En la Mesa de los Tres Reyes

 


Sobre el refugio Linza / El Chorrillo, 4 de agosto de 2024

Tumbado sobre un altillo a quinientos metros de desnivel más abajo de la Mesa de los Tres Reyes, escucho tronar la tormenta. Sobre el monte Acherito se ciernen negras nubes amenazadoras. Estoy a la espera de ver como evoluciona la tormenta. Los pájaros no parece que prevean peligro alguno, pían a mi alrededor como si estuviera de fiesta. El pronóstico del tiempo daba probabilidad de tormentas locales para esta hora, y eso es lo que hay. Pensaba dejar la Tabla de los Tres Reyes para mañana, pero cuando desperté estaba tan despejado… Total, la única precaución adicional que tomé fue meter la tienda en el macuto. Entre pasar parte del día en la furgoneta y hacerlo por los altos de la sierra, era preferible lo segundo. La última vez que pasé por aquí provenía de la zona francesa, de las Cabañas de Ansabére. Una variante de la Senda Camille por el capricho de visitar el Lago de Acherito y la Table de Trois Rois, prima hermana próxima de nuestra Mesa de los Tres Reyes. Tengo cierta querencia a esta parte del Pirineo que tantas veces he visitado desde mis veinte años, especialmente con Victoria y mis hijos. Todas mis travesías del Pirineo han pasado por estas montañas. Me siento casi en casa.

Pasa un grupo de tres que vienen precisamente de las Cabañas de Ansabère. Les pregunto ¿qué, lloverá ó no lloverá? Charlamos un rato. La parte francesa han tenido que subirla envueltos en la niebla.

Da gusto no tener prisa ni pretender esto o lo otro. Hoy vivo al día. Después del descanso de estos días y de haber cambiado de antibiótico para el tratamiento de mi infección de orina, mi cuerpo parece que responde casi con normalidad al esfuerzo. Llevo mucha agua, tengo comida suficiente y si llueve pongo la tienda. Total autonomía.

Miro el reloj. Casi las cuatro. Habría querido comer más arriba pero mientras espero cómo evoluciona la tormenta, que suena cada vez más lejos, aprovecho para comer algo. Hoy fui más riguroso con la comida, y es que soy corrientemente bastante anárquico. Abro la bolsa y empiezo a meter cosas, así hasta que me paso, como tantas veces, que termino llevando mucho más de que lo necesito. Consideré cada cosa, unos huevos duros, queso, un poco de chorizo y lomo, barritas y algunos frutos secos.

Cuando termino pienso que ya está bien de esperar. Pero media hora más tarde después de un repecho me envuelve la niebla y llueve ligeramente. Me paro en el primer lugar a propósito e instalo la tienda. Definitivamente la Mesa queda para el día siguiente. Sobre el suelo pedregoso no logro colocar la tienda todo lo sólida que quisiera. Hace viento, la tienda se agita pero logro dormir un rato la siesta.

Recuerdo la noche anterior. Había visto en la furgoneta la mitad de Rikyu, la película japonesa de Hiroshi Teshigahara, y tras ello salí a dormir fuera. Era medianoche. Un espléndido cielo estrellado cubría el firmamento. ¡Qué cosa hermosa es esta de dormir bajo las estrellas! Más un día como hoy que lo puedo hacer descansado, que no tengo prisa por dormir porque mañana anuncian lluvias y he decidido subir a la Mesa de los Tres Reyes el día posterior… eso pensaba anoche. La Sartén Mayor, Sirio, la Polar, el Triangulo del Verano, la Vía Láctea cruzándolo por medio como si aquel fuera un corazón y la Vía Láctea  la saeta de Cupido. En plena contemplación estaba cuando me llamó la atención la luz de una linterna que bajaba a saltitos como una luciérnaga del refugio Linza situado un poco más arriba. Se trataba de un caminante. Poco después otra luciérnaga subía por la ladera, ésta con mucho más brío. En esta ocasión se trataba de un corredor. Me quedé considerando que quizás debería probar  como he hecho tantas veces a comenzar a caminar en plena noche antes del alba como en esos largos recorridos que he hecho atravesando España por uno u otro GR, estos motivados por el calor; o como en los Caminos de Santiago en invierno cuya hora, las seis de la mañana, era siempre la hora habitual de dejar atrás los albergues. En aquellas circunstancias porque me placía enormemente caminar en el frío de la hora previa de la madrugada. He perdido algo el hábito de estos madrugones, pero viendo a estos caminantes de la noche ayer, me animaba a repetir la experiencia. Hay para quienes la noche y el murmullo de sensaciones que ésta provoca en el alma del que camina o vela armas frente al firmamento, constituye lo mejor de su relación con la montaña. Sensaciones, sensaciones, sensaciones…

Ha empezado a anochecer y el viento agita violentamente mi tienda. La última vez que dormí por estas laderas el viento no se la llevó de milagro. Espero que esta noche sea menos agitada.

Una última ojeada al exterior. A pocos metros de la tienda la niebla lo cubre todo.

***

Me despierto a las 6 de la mañana. Es la lechosa claridad que precede al alba. Ni una nube en el cielo. Incorporarme, desayunar, meter en el macuto el agua, unas barritas y algunos frutos secos. Todo quedará esparcido por la tienda hasta mi regreso. Es sábado, pasará mucha gente mientras tanto junto a mi tienda; así que dejo a la fortuna que no pase ningún randa por aquí.

Después de que las cumbres se vistieran de caramelo a mi alrededor y de que fuera dejando a mi espalda cada vez más lejos el Euzcarre, una montaña en la que vivaqueé hace tres o cuatro años y que me dejó el regusto de un comienzo de otros vivacs pirenaicos, alguno de ellos bautizado con la visita nocturna de una tormenta, el Bisaurín, más arriba me esperaría el espectáculo marino de otras veces, en esta ocasión con el añadido de una bellísima isla conocida por todos los amantes de esta parte del mundo. Esa montaña con su gran colmillo aislada en aquel formidable mar como reina presidiendo desde hace millones de años este paraíso de piedra; sí, el Midi d’Ossau. La azulenca extensión de los Pirineos Centrales invadidos sus valles por la niebla matinal es ya una constante desde que hace semanas empecé a dormir en sus cumbres. Espectáculo familiar al amanecer privilegio como de aquellos dioses de la antigüedad que habitaran el Olimpo o el Valhalla, aquí Wotan y Fricka, en la cordillera grieta, Zeus y Hera. Tendida la vista del solitario sobre aquella inmensidad y, transformado el reino y sus montañas en leyenda, nada más sencillo que sentir el presente como un mundo germinal del que la vida poco a poco brotó.

Pero era necesario continuar y no demorarse para que antes de que este mundo desapareciera de mi imaginación ante el ruido de lo que hoy sería una ascensión multitudinaria a la cima, pudiera alcanzar la cumbre. Después volvió la sombra, las montañas azules quedaron ocultas tras contrafuertes rocosos; fue seguir hitos, hacer pequeñas trepadas y llegar por fin hasta las propias almenas del castillo que quiere ser esta cima de la Mesa de los Tres Reyes.

Todos los encantos de la subida, su silencio, la sensación de caminar por un mundo donde el hombre tardaría todavía millones de años en aparecer, quedaron rotos por los aficionados del fin de semana que subían para visitar las montañas. La mañana de cristal y silencio de hacía un par de horas dio paso a la prosa de la condición del presente del mundo de hoy.






















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