46,00974004°N, 09,29219663°E, 30 de julio de 2025
Seguro que no me importaría vivir el resto de lo que me queda en este pequeño habitáculo de tela.
¡Estoy tan a gusto en él cuando llega la tarde! Inflar el colchón, extenderle, acomodar el macuto que junto al plumífero me sirve de cabecera, la linterna y el pipiómetro a la izquierda, las botas calzando bajo el colchón, las cangrejeras calzando también pero a derecha e izquierda, y después (pausa, se me ha metido un mosquito… ya, ya está difunto) tumbarme y recordar levemente los leves fragmentos de vida que han llenado las horas de la jornada, o escuchar a los pájaros, o el murmullo de un arroyo, o escribir o escuchar un poco de música. ¡Qué pocas cosas necesita un hombre para vivir! Nadie sabe hacia dónde se dirige el mundo, escribía días atrás Marvin Harris hablando de cómo los tiempos de la Historia van a la deriva, cómo las circunstancias van moldeando el mundo sin que apenas nos demos cuenta, el mundo y nuestra persona que, atada a los cambiantes rumbos de las tecnologías, la política o los intereses de ciertas clases, se hace a modas y nuevas formas de vida diseñadas al margen de nosotros mismos.
Y sin embargo sigue habiendo una verdad absoluta por encima de todas esas circunstancias que modelan el mundo y nuestros hábitos, y ella se encuentra en el retorno a lo sencillo y simple. Estos dos últimos días en algún momento me he visto rodeado de turistas, muchos turbo al lago Mayor y de Como. ¡Qué horror me produce toda esta gente ociosa, tantas veces con cara de aburrimiento, copando cada metro cuadrado de restaurantes, hoteles o zonas supuestamente de interés. Son bellos los lugares donde en estos pequeños mares espejean siempre las montañas de los alrededores, pero las masas, las colas para tomar el transbordador, la indiferencia con que “miran” el paisaje porque a lo que van es a salir de un bar para en la otra orilla meterse en otro, y una hora más tarde tomar el barco de retorno.
Nadie sabe cómo se va ordenando el mundo, cómo va cambiando la educación de los niños poco a poco a hacerse pura mantequilla; cómo nos vamos haciendo masa con nuestros hábitos personales y de consumo. Lo siento, pero cuando bajo de las montañas y me encuentro el embarcadero abarrotado de gente haciendo cola, la imagen más parecida que encuentro es la de un rebaño de borregos. Yo, naturalmente, y no puede ser de otra manera, uno más de ellos.
Cuántas veces habré hablado en mis diarios de esa necesidad de volver a las fuentes, a la vida simple. Y es que es muy difícil substraerse a esa idea cuando uno mira desde las montañas el mundo, estas cosas, los turistas, el despilfarro, el compulsivo consumismo.
Estos dos últimos días he consumido mucho tiempo visando rutas alternativas para unir el punto que dejé hace dos días cuando terminé la GTA, con los Alpes Oróbicos. Hice intentos diferentes, pero por medio se interponía tanto asfalto y zonas pobladas que casi me rendí. Ayer sin embargo hurgando en la aplicación de OsmAnd ésta me diseñó un itinerario que me llevaba a las orillas del lago de Como. Así que esta mañana me atuve a él. Era un descubrimiento. Me llevó por colinas y bosques a través de senderos francamente bonitos durante varias horas. Incluso en uno de los dos bosques paré un buen rato para contar algo del día anterior que había quedado en blanco. El sendero se subió a un monte, hacia una antigua mina de oro que indicaba. Era un bosque tupido por donde andaban las ardillas… y también los mosquitos. Sin embargo tras él, hubo un momento en que el asfalto hizo su aparición de una manera repetitiva. El sol pegaba fuerte y empecé a dudar de que esos 75 kms. que el OsmAnd me había diseñado fueran lo conveniente. Estaba empezando a valorar mis montañas, eso que había sido mi vida diaria desde que salí de casa.
En algún momento salí de un breve sendero entre carreteras y me topé con una parada de autobús. Pasaba el siguiente en diez minutos. Consulté en el teléfono. Si tomaba aquel autobús (otro mosquito se me ha colado en la tienda. ¿Por dónde coño se meterán? Otro mosquito difunto). Y los mosquitos bueno, pero qué decir de las babosas. Hace ya tiempo durmiendo sobre el pueblo de Fondo con todo cerrado a cal y canto cuando me quise dar cuenta tenía la tienda llena de babosas. Ocho o diez andaban trotando por el techo, el interior de la tienda y entre ellas unas babosas que no conocía y que tenían forma de casi media pelota de pingpong. Hice limpia agarrándolas con una bolsa de plástico, vamos, como se recoge la caca de los perros. Bueno, pues antes de dormir revisé y todavía me encontré dos. Esta mañana al recoger el colchón vi una mancha pegajosa y rara en él. Miré más allá, y allá estaba una de esas babosas de media esfera. Se había colado en la tienda y había pasado la noche bajo el colchón. Pues vivita y coleando estaba. Si tomaba aquel autobús, estaba diciendo, a las cuatro y media de la tarde podría estar en la otra orilla del lago de Como, el principio de la ruta de los Alpes Oróbicos. Demasiada tentación. Hacía un día y medio que había dejado mis montañas y ya las añoraba. Así que tomé el autobús, un cambio en nomeacuerdo, otro en Lugano, y barco en Menaggio y, en Varenna, comida y aprovisionamiento. A las cinco ya estaba de nuevo caminando monte arriba. Y de nuevo tenía ante mí otro gran recorrido con toda la información y tracks pertinentes. Durante el viaje me entretuve en bajar los tracks. Como en otra ocasión Santiago Pino me los unió. Este nuevo recorrido atravesaría los Alpes Oróbicos, las montañas intermedias hasta el Adamello, el macizo del Adamello y me dejaría en Bolzano a las puertas de las Dolomitas, si es que no atraviesa el grupo de Renta, que todavía no he comprobado… caso de que todo marche.
Hora de cenar algo. Se acabó.
1 comentario:
Que suerte, los que hemos viajado por India y Nepal sin apenas turismo, que tiempos los de aquellos días.
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