Valle de Benasque, 26 de julio de 2024
Me sucede con frecuencia afirmar por aquí mi condición de
raro, una condición que me es grata en relación a lo que es normal. Ser raro es
comportarse en tantos aspectos al margen de los hábitos corrientes.
En su Ensayo sobre la ceguera, donde Saramago
desarrolló este tema, allí una inexplicable ceguera aflige a la totalidad de la
población de una ciudad excepto a una mujer. Con la ceguera general las normas
han cambiado y por tanto lo que antes era válido y normal se revierte y
adquiere la nueva condición de anormal. En la nueva situación, para las
aterrorizadas mentes de la mayoría ciega, esta minoría se convierte en motivo
de sus desgracias. Ser diferente, discrepar, tener ideas propias frente a una
generalidad asentada en una normalidad que se cierne estadísticamente al grueso
de la campana de Gauss, comporta en ocasiones numerosos inconvenientes que
derivan tanto del criterio de quien hace las normas para la generalidad como de
la condición de ser diferente respecto al resto.
Hoy había decidido pleno descanso y el día dio para mucho
pese a que levanté tardísimo en un espacio recoleto a la sombra que tuve la
fortuna de encontrar. Durante la hora de la siesta leí de un tirón Sonata de
primavera, de Valle Inclán, y más tarde recuperé la lectura de Sobre la
educación en un mundo líquido, de Zygmunt Bauman, que había dejado a medias
a finales de junio cuando caminaba por Alpes. Fue leyendo a Bauman que se me
ocurrió empezar estas líneas. Esto: “El orden se constituye a la medida de la
mayoría, de tal modo que aquellos que son relativamente pocos y no tienen la
voluntad de obedecerlo se encuentran en minoría, y por tanto es fácil
prescindir de ellos en tanto son una «desviación del rango». Y así, también es
fácil señalarlos, localizarlos, desactivarlos y avasallarlos. Seleccionar,
señalar y apartar a un lado a quienes entran en el «rango de la anormalidad» es
una necesidad que es simultánea a la construcción del orden. El mundo habitado
está estructurado para resultar acogedor —conveniente y confortable— a sus
moradores «normales»: la gente que pertenece a la mayoría”.
Así, para el legislador, y por supuesto para la economía, lo
que cuenta, salvo raras excepciones, es la mayoría. En Aragón, por ejemplo, dormir
es privativo de aquellos que tienen presupuesto para hacerlo en instalaciones
hoteleras o campings. Algún cartel en Benasque reza sin más que ni en furgonetas, ni en campers, ni en automóviles está permitido dormir. Sólo se puede hacer en
lugares autorizados. Donde estén esos lugares nadie lo sabe. Y la norma parece
que se extiende a todo Aragón. Legislar que sólo se puede hacer determinada
cosa en los lugares autorizados, se parece mucho a lo que se hace con los rebaños
de ovejas. De manera que… etcétera etcétera. Ejemplo tonto que ilustra en el
paisaje por el que me muevo estos días algo de la filosofía imperante en el
país y que te hace pensar que mientras las minorías y los particulares gustos
de quienes se consideran al margen de “lo normal” no sean respetados, lo que
tendremos será un arbitrario uso de la norma. Eso en lo referente al legislador,
porque referido al modo en cómo la gente “normal” percibe a la excepción, lo
raro, no es más que una cuestión cultural en la que lo raro resulta raro porque
acaso uno no ha salido de por vida de su pueblo. Y no me refiero a raro por
diferente simplemente, pienso en cuando de algún modo esa extrañeza del otro implica
desafecto o exclusión, cuando lo repulsa.
Si me preguntaran en qué país me he sentido más libre, más parte de la gente que transitaba por la calle, quizás diría que ello me sucedió en Nueva Zelanda donde la variedad étnica, la diversidad de las clases sociales, sus hábitos y costumbres, convivían de un modo admirable; donde los servicios públicos como lugares de acampada y demás están mimados y fomentados por el Estado, donde los recursos naturales están a disposición de los ciudadanos y facilitados directamente por los responsables de la administración. Un lugar donde es normal ver a algunos vecinos en pijama en la cola del supermercado o vestir del modo más inusual, inusual por aquí, es un país donde lo normal y lo natural conviven en armonía.
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