Emocionado encuentro con las Torres de Vajolet



Bajo las Torres de Vajolet, 4 de agosto de 2023 

Me despierta el sol que da de plano en mi tienda. El sonido de los cencerros de las vacas son la música que acompaña mi despertar. El sol desaparecerá enseguida y quedará un día de caminar a ratos entre las nubes, a ratos con algún rayo de sol que pintará las montañas aquí y allá dando profundidad al paisaje. Mi mala memoria me proporcionará esta mañana algún que otro regalo. Creyendo yo caminar por una zona no visitada antes, basta subir un largo repecho y abrirse al otro lado un precipicio para descubrir con toda claridad un itinerario ya recorrido que dormía en mi memoria apaciblemente y que de repente ha despertado. Un sendero que se hunde en el precipicio y allá, al fondo, sobre un collado el conocido refugio de Alpi di Tires. 

La niebla sube y baja por el abrupto valle de la derecha y sólo me falta algún sujeto sobre una prominencia del sendero para obtener una bella fotografía. Algo que sucede a mitad de camino. Una pareja se entretiene con un selfie justo en el lugar que yo preciso. Desde lejos les alerto, por favor, un momento, tenéis una bonita fotografía ahí mismo. Atienden gentilmente a mi demanda y posan; me ofrezco a mis vez a hacerles una foto con su cámara. Ella es india y él es natural de Dubai. Charlamos, le digo a ella que soy un enamorado de la India, de su gente, sus colores, sus ritos religiosos. También yo debo posar, una silueta sobre las nubes que suben a toda prisa hacia el paso Alpi di Tires. Ella junta las manos al modo de su país y pronuncia ese encantador namasté que todos conocemos de nuestros viajes a India y Nepal. 


Después del refugio Alpi di Tires mi memoria se sigue aclarando y aparece nítida la imagen de una pared por donde trepa el sendero asistido por cables. Se cierra el telón después y un rato más tarde vuelve a abrirse. ¿Cómo lo podía haber olvidado? Un inmenso hoyo se abre a mis pies. En Picos de Europa sería uno de esos jous, aunque multiplicado por muchos. Al otro lado el sendero vuelve a trepar por una pedrera interminable hasta passo Príncipe. Y recuerdo cómo me crucé con una familia alemana acompañada por sus tres hijos pequeños que me recordaba aquellos tiempos también de caminar por Alpes y Pirineos con mis hijos. En aquella ocasión paré al matrimonio, un tanto emocionado por la coincidencia, y compartí con ellos mi experiencia de entonces, esa misma manera de entender la vida de la familia cuando los hijos son pequeños y se inician en la belleza del mundo y en el esfuerzo. 

Así que larguísimo descenso por una pedrera interminable y larguísimo ascenso por el lado opuesto. Llegué a comer al refugio Príncipe. Comí, consulté el mapa. Mi destino hoy era el refugio Vajolet o sus alrededores. En realidad hoy mi caminar tenía algo de peregrinaje. Quería volver a contemplar de cerca lo que para mí es la arista de roca más bella de las Dolomitas y que había escalado medio siglo atrás. Y vuelvo a recordar aquel pensamiento de Juanjo San Sebastián, que escribía que daba gracias al que había sido porque a través de lo que fue, hoy era lo que es. Volver a las fuentes de la emoción, a la belleza, a una escalada no muy difícil pero que reunía en sí belleza y espectacularidad. Una de esas ocasiones en que la Naturaleza se concita para crear un espectáculo hermoso. 


Quería volver y allí me fui tras la comida en el refugio Passo Príncipe. El tiempo se había cerrado y llovía algo, pero no me resigné, casi lo sentía como un peregrinación, una peregrinación a mí mismo, a mis años jóvenes. Cuando llegué al paso di Laudino, bajo la misma torre Delago, me embargó una gran emoción, quizás era mi encuentro conmigo y mi pasado, me puse sentimental recordando aquellos veranos primeros en Dolomitas, siempre un puñado de amigos, Fernando Vázquez, Moisés, el Pichón, Graciella, Nena. Desde Madrid nos íbamos directamente a casa de Nena que vivía en un pequeño pueblo, Cevo, en las faldas del grupo del Adamello, y desde allí comenzábamos nuestra pequeña aventura en uno u otro macizo desde las Tres Cimas de Lavaredo en el extremo oriental hasta el grupo de Brenta en el extremo contrario. 

Belleza incomparable, armonía; retando a toda lógica las Torres de Vajolet se yerguen como un milagro frente a mí esta tarde. Dudaba de la posibilidad de dormir bajo ellas, pero, oh lalá, que hasta un corralillo de vivac había. Tenía que dar suelta a mi alegría y como estaba solo eché mano del guasap mandando una docena de ellos a amigos y familia. 


Fue una hermosa cabalgada la de hoy, tanto para que en algún momento me surgiera dar las gracias a mis piernas, mis caderas, mi espalda. Había salido de casa con el razonable pensamiento de que seguramente me tendría que volver, un persistente dolor en la cadera tenía la culpa, y luego por añadidura lo de siempre, la espalda y la rodilla. Sin embargo a estas alturas todo funciona extrañamente bien. Un regalo, vamos, para estos años en que cuando se aproxima el verano siempre miro con reticencia. Ahora cada verano que logro terminar mi periplo por las montañas, siempre me digo, bueno, un año más, a ver cuantos veranos más resistirá este cuerpo el trote de dos meses de vagabundeo por los Alpes, mi hogar veraniego desde hace muchos años. 

 Ahora a las Torres se las ha tragado la niebla y como es costumbre llueve. He instalado la tienda en el corralillo del collado sujetando los tiros con piedras, pero me temo que si llueve intensamente se me va a colar el agua por abajo, un suelo en cuesta en donde me ha sido imposible cavar algunos canalillos que pudieran evacuar el agua de la lluvia. Veremos. El frío se hace notar esta tarde a 2600 metros.












 


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