Cima de la Tuca de Salvaguardia, 27 de julio de 2024.
¿Se convertirá alguna vez en rutina esta hora de los
milagros, la hora más bella y espectacular del día terminará con la reiteración
en transformarse en un tópico? Llevo años ya durmiendo en las cumbres de todo
el país. Pausa. El pajarillo, un zorzal, ¿un acentor alpino?, que vino a recibirme en la
cumbre y con el cual compartí parte de mi cena, aquí no más a medio metro se puso
a dar cuenta de lo que le echaba, se ha colocado en la punta de una roca y
después ha saltado a mi lado. ¿De qué les viene esta afición a vivir en las
alturas? Un pájaro que es libre como el viento de ir donde le dé la gana y sin
embargo aquí anda haciendo compañía al vagabundo. Decía que llevo mucho tiempo
persiguiendo atardeceres y canastos llenos de estrellas y que a veces me
pregunto si estos terminarán en algún momento perdiendo el encanto que siempre
han tenido. Espero que no.
Hoy volvía a ocupar la mar blanca toda la vertiente francesa
cuando llegué a la cima de la Tuca de Salvaguardia. Grandes fiordos en cuyas
aguas emergían islas oscuras de cimas romas por aquí y por allá. Eso hacía el
norte, hacia poniente las islas se habían convertido en imponentes y serradas
montañas entre las cuales sobresalía en primer término mi muy frustrado
Perdiguero del otro día, y en segundo término, más a la izquierda, el Poset.
Poco después la sinfonía de otras tardes volvía a repetirse cuando el sol empezó
a meterse bajo su cobija lamiendo con sus últimos rayos las cumbres más
prominente.
Esta mañana debía de estar todavía bastante desanimado porque mirando cuando me desperté el cielo, me pareció que estaba muy cubierto. Y tantas ganas debía de tener de marcharme con la música a otra parte, que creo que no volví a mirar al cielo, que cubierto estaba pero mucho menos de lo que yo quería. El caso es que después de los ritos matinales y el desayuno, arranqué el coche y tiré valle abajo. No había recorrido un kilómetro cuando di al intermitente y paré en la cuneta. Creo que era la primera vez que veía objetivamente el cielo. Sólo un par de nubes lo ocupaban. Uno puede ver lo que quiere ver durante cierto tiempo, pero llega el momento que la cosa es tan clara tan clara que… Total, que me di la vuelta. Un rato después estaba haciendo el macuto y preparándome la comida. Tras el café no me quedó otra opción que descender hasta los Baños de Benasque y emprender la subida de la Tuca de Salvaguardia. No es una montaña muy alta, 2736 metros, pero tiene una situación excepcional frente a la Maladeta y sus glaciares en extinción. También hacia poniente la visión es excepcional. Y lo que es importantísimo un buen corralillo en su cumbre en donde protegerse del viento y contemplar las estrellas.
Así que para arriba me fui. De las notas que llevo para
estas ascensiones existe un factor, amén del corralillo, que ocupa siempre mi
atención: saber del último punto en donde es posible coger agua. Mis notas
decían que tendría que coger agua en un arrollo que desciende a la izquierda
del sendero desde el Portillón de Benasque. Así que muy arriba… y me
desentendí. Normalmente la música del agua del arroyo es una constante que
acompaña a muchos senderos. Me gusta oír el agua a mi lado y como el riachuelo
bajaba caudaloso no es que me desentendiera sino que me olvidé del todo. Así
hasta que recobré la conciencia. Me paré intentando buscar con el oído el
soniquillo del agua, pero el silencio era total. Dejé el sendero y me fui a ver
el cauce; nada, más seco que una pasa. Todavía pensé que el agua se había
sumergido y que reaparecería más arriba. Pero no, y no. Apenas llevaba un litro
encima, así que no había cáscaras. Me tocó dar la vuelta y descender un buen
trecho hasta que la música volvió a mis oídos.
Esto del agua se ha convertido para el vagabundo en una
pesadilla. Cuando el otro día visité a la médico para que me recetara una vez
más el antibiótico que se carga los cocus que navegan por mi sistema urinario,
lo primero que me preguntó ya se sabe: ¿Ha bebido suficiente agua? ¿Y cuánto es
suficiente agua? Pues para mi riñón y mi próstata debe de andar con este calor
por los cinco litros diarios.
Y a propósito del calor. El calor era más o menos el mismo
que el día del Perdiguero, salvo un poco de brisa que a veces atemperaba el
calor de la subida. El caso es que hoy con calor y todo fueron los mil metros
de desnivel del otro día y sin embargo hoy subí bien, de un tirón, y sin que mi
cuerpo rechistara en ningún momento. Ah, cuánto gusto me da recuperar de nuevo
el ánimo y esa seguridad de que todavía se pueden subir cuestas (toco madera) sin
que tenga que dejar la lengua por el camino.
El Salvaguardia es una montaña que se sube bien lazada a
lazada salvo algún trozo algo accidentado en la última parte donde una cadena
ayuda a pasar un paraje más expuesto. Otra cosa sería que hubiera que bajarlo
con lluvia. Ya no sería tan divertida la cosa.
Hoy de nuevo la soledad amiga me acompaña. Allá a lo hondo se ven los Baños de Benasque como desde un avión. Una pequeña brida sopla por encima del muro de piedra de mi vivac.
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