Algo sobre el origen del esfuerzo




Valle de Benasque, 31 de julio de 2024

Estoy cómodamente sentado a la sombra reflexionando sobre el significado del esfuerzo, si lo tiene, y en ese momento pasa una chica corriendo por la carretera en medio de ese calorazo de las dos de la tarde. ¿Tener el cuerpo disciplinado, preparado, a disposición de nuestra voluntad, de nuestros caprichos?

El mío está cansado, hasta las once de la mañana lo tuve durmiendo, zanganeando. Cuando desperté, a mi lado una chica hacía su toilette matinal junto a su coche. Le di los buenos días, ella había salido a caminar a las cuatro y media de la madrugada y ya estaba de vuelta. Le cuento de mi cansancio y de ese caminar bajo el sol inclemente. Me dice que ella no camina a esa hora que yo lo hago, que si quiero hacer noche en una cumbre mejor sería salir temprano y después esperar el atardecer allá arriba. Ella un día corre, otro se sube a una montaña y un tercero acaso descansa, pero lo que es seguro es que siempre tiene las tardes libres bajo una sombra.

Como tantos comportamientos humanos que tienen su origen en los remotos tiempos de la prehistoria, como tantos comportamientos que tienen su origen en una evolución abocada a la mejor supervivencia de la especie, ¿no será el esfuerzo una de las claves de la mejora de la especie de manera parecida a como la mejora de la inteligencia ha hecho posible que nos hayamos hecho unos seres diametralmente superiores a las otras especies? ¿El esfuerzo de la voluntad, de comprensión, de superación como motores de la mejora del género humano?

Existen muchos imperativos personales que nos impelen a esto o lo otro y que muchas veces tienen escasa cabida en los esquemas racionales, y el esfuerzo por el esfuerzo parece que sea uno de ellos, porque ya lo comentaba días atrás, que eso de subir montañas más que amor a las montañas probablemente tiene su razón de ser en el amor a uno mismo. Hacemos lo que nos hace sentirnos bien, y el esfuerzo, la superación de uno mismo, que pudiera parecer un deseo contra natura, en definitiva se convierte en una fuente de placer. Probablemente si hubiera parado a la chica que pasaba corriendo hace un rato y le hubiera preguntado por la razón de subir a esta hora corriendo tan fatigosamente, creo que no tendría una razón precisa que no fuera ese imperativo interior, del que somos desconocedores, que nos impele a correr o subir montañas. Cierto que hay placeres por el camino, los bosques, las flores, la belleza del paisaje, pero raramente estos factores están en el primer término de nuestras motivaciones, al menos interiormente.

Hace mucho tiempo que comprendí que las razones por las que hacemos las cosas, esto o lo otro, generalmente están lejos de las respuestas que les solemos dar. Obviamente dejo aparte a aquellos que se mueven por el prestigio social, por su relevancia en las redes o en determinados medios, lo cual es otro cuento que probablemente tiene que ver con aquellos instantes de la evolución en que el hombre necesitado de otros debía integrarse en comunidades más amplias donde el reconocimiento por parte de los demás se hizo imprescindible para su supervivencia. El ser admirado y querido por los otros crea una fuerte dependencia en la que ese esfuerzo personal de superación de sí mismo se mezcla íntimamente con la necesidad del prestigio social, con la necesidad de ser el primero en algo. Messner, por ejemplo, entra frecuentemente en contradicciones cuando refiriéndose a esa necesidad de superación personal convierte su carrera de los catorce miles en un maratón contrarreloj para que Kukuczkn no se le adelantase. Quiere ascender todas esas montañas, pero en esencia quiere hacerlo el primero.

Si Adán y Eva y su descendencia para vivir sólo tuvieran que haber alzado el brazo para recoger de los árboles su alimento, probablemente el sapiens sapiens seguro que andaría todavía por los árboles. El escritor del Genesis tenía una mentalidad de corto alcance; la naturaleza, que tan sabia es, nos impuso a lo largo de miles y miles de años una necesidad interna que además de llamar al relajo y la comodidad también nos impone la necesidad del esfuerzo de una manera u otra. Digo yo, que ni idea tengo de estas cosas, pero que sentado aquí a la sombra y recordando mi día de ayer o la chica corriendo de hace un rato, me parece que la cosa no tiene otra explicación. Y por supuesto un esfuerzo acompañado, grato, montañas por medio o lo que sea, y el sentir tu superación y tu placer, a veces demorado para un tiempo posterior, corriéndote por dentro.

 


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