Gente maravillosa en el país de la lluvia


Camino del refugio Pederu, 1 de agosto de 2023 

Llueve durante toda la noche; la cantinela de casi todos los días. Inútilmente esperé la luna llena anoche. La verdad es que se duerme bien con  la lluvia. Soñé un montón. Estuve metido en un puñado de historias, incluido un delicioso sueño erótico al filo del alba que me dejó muy  bien. Cuando amaneció, la lluvia no era muy intensa, me incorporé, abrí la cremallera y me asomé. Nada, una densa niebla lo cubría todo. A dormir se ha dicho, no vaya a ser que me coma el lobo por ahí. 

Mi altitud es la de la cumbre de Peñalara, unos 2400 metros. Llueve, me duermo, despierto. A veces para el chapoteo durante unos minutos y me pregunto si será el momento de levantarme, pero.. se está tan bien dentro del saco, tan bien en esta absoluta soledad, que me resisto. Casi me estoy haciendo a la idea de pasar el día aquí. Cuando me incorporo para desayunar, las diez de la mañana, la niebla sigue tan persistente como antes. El paisaje en que he instalado la tienda es ese laberinto kárstico habitual también en el Pirineo, por ejemplo, en torno al Anie. Ayer seguí a trompicones un débil sendero en este laberinto, así que con esta niebla, de salir sería cosa de ir constantemente con el gps en las manos. Además, más adelante mi ruta indica un tramo de esos que los letreritos clasifican como “sólo expertos”. Así que quizás me quede aquí panza arriba todo el día, que es un modo de pasar la jornada bastante apañado. Dos litros y medio de agua y un poco de comida, algo escasa, eso sí, me servirían para el caso. 

Tiene encanto la situación. Quizás de las más apropiadas para mirarse el ombligo, leer o escuchar un poco de música. Lo mismo recupero también mi vieja y olvidada afición al ajedrez. 


Hasta aquí lo escrito a primera hora. Quedé hora y media leyendo dentro del saco y como la lluvia llevaba un tiempo que había remitido terminé por decidirme a caminar un rato en medio de esa nada que había fuera. Después de eso hubo dos cosas maravillosas hoy, la primera es que después de recoger mi tienda y echar a caminar en una espesa niebla que apenas dejaba unos metros de visión, me encontré tan a gusto, un sendero estrecho, el cuerpo despierto y satisfecho, que se me ocurrió así sin más recurrir a Kiri Te Kanawa, un viejo disco que recoge algunas arias de Puccini. Aquello sí que era lo más. Pantalones de agua, capa, capucha puesta porque algo llovía, y, mientras el sendero se abría paso en la niebla, escuchar temas como Un bel di, vedremo, de Madame Butterfly, en la voz de Kiri Te Kanawa era algo conmovedoramente hermoso. La naturaleza en toda su plenitud, esos momentos tan especiales en que la soledad y los elementos se conjuran para crear instantes de emoción en el caminante apretaba aún más su tensión y hacía de aquella música algo sobrecogedor. Durante una hora el sendero, siempre envuelto en la niebla, atravesó un valle, subió a un collado y se precipitó más tarde hasta el refugio Sennes, que apareció como un fantasma entre las nubes. 


