Cima del Teleno, 21 de agosto de 2024
En el puerto de San Glorio había decidido que mi próxima
cumbre sería el monte Teleno, una cima nevada que tuve ante la vista durante un
par de días mientras caminaba hacia Madrid siguiendo uno de los caminos de
Santiago. Así que después de comer me puse en camino. Durante el trayecto se me
ocurrió que lo mismo podría subir aquella misma tarde a la luz de la luna, una
de esas experiencias que ya tenía casi olvidadas y que siempre son fuente de
nuevas sensaciones. Me hacía ilusión, el único inconveniente era que me
encontraba bastante cansado, ese estar cansado que últimamente me cuestiona
porque me parece totalmente anómalo si lo comparo con la actividad que llevé a
cabo durante todo el pasado verano, un verano de caminar con 14-16 kilos por
Alpes durante dos meses sin que por ello hubiera vivido agobiado por el peso. ¿Sucedió
algo a mi cuerpo en el transcurso del último año, mis neuronas al fin empezaron
a darse cuenta de que estaba cumpliendo muchos años? No lo sé, lo que sí sé es
que de un año a esta parte me canso mucho más de lo esperado. En estos
pensamientos andaba enredado cuando más allá de La Bañeza la carretera
atravesaba un gran encinar en el que penetraban de tanto en tanto sugeridores caminos.
Terminé por dejar la carretera para adentrarme por alguno de aquellos senderos.
Decidí que debía ceder ante las exigencias de descanso de mi cuerpo.
Siempre nos hemos llevado bien, pero últimamente le
comprendo mal. No sé lo que quiere. Me duele un poco renunciar a los ritmos en
que empezó a trabajar nada más jubilarme, dieciocho años hace ya, esos tiempos
locos que fueron como el renacimiento a otra vida, coger el petate y empezar a
viajar por todo el mundo, recorrer sus montañas y sus ríos, pasar los veranos
en Alpes o Pirineos como quien allá tenía otro hogar para esa época. No poca
cosa era pensar que los años de la jubilación se estaban convirtiendo en los
mejores y más espléndidos de mi vida.
El silencio del encinar, el fresquito de la mañana, me
mantuvieron en la cama hasta el mediodía. En estas cosas pensaba. También en la
enfermedad y la muerte. Recordaba la vitalidad de Julio Armesto en Galayos
apenas unas semanas antes de fallecer. Consideraba la liviandad de la vida, y a
la vez pensaba en su viveza e intensidad. Imaginaba mis cenizas esparcidas por
la parcela de nuestra casa. Como quien ve una película en la gran pantalla, hechos
y supuestos, una secuencia tras otra pasaban frente a mis ojos cerrados los
hechos de la vida,el atardecer y amanecer añade ayer mismo en Peña Prieta, la
belleza anónima del mundo, la mineralidad que sustenta todas las vidas frente
al movimiento y trajín que nos traemos los humanos.
Al fin, ya entrada la tarde levanté el campamento con la
intención de subir a pernoctar en el Teleno, en la Maragatería, que goza de la
fama de ser una de las montañas más emblemáticas de la provincia. Es conocido
por su importancia histórica y cultural. En la antigüedad era considerado una
montaña sagrada por los pueblos celtas que habitaban la región. Leí por ahí que
hasta siete toneladas de oro extrajeron los romanos de estos montes de aspecto
pelado e intransitable, salvo una débil senda, debido a lo apretado de los brezos
que lo cubren todo como verde piel que vistiera las alturas.
Hacía tiempo que no practicaba mi vieja afición a leer
mientras caminaba, algo que echaba de menos entre otras razones porque leer en
muchas ocasiones es la madre nutricia de lo que al final viene a alimentar este
mi diario de los caminos. Hoy, tres horas de ascensión, le di un buen estirón a
la novela de Javier Cercas, La velocidad de la luz. Con Cercas volví a
estar de nuevo en Vietnam y con las atrocidades que los estadounidenses cometieron allí. Volvió a resucitar en mí esa idea de pacíficos ciudadanos, padres
de familia, aplicados estudiantes que al son del discurso de políticos enfermos
pueden convertirse de la noche en la mañana en asesinos sin escrúpulos, en violadores,
en lo más depravado que puede dar la raza humana. Cercas recordaba algunos
datos de aquella ignominia. Los estadounidenses se retiraban en mayo de 1973 de
Vietnam después de dejar tras de sí sesenta mil cadáveres de muchachos que
rondaban los veinte años en su inmensa mayoría y de haber arrasado por completo
el país invadido, lanzando sobre él diez veces más bombas que sobre toda Europa
a lo largo de la Segunda Guerra Mundial. ¡Qué necesario es leer, estudiar
historia, viajar para saber del mundo en que vivimos! Y saber de nuestra
condición, de lo que los hombres pueden llegar a hacer. Mis recuerdos de mi
segundo viaje por Vietnam entre Ho Chi Minh y Hanoi está todo él teñido por la
sangre que derramaron los norteamericanos, tres millones de personas entre
civiles y militares. Llevaba conmigo el recuerdo espeluznante de nuestra visita
al War Remnants Museum, lo que motivó que durante toda nuestra estancia
en Vietnam me acompañara la lectura de la historia de aquella guerra. Era
terrible poner junto a la realidad que veían nuestros ojos aquella otra
realidad de muerte y horror.
La guerra del Vietnam había quedado atrás en el relato de Cercas
cuando llegué al Teleno sobre cuya cumbre volaba solemnemente un buitre leonado. A sus pies el llano leonés era un paisaje
diluido y apenas sin interés. Hacia poniente se alzaban, lejos todavía, el
grupo de montañas objeto de mi próxima ascensión, Peña Trevinca, techo de
Orense y Zamora. Después de esa cumbre no me quedarán más que el Teide y el
Puig Major en Baleares para completar mis vivacs en los techos de España.
Termino mi post justo en el instante en que una enorme bola de fuego aparece por levante. A la Luna le falta un pedacito en su redondez. En las últimas cuarenta y ocho horas un ratón se ha debido de comer un trocito de ese enorme queso manchego que velará mi noche de vivac. Buenas noches.
No hay comentarios:
Publicar un comentario