene historia. En este inmenso anfiteatro de granito y hielo se enfrentaron italianos y austriacos en la Primera Guerra Mundial constituyendo uno de los frentes más duros por el rigor del frío y el modo en cómo organizaron la ofensiva y contra ofensiva. El glaciar se llenó de túneles por ambos lados y las comunicaciones entre embalses bajo tierra sirvieron al ejército italiano para hacer una vida de topos, tanto bajo la roca como bajo el hielo.
Cuando ves el macizo desde lejos, desde Brenta, aparenta una dorsal sin más sobre la Val di Genova, sin embargo es falsa la apreciación. El macizo es de una complejidad extraordinaria donde los glaciares se desangran a marchas forzadas dejando en su retirada la desolación de una roca profundamente lamida en los valles. Grandes corrientes de agua brotan de las fauces de los dos glaciares principales y se precipitan hendiendo un profundo valle fluvial, el que he tardado un día y medio en subir. El río que corría valle abajo me recordaba en algunos momentos algunos de esos ríos que surcan Alaska en las cercanías del Mackinley.
Joder con la tormenta. Voy a tener que volver a sellar las costuras porque con esta violencia algo de agua termina filtrándose en forma de diminutas gotas de agua. No hace falta estar en lo alto de las montañas para experimentar la violencia de los elementos. La tormenta de esta tarde parece estar ganándole la partida a todas las del verano y eso que estoy a unos pocos metros del pueblo. Los truenos son realmente tremendos y el golpeteo del agua sobre la tienda violentísimo.
Desde el refugio Mandrone para arriba la majestad del paisaje con los glaciares de la Presanella y el Adamello, los lagos y la soledad del entorno, adquieren la plenitud de la alta montaña más rigurosa, algo que más arriba, en la cota de los tres mil metros, en el paso Presena, desaparece totalmente para convertir la montaña en un circo. Las cabinovías, como lo llaman aquí, un enorme tinglado turístico, terminan haciendo de la montañas un parque temático más. Y sí, allí donde los medios mecánicos llegan… Una lástima. Montones de gente por todos los lados. A tres mil metros, pero aún así se acabó el placer de la montaña.
Aparte de la comida en uno de esos tinglados, el resto del día se me fue en transportes hasta Edolo, donde debía tomar un bus hasta Poschiavo, Suiza, mi nuevo destino. Un autobús que al final no hubo y que hizo que entrara en cierto suspense. Mañana a las nueve sale un bus para Poschiavo, pero dudo mucho que lo tome. Me he propuesto no pensar en ello hasta mañana por la mañana.
Y continua incansable la tormenta. De momento, quitando el salpicado esporádico del techo, todo está seco.
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