En el corazón del Adamello


Cercanías del refugio Mandrone, 14 de agosto de 2023 

Estas situaciones enriquecedoras que te ponen en comunicación contigo, con el universo, la Naturaleza, con el Todo. Despertándome, encuentro con el fragor del río, con la incógnita en la espesura del bosque si hoy tendré que caminar bajo la lluvia o el sol. Mi preciosa soledad, mi conciencia de vagabundo con sus ideas tan diferentes de la vida de la ciudad sobre tantas cosas, la higiene, el modo de estar en el mundo y relacionarme con los elementos, este dormir a pierna suelta en el regazo de mi tienda, mi saco. Bendita vida sin otro objeto que despertar, ver si hace sol o va a llover, sin otro objeto que desayunar, recoger y sentirte fantásticamente bien mientras guardas el saco de dormir, momento en que eres consciente de esa preciosa vida que estás viviendo, y entonces dejas de meter el saco en la bolsa y atiendes a la necesidad de poner por escrito la bondad del momento que, aunque a un par de horas se encuentre la civilización, la lluvia y la noche han creado tal distancia con ella de sentirte en el oasis personal en donde tú y la Naturaleza sois la misma cosa. Increíblemente lejos me son desde esta mañana los sucesos políticos y las noticias que llenarán hoy las ondas y las páginas de los periódicos. 


Tras la noche de lluvia la calma matinal, el bosque húmedo, el rumor del río, nadie, la soledad, el silencio roto por el fragor del agua. Y sin embargo ascendiendo lentamente en la humedad del bosque se me cruzan en la mente cuestiones del “más allá”, y me pongo en la situación de alguno de esos alpinistas del K2 que tuvieron que pasar sobre el moribundo Muhammad, que aferrado a las cuerdas fijas tiene que alzar las piernas para no pisar su cuerpo. Y que se aleja pensando en todo el dinero que ha invertido en “su aventura” y en la “imposibilidad “ de atender a aquel desgraciado, acaso carne de cañón en los engranajes de la opulencia de esa otra parte del mundo, acaso un currante no más de las alturas. Es necesario elegir entre el agonizante y la cumbre. Y la cumbre prima sobre todas las cosas. Que venga una ambulancia a por el herido. Y se aferra con fuerza a la cuerda y sigue adelante pensando que seguramente a la vuelta de la cumbre “alguien” se habrá llevado el cuerpo de Muhammad. Pero sobre todo impedir que la conciencia hable. 

Y mientras tanto al otro lado del mundo alguien sentado cómodamente en su sillón le pondrá de hijo puta para arriba por no atender a un moribundo que acaso nos necesitaba ninguna ayuda porque estaba ya más muerto que vivo. Pero el personal necesita hablar y colocar dentro de sus concepciones morales lo que ha sucedido allá arriba. 

Y entonces pienso en Carlos y la diferencia de tener al lado a un amigo, a Sito, y al otro lado del teléfono satelital a Luis Miguel Soriano y a tantos que estarán pendientes de su vida. Los amigos. Los amigos. Y se me pone un nudo por dentro  pensando en ellos, en la diferencia que  hay entre ser un simple y anónimo aspirante a una cumbre y formar parte de un equipo de amigos.  Los que simplemente forman parte de un rebaño en esas multitudinarias ascensiones al K2 o el Everest, los que se ganan el pan colocando cuerdas o asistiendo a los turistas de altura a la larga forman parte de una humanidad diferente. 


Y está tan bonito el bosque por donde subo que me recuerda el de Urbasa un otoño cuando la niebla hacía del bosque un cuento de hadas. 