La segunda cosa maravillosa la dejo para más tarde, algo que me sacó de un pequeño pozo en que me había metido. No paré en el refugio, estaba tan a gusto, se había creado en mí un cierto estado de gracia y temía que éste, frágil como un cristal, se rompiera. No sé porqué hago pereza cuando amanece con niebla o lloviznado, no sé, porque son instantes que casi siempre me han regalado algún momento de plenitud. Bajé envuelto en ese gozo que era caminar un par de horas más hasta Fodara Bedla, un pequeño hotel de montaña donde había pensado comer. Entro, me quito la parafernalia del equipo de agua, y enseguida busco un enchufe para cargar el teléfono que está en las últimas. Al sacar el teléfono palpo el bolsillo, y de pronto me da un vuelco el corazón, la cremallera está abierta y mi cartera ha desaparecido. ¡Hostia! El desconcierto se apodera de mi, no está… En ella va el dinero, la tarjeta bancaria, la sanitaria, el carnet de conducir… todo. Rebusco por el suelo, bajo los bancos. Nada. Sólo he hecho una pequeña parada a media hora de allí, sólo he abierto el bolsillo más arriba para poner música. Seguro que cuando recogí la tienda no quedó nada. Estoy desconcertado. Y desazonado por mi estupidez. Es un bolsillo que siempre va cerrado. No lo comprendo. Dejo en el hotel los cosas y salgo corriendo cuesta arriba. Esa parada técnica que tuve que hacer. Voy pensando que mi vagabundeo se va al garete, vete a saber dónde está el consulado más próximo, en Milán o en Roma, una denuncia, la policía, la tarjeta del banco. Me siento como un pardillo, haber dado la vuelta al mundo, viajado tanto, caminado tanto por tantos lugares… sí, me siento memo de remate. En el lugar de la parada técnica nada de nada. De repente, el tiempo que estaba se ha vuelto a cerrar, una espesa niebla me rodea y comienza a chispear. Antes de entrar al hotel había dejado extendida la tienda para que se secara. Otro asunto más. Pero no, empieza a llover fuerte justo cuando, recogida la tienda, entro en el hotel. 

Primera opción, bajar mañana temprano hasta el primer pueblo donde haya carabinieri, la policía local, para hacer la denuncia. Después llamar al refugio Biella donde había comido el día anterior. Nada, no saben nada. Y de pronto caigo en que en casa no me aseguré de si había metido en el bolsillo de la espalda del macuto otro dinero y otra tarjeta. Me dio pereza deshacer el macuto. Y ahora más nervioso todavía, ¿quedaré aquí sin un duro, sin tarjetas, sin documentación? Y me precipito a vaciar el macuto y nervioso meto la mano en el bolsillo. ¿No? Y hundo hasta el fondo la mano. Joder, qué susto; sí, allí estaba el cuadernillo y dentro algo de dinero y una tarjeta Visa. 

Algo era algo, menos mal. Hace muchos años viajando en moto hasta Turquía con Emiliano de Diego, a la vuelta nos pasamos por Roma y allí mientras dormíamos en un parque por la noche, nos robaron absolutamente todo. La vuelta a España fue una odisea. Ahora la tarjeta del banco era la garante de que las complicaciones serían menores. Comí en el hotel. Llovió a mares durante un par de horas. No tenían ninguna habitación libre, así que cuando dejó de llover me marché con la música a otra parte camino del refugio Pederu, de donde me habían dicho salía un bus hacia el pueblo en el que encontraría un puesto de policía. A veinte minutos de allí había un pequeño promontorio para mi tienda. Todo hecho una sopa, pero bueno. Cuando estuve instalado, aunque había muy poca cobertura lo primero que hice fue indagar en la página del Ministerio del Exterior por las rutinas a seguir en mi caso tras la denuncia. No llevaba nada encima que pudiera atestiguar quién era yo, así que la cosa se mostraba dura. En ello estaba cuando se repente, pese a la escasa cobertura que aparecía y desaparecía, entró un email. Propaganda, seguro, me digo. Un nombre desconocido. Lo abro y me encuentro esto:

“Good afternoon, I found a wallet with all cards in it on my hike today. If you receive this please call +39 xxxxxxxxxxx. I am staying at the Lake Braies. I speak English only.

Kind regards, Sharyn. 

Decía más arriba que me habían sucedido dos cosas maravillosas hoy…

Con qué dulce sabor termino la tarde. Me has sacado de un buen apuro, le decía más tarde a esta mujer que me vuelve con su gentileza y atención de nuevo a mi vagabundaje. Mañana una pequeña pausa y al mediodía estoy en el lago Braies, un bello entorno donde hace años comencé la Alta Ruta 1 de las Dolomitas. Será un placer saludar a esta mujer, Sharyn. 






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