Picos de Europa desde el collado de Llesba |
Collado de Llesba, 18 de agosto de 2024
Quizás lo mejor que me haya sucedido hoy haya sido el haber
descubierto a un autor que lleva años esperándome y que no sin cierto aire de
duda miraba de soslayo. Hablo de Javier Cercas. No siempre acierto, pero en
esta ocasión creo que di en el clavo. Con apenas una hora de lectura ya tengo
la seguridad casi absoluta de que va a ser un autor al que dedicaré muchas más
horas en adelante.
Recuerdo que no hace mucho tuve que dejar de leer Patria,
de Fernando Aramburu, cuando apenas llevaba un tercio de la novela. Siempre
sospecho de los bestsellers y en aquella ocasión aunque hice el esfuerzo fui
incapaz de seguir adelante. Tropecé en mis apreciaciones en aquella ocasión con
algunos amigos de las redes asiduos lectores que aplaudían la obra de Aramburu
como si ésta fuera una obra maestra. No teniendo elementos de juicio que no
sean mi experiencia como lector de toda la vida, hecho a guiarse por la
densidad de la prosa, los juegos del lenguaje o la consistencia de los
personajes, amén de los juegos propios de la escritura donde se puede disfrutar,
junto al ritmo y al interés suscitado, y siendo un lector con ciertas
preferencias por los textos difíciles, aunque me resulten oscuros y acaso
incomprensibles, me resulta prácticamente imposible dar razones fundadas o
hacer un análisis crítico. Por lo cual me tengo que conformar con atender a la
espontaneidad de mi paladar. Ni Aramburu ni otros muchos autores de moda son de
mi devoción y no porque me lo haya inventado sino porque después de meter sucesivamente
el cucharón en lo que se cuece en tanto libro de la actualidad el guiso no ha sido
de mi gusto.
No hace mucho leyendo una crítica que había escrito sobre La
educación sentimental, de Flaubert, en uno de mis libros, me sorprendió encontrarme
con el desencanto que sentía en cierto punto con su lectura. Escribía entonces que
el placer de los primeros capítulos había desaparecido y que el protagonista de
la novela se había convertido en el transcurso de un centenar de páginas en un
niño pijo malcriado que me parecía bobo de remate. Tropezaba por demás con ese
manido recurso del que tanto abusaron algunos autores del siglo XIX, cuando al
protagonista le cae inevitablemente la consabida herencia, que a la postre se
convierte en el sustento continuado del argumento y embrollos que por otra
parte cada vez aparecen más predecibles. Frederic, me parecía un amante insoportablemente
lelo junto al que se mueven un puñado de personajes que son tan estereotipos
que realmente se me hacia difícil continuar con la lectura.
Fue una apreciación momentánea probablemente nacida de la
relación que se establece entre el lector y lo que sucede en el relato, pero
aquello no duró mucho y páginas después volví al entusiasmo primero con el que
había comenzado la relectura de La educación sentimental. La buena
literatura termina, aunque la atraviesen pequeños altibajos, por imponerse y
con ello el placer de la lectura. Probablemente sea el caso de Cercas, al que
nada más empezar a leer en La velocidad de la luz, empiezo a considerar un
descubrimiento.
Desperté hoy en el collado de Llesba envuelto en una espesa niebla.
El panorama de ayer tarde frente a la furgoneta, todo el espléndido macizo de Picos
envuelto en rutilantes oleadas de nubes que envolvían aquí y allá sus cumbres, había
desaparecido y ahora el escenario se circunscribía a unos pocos metros de visibilidad;
así durante todo el día. También hacia el lado opuesto la cortina de la niebla se
había cerrado herméticamente. Peña Prieta quedó inundada por las nubes durante todo
el día. Así que paciencia. Las previsiones del tiempo para mañana son buenas, así
que quién sabe si incluso podré disfrutar de un vivac en su cumbre, día especial
mañana además que se espera luna llena.
Mi otro libro para hoy, y que he dejado para después de la cena,
cuadra perfectamente con la jornada de hoy consistente de la mañana a la noche en hacer nada, puro ocio contemplativo en medio de esa nada en que convierte la niebla
el espacio que te rodea. Se trata de la última obra de Byung-Chul Han, Vida contemplativa.
Elogio de la inactividad.
Peña Prieta |
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