Y escrito lo anterior al final de la comida, abro un pdf que me había enviado José Luis Hurtado el día anterior titulado Historias del Himalaya publicado en la revista Peñalara hace un tiempo, y del que es autor. Un alpinista suizo sufre un accidente fatal cerca de la cumbre del K2. Llaman por teléfono a su compañera que espera en el campamento base.  “Son los compañeros del fallecido que todavía están junto al cadáver y quieren conocer la opinión de su compañera antes de despeñarle por un precipicio de unos tres mil metros”. Y añade José Luis: “Su intención es apartarle de la vía para evitar problemas de conciencia a las sucesivas expediciones”. La conciencia tropieza con escabrosas prominencias que en lo posible hay que evitar, parece. Termina su artículo José Luis, haciendo alusión a esos valores que se gestaron desde el principio en la montaña, “la abnegación, el sentido de la amistad y la camaradería”, valores sin los cuales es muy difícil conjeturar sobre situaciones como las que se acaban de dar recientemente en el K2. ¿Cómo considerar en un plano similar la situación de estas muertes que se producen en circunstancias de masificación, de turistas de altura, con los hechos de expediciones clásicas donde el grupo, donde las personas, la amistad, la camaradería constituyen la base sobre la que se asienta la aventura? 


Comí tan bien y tan abundante que nada más salir del refugio eché una ojeada a la búsqueda de un lugar donde echarme una siesta. Pero había demasiada gente. Quizás más arriba me dije. Pregunté al primer mochilero con el que me crucé. Se quedó cavilando, pero no, no, me dijo, hasta las cercanías del refugio Mandrone no creo que encuentres nada, me dijo. Ochocientos metros de desnivel para hacer la digestión era muchos metros, pero no había otra. 

Termino el día en un balcón excepcional, un lugar algo complicado donde montar la tienda pero que me seduce por su situación, todo un espléndido panorama de montañas a mi alrededor. Desde la ventana de mi tienda me siento de nuevo el centro del mundo y observador excepcional. Pasa un grupo de italianos y charlamos. Les llama la atención este hotel de miles de estrellas que me he montado en la estrechez del sendero. Que si no tengo miedo a los osos, que de dónde soy… y me cuentan su larga excursión de esta jornada. 



Panorámica desde mi tienda


Hoy podría hablar de muchos más asuntos. No me importa prolongar hasta donde sea estas anotaciones diarias. Un comentarista apuntaba en una ocasión que a la gente no gusta leer, que acaso algo corto y ver por encima. Le contesté que bueno, que si me tuviera que ganar la vida con la escritura que quizás, pero que no siendo el caso, que los tiros no van por ahí, y que no estando en mi ánimo considerar los mecanismos que impulsan a posibles lectores a leer o dejar de leer algo, que escribo cuanto y como me place.

 Hoy me crucé con una mujer que vestía una camiseta en donde se leía I love conversation. Me too, yo también, me dije. Y como estaba de humor lo puse en práctica. La subida al refugio Mandrone me la tomé con tranquilidad y con ganas de charlar, así que probé con preguntas anodinas a algún que otro caminante, ¿lloverá esta tarde? ¿Se han cruzado con una pareja tal y cual? ¿Encontraré lugar más arriba para poner mi tienda? Da lo mismo, cualquier cosa para empezar a charlar, algo que les encanta en general a los italianos. En este plan me había encontrado horas antes con una familia de cinco, el más pequeñín a la espalda de la madre y el mediano de la mano del padre. También con ellos charlé un poco recordando nuestras largas caminatas familiares por Alpes, Pirineos o Picos de Europa con nuestros hijos, una encantadora estampa que conservo en la memoria con especial gusto. Estos micos tan pequeñajos beben la esencia de la vida cuando tan tempranamente caminan con sus padres por bosques y montaña. Para Victoria y para mí es un orgullo recordar la vida que llevaron nuestros hijos durante tantos años, durmiendo bajo las estrellas donde se terciara, atravesando valles y montañas y gustando desde tan temprano los placeres elementales de la vida al aire libre. 

De todos modos todo tiene un límite y antes de dormir desearía leer un poco, así que buenas noches. 
































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