Pico Arenizas / Torrecerredo




Cercanías del Cabaña Verónica, 15 de agosto de 2024

Me dirigía al Torrecerredo desde Cabaña Verónica. He tratado de razonar por qué me metí yo esta mañana en semejante lío; pero ha sido imposible. Los hechos es que en determinado momento tras un largo y empinado repecho de  pequeñas rocas en el que era difícil avanzar, me encontré una mínima senda que tiraba para arriba y tras ella me fui sin más. Después, mucho después cuando ya estaba al final del susto y de regreso, vería claramente que en ese punto el sendero descendía en múltiples zetas atravesando la ladera hacia el Torrecerredo. Pero no, no lo vi; cuando estás debajo de las montañas cualquiera de las de arriba, de lo que se ve, puede ser “tu” montaña. Así pues que para arriba tiré totalmente convencido de que estaba en la ruta correcta. Mi mapa mental no tenía nada que ver con el mapa real, pero era “mi” mapa y por él me guie. Un tipo de convencimiento además que parece que se tiene prohibido a sí mismo comprobar en el gps si es correcto o no en toda circunstancia. Total, que como ya había caminado mucho quise creerme que lo que tenía encima de mí era la cima del Torrecerredo. Esa era la varita mágica que había convertido mi ascenso en una montaña que no era la montaña a donde yo quería ir a vivaquear. Pura magia, de verdad. Además como tenía entendido que lo del Torrecerredo  era una trepada algo expuesta, pues que todo cuadraba aunque eso de expuesto era cada vez cosa más seria. Pero… ya, ya, es que había guardado hacía rato los bastones y sacado el casco y la trepada era más que expuesta para mi gusto; vamos que si se te iba un pie no lo cuentas, y en esas circunstancias cómo coño sacar el teléfono y COMPROBAR. Vamos, que ni se me ocurría.

Ahora, metido en el saco al final de la tarde en uno de los corrales junto a Cabaña Verónica, lo que saco en conclusión es que ese tipo de comportamientos anómalos es muy propio de mi personalidad. ¿Cómo se explica si no que siguiera subiendo y subiendo por un terreno cada vez más expuesto así, a pelo, como si fuera un jovenzuelo al que se le ha ido la olla y no es capaz de razonar porque lo que tiene entre ceja y ceja es un invento que ha fabricado su imaginación? Porque podría haber pensado que el Torrecerredo, a cuya cumbre no pude llegar hace más de medio siglo con Victoria y mis hijos porque se nos hacía de noche cerca ya de la cumbre, estaba mucho más allá, pero no, en todo caso lo que me pasó fugazmente por la imaginación, otro invento, fue que si no era el Torrecerredo quizás acaso podría crestear… etcétera. Vergüenza me da escribir esto, pero seguro que algunos amigos que conozcan el terreno, lo mismo se parten pensando que tienen un amigo que es un auténtico chorra, alguien en quien no confiar en absoluto en cosas de seguir determinadas rutas. Una larguísima ladera muy expuesta sembrada de mínimas terrazas llenas de pequeñas piedras; un largo canalón, siempre trepando, al que siguió un segundo y un tercero y que llegado cerca de la cumbre…

¿En qué acabaría esto? Pues que cerca de lo que parecía la cima tuve que dar unos pasos que de sólo recordarlo ya me ponen nervioso. Y llegué, llegué a la cima, una cima que no era mi cima, que al fin el Torrecerredo estaba bastante más allá. ¿Y ahora qué? Ahora sí, ahora una cuestión de filosofía, saber dónde estaba, eso que tantas veces nos preguntamos en la vida. Así que tomé el teléfono que ya de entrada me daba la impresión de que tenía cara de guasa. En todo el rato anterior le había ignorado y ahora desde la pantalla lo que estaba diciéndome era lo gilipollas que era. Sí, imbécil, sí, estás en el pico Arenizas (2512 m.) y no en el Torrecerredo (2649 m.).

Ni cinco minutos paré en la cima del Arenizas, el tiempo de hacer unas fotos precipitadamente. El panorama que tenía a continuación no tenía nombre, eran unas líneas, una página, en blanco y muchos nervios encima. Admiro hasta lo más profundo a esos escaladores solitarios que ha parido el siglo, los admiro profundamente; soy incapaz de concebir su mundo interior, sus sensaciones, su voluntad de hierro. Los honnolds, las silviavidals, los bonattis, los comicis. La Tierra engendra tales seres que cuesta pensar que pertenecen a la misma especie que un servidor, y otros similares, a los que el miedo en circunstancias de riesgo relativo les agarra con tal fuerza de dejarles el sistema nervioso pasadísimo de revoluciones.

Además, y ello cuenta, en medio de esa salvaje soledad que se respira en Picos, ese hermoso desierto de piedra que no visité todo lo que debía desde mi primera juventud porque siempre me ha impresionado su aislamiento y su dificultad; el desierto pétreo de estas montañas me impone. Hace dos o tres o  años hice el Anillo de Picos y ya entonces aquel recorrido de casi una semana me dejó el sabor austero de una experiencia amén de hermosa hecha también de una soledad y dificultad que de algún modo me interpelaba desde desde su aridez y soledad.

Se me hizo interminable el descenso. Cuando alcancé la línea del track, abandonada tan estúpidamente, mi dosis de adrenalina consumida era tal que ni siquiera se me ocurrió rehacer mi recorrido hacía el Torrecerredo. Eran las dos y media de la tarde. Habría tenido tiempo más que suficiente para llegar allí, pero ni soñando habría podido someter a mis nervios a nuevos momentos de incertidumbre. Me di media vuelta. Por hoy ya había cumplido, me dije.
























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