Sobre
el refugio Linza / El Chorrillo, 4 de agosto de 2024
Tumbado
sobre un altillo a quinientos metros de desnivel más abajo de
Pasa un
grupo de tres que vienen precisamente de las Cabañas de Ansabère. Les pregunto
¿qué, lloverá ó no lloverá? Charlamos un rato. La parte francesa han tenido que
subirla envueltos en la niebla.
Da
gusto no tener prisa ni pretender esto o lo otro. Hoy vivo al día. Después del
descanso de estos días y de haber cambiado de antibiótico para el tratamiento
de mi infección de orina, mi cuerpo parece que responde casi con normalidad al
esfuerzo. Llevo mucha agua, tengo comida suficiente y si llueve pongo la
tienda. Total autonomía.
Miro el
reloj. Casi las cuatro. Habría querido comer más arriba pero mientras espero cómo
evoluciona la tormenta, que suena cada vez más lejos, aprovecho para comer algo.
Hoy fui más riguroso con la comida, y es que soy corrientemente bastante
anárquico. Abro la bolsa y empiezo a meter cosas, así hasta que me paso, como
tantas veces, que termino llevando mucho más de que lo necesito. Consideré cada
cosa, unos huevos duros, queso, un poco de chorizo y lomo, barritas y algunos
frutos secos.
Cuando
termino pienso que ya está bien de esperar. Pero media hora más tarde después
de un repecho me envuelve la niebla y llueve ligeramente. Me paro en el primer
lugar a propósito e instalo la tienda. Definitivamente
Recuerdo
la noche anterior. Había visto en la furgoneta la mitad de Rikyu, la película
japonesa de Hiroshi Teshigahara, y tras ello salí a dormir fuera. Era
medianoche. Un espléndido cielo estrellado cubría el firmamento. ¡Qué cosa
hermosa es esta de dormir bajo las estrellas! Más un día como hoy que lo puedo
hacer descansado, que no tengo prisa por dormir porque mañana anuncian lluvias
y he decidido subir a
Ha
empezado a anochecer y el viento agita violentamente mi tienda. La última vez
que dormí por estas laderas el viento no se la llevó de milagro. Espero que esta
noche sea menos agitada.
Una
última ojeada al exterior. A pocos metros de la tienda la niebla lo cubre todo.
***
Me
despierto a las 6 de la mañana. Es la lechosa claridad que precede al alba. Ni
una nube en el cielo. Incorporarme, desayunar, meter en el macuto el agua, unas
barritas y algunos frutos secos. Todo quedará esparcido por la tienda hasta mi
regreso. Es sábado, pasará mucha gente mientras tanto junto a mi tienda; así
que dejo a la fortuna que no pase ningún randa por aquí.
Después
de que las cumbres se vistieran de caramelo a mi alrededor y de que fuera
dejando a mi espalda cada vez más lejos el Euzcarre, una montaña en la que
vivaqueé hace tres o cuatro años y que me dejó el regusto de un comienzo de
otros vivacs pirenaicos, alguno de ellos bautizado con la visita nocturna de
una tormenta, el Bisaurín, más arriba me esperaría el espectáculo marino de
otras veces, en esta ocasión con el añadido de una bellísima isla conocida por
todos los amantes de esta parte del mundo. Esa montaña con su gran colmillo aislada
en aquel formidable mar como reina presidiendo desde hace millones de años este
paraíso de piedra; sí, el Midi d’Ossau. La azulenca extensión de los Pirineos
Centrales invadidos sus valles por la niebla matinal es ya una constante desde
que hace semanas empecé a dormir en sus cumbres. Espectáculo familiar al
amanecer privilegio como de aquellos dioses de la antigüedad que habitaran el
Olimpo o el Valhalla, aquí Wotan y Fricka, en la cordillera grieta, Zeus y
Hera. Tendida la vista del solitario sobre aquella inmensidad y, transformado
el reino y sus montañas en leyenda, nada más sencillo que sentir el presente como
un mundo germinal del que la vida poco a poco brotó.
Pero
era necesario continuar y no demorarse para que antes de que este mundo
desapareciera de mi imaginación ante el ruido de lo que hoy sería una ascensión
multitudinaria a la cima, pudiera alcanzar la cumbre. Después volvió la sombra,
las montañas azules quedaron ocultas tras contrafuertes rocosos; fue seguir
hitos, hacer pequeñas trepadas y llegar por fin hasta las propias almenas del
castillo que quiere ser esta cima de
Todos
los encantos de la subida, su silencio, la sensación de caminar por un mundo donde
el hombre tardaría todavía millones de años en aparecer, quedaron rotos por los
aficionados del fin de semana que subían para visitar las montañas. La mañana
de cristal y silencio de hacía un par de horas dio paso a la prosa de la
condición del presente del mundo de hoy.
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