45,91666946°N, 08,20521981°E, 28 de julio de 2025
Mi primer encuentro esta mañana era una de esas chicas del linaje de los solitarios. Paré un momento a hablar con ella. Iba enormemente cargada y, su tienda, atada en la parte baja de la mochila, era monumental. Estaba fastidiada porque igual que me sucedía a mí en los días que llevaba caminando no había podido ver el Monte Rosa. Rubia, con un pelín de timidez en su mirada, tocada con un gorro de visera y aspecto de ir metida en sus pensamientos, cuando la dejé atrás, suscitó en mí un breve deseo de tener su edad. Volver a ser joven para seguir bebiéndote el mundo y la vida a grandes tragos. Esa fuerza, esos sueños, ese recorrer el mundo haciendo de él el ámbito de tus deseos. Fue un pensamiento breve que tenía el gusto de lo mejor que lleva dentro aquel que hace de su vida una aventura.
El valle era realmente hermoso y el sendero hecho a la medida de mis piernas, lo que significa que no me veía obligado a golpear mis rótulas saltando de piedra en piedra. Grandes praderías, un angosto corredor por donde se despeña el río, y mientras el sendero descendiendo apaciblemente por su vertiente derecha.
Dediqué un rato a darle vueltas a la continuación de mi itinerario. Mañana termino el recorrido de la GTA que he seguido casi durante un mes, y tengo que buscar alternativas. En el año 2003 seguí mi camino atravesando el Parque Nacional de Val Grande, un lugar encantado que los italianos han tenido la afortunada gracia de dejar prácticamente intacto. Senderos que se pierden y ni un solo refugio, un bivaco creo que hay tan solo en todo el parque que es bastante grande. Atravesarlo me llevaría más de dos días y no me siento capaz de incrementar el peso de mi macuto para ser totalmente autónomo. De mi paso por Val Grande tengo dos recuerdos bonitos. Estaba tan encantado con esa selva impenetrable que el primer día, con un cielo totalmente despejado, decidí dormir a la intemperie. A las tantas de la madrugada inesperadamente empezó a caer un diluvio. Nunca he logrado comprender cómo aquella noche logré salir del saco en plena oscuridad y montar la tienda. Recuerdo con gusto el ambiente, y después, ya dentro de la tienda el gusto de escuchar aquel inesperado diluvio. El otro recuerdo… Había perdido el sendero y llevaba ya un buen rato buscándolo cuando de repente oí voces y gritos de jóvenes. El ruido del río cercano se mezclaba con las voces. Estaba extrañadísimo. No había visto a nadie en un par de días y de repente esos gritos como de quienes están jugando. Intenté abrirme paso entre la espesa vegetación, ahora no buscaba el sendero, me dirigía hacia donde creía oír las voces. Al fin se abrió un pequeño claro y pude ver de qué se trataba. Era un grupo de chicos y chicas bastante jóvenes que totalmente desnudos jugaban en un remanso del río a echarse agua y tirarse una pelota. De verdad que era una escena encantadora, como salida, qué se yo, de un cuento, acaso las ondinas del Oro del Rhin, de Wagner. Estuve unos minutos contemplando tan bucólico espectáculo y después me alejé del lugar. Quizás en el principio del Mundo se habrían podido contemplar cosas así.
Sí, me hubiera gustado atravesar de nuevo aquellas montañas, pero mi cuerpo no está para excesos. De hecho alguno de estos días que me veo obligado a cargar con cena, desayuno y dos o tres litros de agua, ya me resulta totalmente excesivo. Así que le seguí dando vueltas al asunto. Los italianos cuando se despiden de ti en los caminos lo hacen diciendo: Buona continuazione. También yo me la deseo. Las zona de los grandes lagos de esta parte de Suiza e Italia está muy poblada y me va a tocar hacer juegos malabares para evitar el asfalto y los lugares concurridos. Salvar esto me habría obligado a repetir el itinerario de hace un par de años por el norte del Bernina, la zona del pic Badile o Saint Moritz. Y lo tengo demasiado fresco. Veremos.
El itinerario de hoy terminaba en Localita Gabbio, pero era pronto. A dos o tres horas había localizado un refugio en el mapa. Busqué en Internet y sí, estaba abierto. Una larga subida y un no menos largo y complicado descenso por bosques y praderías donde me encontré con dos recolectores de setas, me dejaron a la puerta del refugio. Eran las dos de la tarde. En la puerta rezaba lo que veis en la imagen.
Sí, los refugieros se habían largado a hacer la compra. Lo último que quedaba en mi mochila me lo había comido dos horas antes junto a una recoleta cascada. Nada. Miré el mapa. Había un pequeño pueblo a hora y media de bajada pero lo único que veía allí era un posible restaurante. Es decir, nada, porque en Italia los restaurantes cierran la cocina a las dos. Estaba realmente preocupado. Me veía como en cierta ocasión caminando por Els Ports en el GR7, que en un sitio de cuatro casas me vi obligado a llamar a una puerta, acaso la única en la que parecía que había gente, para pedir que me vendieran algo de comida. Aquel día comí de caridad. En otra ocasión, en algún lugar de los Alpes Suizos tuve otra parecida. Pedí información… si habría algún lugar etcétera y la señora que me oía, una madre que atendía a su hijo pequeño, me dijo que no, que mirase acaso algún kilómetro más abajo en cierto hotel. Me despedí de ella, pero al rato oí una voz a mi espalda. La señora bajaba a la carrera con una bolsa en la mano. Había entrado en casa y en la bolsa había metido de todo, queso, embutido y no sé cuántas cosas más.
Hoy no fue necesario, el pueblo, muy pequeño, solitario y silencioso. Me metí por unas callejas y en cierto lugar oí voces. Allá que fui. Las voces procedían de un bar que hacía las veces de restaurante. Eran casi las cuatro de la tarde, pero no pusieron ninguna objeción a mi petición. Me dijeron que esperara cinco minutos y transcurridos estos me hicieron pasar a un comedor donde estaba preparada mi comida. Nunca fuera caballero de damas tan bien servido… No hace falta ser don Alonso Quijano, no. Fue magnífica la comida. Y por añadidura la cena que me prepararon y el desayuno.
Ahora solo era cuestión de encontrar un prado. Y empecé a subir y a subir y a subir y el metro cuadrado para mi tienda no aparecía. Sobrepasé el pueblo de San Gottardo allá abajo y nada. A cuatrocientos metros del collado al fin encontré algo.
Y se acabó, que tengo la impresión de que viene el buen tiempo otra vez, lo que significa que el calor me va a obligar a madrugar más.
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