Collado de Llesba, 17 de agosto de 2024
“La vida más allá de los cerros que se juntan es tan real
como cualquier otra vida. No son muchos, sin embargo, los que han logrado ir
más allá… Y los que han logrado ir más allá de la tiniebla subterránea, al
volver cuentan que no han visto nada, callan cohibidos dejando entender que
saben los secretos del mundo que está oculto bajo los cerros”. (Hombres de
Maíz, Miguel Angel Asturias).
Tiene mucho de mundo enigmático esta tierra de Picos de
Europa donde la desolación y el caos visten esta parte del planeta de una
belleza austera como de mundo de un tiempo en que ni hombres ni animales
existían. Basta cerrar los ojos y olvidarse de los pocos caminantes que la
cruzan, de las chovas, de esos escasos habitáculos, los refugios, que
excepcionalmente se levantaron allí, para trasladarse a un mundo mineral, caos
de rocas, misterioso mundo de sueño cuando la niebla desciende sobre el
desierto.
La capacidad de extraer de lo inerte ciertas gotas de esencia,
siendo lo que se palpa con los ojos sólo el trasunto de otras profundas
verdades, alienta en el hombre solitario sin prisa el profundo deseo de
trascender las circunstancias del camino, la ruta a seguir, los hitos que
buscar constantemente entre el caos de rocas que sortean los jous, para
encontrar acaso en todo ello “los secretos del mundo oculto entre los cerros”.
¿Qué secretos destilaba esta soledad inerte que se cernía a
mi alrededor cuando sentado en la soledad de la cima de Torre Blanca miraba en
torno a mí las más altas cumbres, los jous, ese remanso de verde al este de Collado
Jermoso? La mañana soleada de la cima hablaba de cierta inquietud, la que uno
encuentra en medio de tan extrema aridez y soledad cuando sus ojos de alma
aventurera buscan itinerarios imposibles por los que ascender aquellas montañas,
cuando descubren entre las pedreras los rastros de senderos que unen valles y
grandes ensenadas. Soledad de piedra que purifica el alma y la ennoblece.
El día anterior leía a Miguel Ángel Asturias. Un personaje buscaba
la raíz de la vida, el hocico escondido del amor, lo llamaba. Se existe más, se
existe más en esos momentos. La imagen de hocico escondido sugería a un animal
que busca la esencia de la vida misma,
cavando o explorando más allá de lo superficial. La repetición de “se existe
más” enfatizaba la idea de que en estos momentos de profunda búsqueda y
conexión con la esencia de la vida, se alcanzaba un nivel de existencia
superior. Había en la expresión de Asturias cierta reflexión poética sobre la
naturaleza, el instinto y la conexión con lo esencial de la vida, que allá
sobre la cima adquiría una especial relevancia y realidad.
Descartado que por las razones que fuera no subiría a dormir
a aquella cumbre, no madrugué. Me había despertado cuando el sol de rosados dedos
bañaba la cresta de Tiro Llago y pico Cadejuno y, hecha la consabida foto, volví
a dormir hasta que el sol llegó a mi vivac. En las cercanías del Cabaña Verónica
es difícil cualquier tipo de abstracción que te transporte más allá de la realidad
monda y lironda que rodea el refugio. El “ruido” y la mucha gente no se llevan bien
con los espíritus que pueblan la montaña. Cuando aquellos aparecen éstos huyen hacia
otras latitudes, se esconden bajo las piedras a la espera de que el silencio y la
soledad se hagan de nuevo dueños del lugar. Los espíritus de las montañas y el silencio
son exigentes, no toleran el barullo ni el vocerío.
Así que desayuné y me alejé enseguida camino de Torre Blanca
y entré en los dominios de la desolación de Hoyos Sengros, la civilización y el
tiempo desaparecieron para dar lugar al silencio en donde los únicos testigos de
la obra de los hombres eran esos pequeños apilamientos de roca que indican la correcta
ruta hacia las cumbres.
Hoy, ya el día posterior, que escribo estas líneas desde el collado
de Llesba, vecino al puerto de San Glorio, miro hacia el norte todo el frente de
montañas que recorrí ayer y anteayer como quien bajado de la escalera de Jacob mira
con cierto vértigo ese mundo de encrespadas rocas capaz de hacer soñar a los espíritus
inquietos con aventuras con las que bruñir el espíritu y dar cobijo a los sueños.
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