Un descenso ventoso. Envejecer (juntos) caminando


Tras la corraleta de piedras de mi vivac, el incendio del amanecer. 


Puerto del Cantó, 15 de julio de 2024

Hasta ahora sentía que no terminaba de acomodarme del todo a esta vida de furgoneta y caminatas a las cumbres, esa cotidianidad con la que te despiertas en casa y las rutinas te van llevando de una hora a otra. Me fallaban las horas de tránsito entre una cumbre y otra. Hoy por fin lo conseguí. En La Seo de Urgel hacía un calor de mil demonios así que seguí carretera adelante en busca del fresco. Lo encontré en el puerto del Cantó, camino del Vallferrera. Un fresco y una brisa de ponerse el forro cuando se nublaba. Cociné, comí, dormí la siesta, leí y ordené la furgo, que estaba manga por hombro desde hace días. Y hasta le di un largo masaje al amigo Isquiotibial que volvía a molestarme bajando del pic dela Serrera. Todo en orden en mi chozacar.

La forma de U de mi corralillo vivac estaba tan bien orientada que no tuve problema con el viento. Un grueso y alto muro me protegió del fortísimo viento que barrió la cumbre durante toda la noche. Si al viento se le hubiera ocurrido cambiar de dirección habría volado como el Melquiades de Cien años de soledad. Desperté con ese panorama que aparece encima de estas líneas. Ni el Infierno de Dante habría llenado el cielo de semejantes llamarada. Asistido en la primera fila de butacas al espectáculo de esa magnífica eclosión de fuego sobre las nubes del horizonte, me di la vuelta y seguí durmiendo como de costumbre.

Cuando conseguí reunir fuerzas me incorporé, pero no me llegaron éstas para desayunar. Demasiado viento, me dije ingenuamente…  y me lo creí. Y me eché encima toda la ropa que tenía, guantes y demás y como decía Carlos, a salir echando leches de la cumbre antes de que saliera volando. La breve arista que tenía que recorrer ya me zarandeaba y ponía a prueba mi equilibrio. Joder con el viento… Lo dices y el que te lee queda al tanto, se dice, pues sí, hacía viento, y qué. Pues no, porque era un viento del copón, de esos que al menor descuido te tira. Algo mejoró después cuando la vertiente norte quedó al otro lado de la montaña en el collado Meners.

Más abajo me encontraría con una pareja de catalanes con muchísimos años encima. Naturalmente hablamos, ¿de qué? De qué va a ser, del viento naturalmente. Ellos subían desde hace mucho años cada temporada al Serrera y nunca habían encontrado un viento como el de hoy. Hablaba principalmente la mujer, una mujer menuda de baja estatura pero con una resolución maravillosa. Serían no sé, las siete y media de la mañana más o menos, y hasta allí les habría llevado al menos un par de horas o dos horas y media. Es decir habrían salido sobre las cinco de la mañana. A una hora en que los abuelos corrientes duermen a pata suelta soñando con los angelitos, esta pareja ya se había metido en el cuerpo un buen tute. Si cuando lleguemos a la cabaña Meners el viento es muy fuerte, nos damos la vuelta y santas pascuas, decía ella. Y por dentro ya la oía decir para sí: con eso ya habremos cumplido por hoy.

Creo que no hay verano que caminando por Alpes o Pirineos no haya dedicado un post a estos ancianos que corrientemente me encuentro en los vericuetos de la alta montaña. Siento una especial devoción por ellos; los admiro. Admiraba a esta pareja que en otras circunstancias no te la imaginas más que sentada en la plaza del pueblo tomando el sol, y que así de repente, con una magnífica resolución, los ves caminar por terrenos que requieren una excelente preparación física. Pero bueno, a mí, cuando me volví y los vi alejarse uno tras otro por una ladera empinada, lo que me vino a la cabeza fue otra cosa, fue esa entrañable sensación que otras veces me ha acompañado en circunstancias similares, la de lo bonito que es envejecer juntos, envejecer juntos caminando. Imaginaba a parejas como ésta, más de media vida juntos, tener hijos, criarlos, quererse… y seguir caminando juntos sin prisas, pero con constancia, con fuerza… hasta que la parca nos reclame. Y después, se acabó. Morirse de la mano en la paz de haber hecho de la vida hasta el final algo corrientemente hermoso, hermoso en compañía.

Llegado abajo podría haber dirigido mis pasos hacia Arinsal para preparar mi siguiente ascensión al Comapedrosa, techo de Andorra (esa manía mía por los vivacs en los techos) pero me resultaba antipático permanecer en este parque temático que es Andorra y en donde usar el teléfono es casi prohibitivo, 12 euros 1Mb de datos, total que me dirigí directamente hacia Vallferrera. Así que tarde de descanso mientras tanto a la sombra de un pino.

 





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